miércoles, 27 de febrero de 2008

Agresividad musical



Scubb

Se encontraba en un amplio paseo. A su izquierda iba dejando atrás unas palmeras, separadas ordenadamente por bancos de piedra. Detrás de éstas se alzaban unas casas normales y corrientes. A su derecha su vista podía recorrer kilómetros de playa, salpicada por la marea baja de las aguas calmadas del mar.
Caminaba pesadamente hacia su casa. Las clases en el colegio no habían tenido nada divertido y, aunque se entretuvo pegando junto a sus colegas a unos niños, exentos de culpa alguna, con la excusa de que le habían "mirado mal", no andaba de buen humor.
Se movía con andares torpes y mirando desafiante a todo el que se cruzaba consigo. Le gustaba que la gente se intimidara y le cediera el paso... le hacía sentirse superior. Comenzó a llover. Levantó la vista al cielo y vio que estaba oscuro y presagiaba tormenta. ¡Lo que faltaba!, Se quejó. El paseo no tardó en quedar desierto. Siguió caminando, con cara de pocos amigos.
De pronto vio a una chica. Vestía de negro, con ropas sencillas. Una marginada seguramente, pensó Scubb, no llevaba ropa de marca así que supuso que sería una estúpida sin dinero... pero no estaba nada mal a decir verdad, se dijo, lujurioso, imaginándose escenas obscenas que ambos protagonizaban. La chica se encontraba de pie, apoyada con gracia en una palmera. Tenía unos ojos oscuros que le gustaron.
-¡Eh preciosa!...- le gritó, con aquella voz habitual de atontado, intentando llamar su atención llevándose una mano al paquete- ¿Qué te parece si nos resguardamos de la lluvia en mi habitación...?-.
La chica no respondió de inmediato... puso una cara de asco.
-Me gusta la lluvia. Anda, ve y resguárdate en tu casa tú solito con esa mano ¿te parece?-.
Scubb se acercó a ella y le propinó un fuerte puñetazo. Se dispuso a llevársela por la fuerza.
-Ya la has liado... - oyó que le decía la chica, burlona, al mismo tiempo que miraba detrás de él.
Se volvió para ver a qué se refería la chica. El cielo, ahora oscuro, dejaba caer una fina capa de lluvia sobre el paseo. Scubb atisbó a través de la siniestra lluvia a un hombre que corría hacia él, rápido como un animal salvaje. Tembló de miedo. El hombre no parecía tener intenciones de detenerse. No podía moverse, estaba paralizado. Tan sólo pudo observar con impotencia cómo el hombre corría hacia él y cómo su garganta emitió un grito imposible que se materializó en un puñetazo. Cayó bruscamente al suelo e intentó gritar en busca de auxilio, pero al hacerlo sintió un dolor insoportable en la mandíbula. La palpó con sus temblorosas manos... tenía la mandíbula inferior partida. Una mano le agarró fuertemente por la nuca y le levantó con violenta brusquedad. Se incorporó como pudo y se vio arrastrado hacia la palmera más cercana. El hombre le dijo algo al oído con una voz extraña que no comprendió y, corriendo consigo, estampó su cabeza contra la palmera, a la par que gritaba con una voz impura y macabra.
La boca le sabía a sangre y le dolía todo el cuerpo. Le estaba propinando una buena paliza. De pronto el hombre le dio la espalda, como si estuviera intentando calmarse. Era su oportunidad. Huyó a la desesperada. Llevaba unos segundos corriendo cuando tronó el cielo. Scubb supo al instante que estaba en su persecución. Corrió despavorido, asustado como una débil presa perseguida por unas siniestras fauces que se cernían hacia él sin piedad ni descanso. La adrenalina le impulsaba a correr como nunca lo había hecho. Sin embargo, su perseguidor también era rápido. Cada vez que Scubb doblaba una esquina, el hombre aparecía de pronto de la nada, cortándole el paso... en cuanto giraba para esquivar un banco, él lo sobrepasaba por los aires sin aparente esfuerzo. Poco a poco le fue ganando terreno... se arrepintió de haberse metido con esa chica... el hombre se aproximaba... finalmente le dio alcance. Scubb continuó recibiendo la satánica furia de aquel hombre. Tras tres golpes contundentes -Yaw! Yaw! Yaw! Gritaba el hombre con aquella voz espantosamente impura- y otro golpe final... su vida acabó.

El hombre

-Estúpido... - dije entre dientes.
Arrastré el penoso cadáver por entre las dunas de la extensa playa y lo tiré al mar. Me quedé un momento allí de pie, observando que la tormenta finalizaba al mismo tiempo que el sol se ponía, escupiendo los últimos rayos de luz que iluminaban débilmente el mar. Hasta que el paisaje se sumergió en la oscuridad de la noche.
Oí los pasos apenas audibles acercándose hacia mí. La chica posó con suavidad sus cálidas manos sobre mis hombros. Subimos juntos de nuevo al paseo, no sin antes lavarme las manos ensangrentadas en una de las duchas de la playa, y nos fuimos de fiesta, como si nada nos hubiera molestado.

The Reaper

domingo, 24 de febrero de 2008

Desde la oscuridad


Traje: perfecto, aseo: impecable, aspecto: serio. Ya he terminado. El funeral promete ser incómodo y más tocándome leer unas palabras. No se me da bien hablar en público.

Vamos al tanatorio en coche y, como es normal, hay ciertos llantos en la gente y palabras rutinarias de un cura que probablemente nunca llegó a conocer al fallecido. Cuando me toca hablar, logro hacerlo perfectamente y sin problemas de quedarme sin habla o trabarme, lo cual me relaja un poco a pesar de la tensión del ambiente.

Ya finalizando el evento, me doy cuenta de que nadie ha pronunciado el nombre del muerto, ni siquiera yo. Y pensándolo un poco descubro que no tengo la menor idea de quién es pero he hablado de él delante de todos. Cuando se disponen a cerrar el ataúd creo ver… no… no es posible…

Decido acudir al entierro pero el ataúd está cerrado definitivamente y lo han colocado en el agujero indicado. Y veo al comenzar a caer la tierra sobre el ataúd, que la lápida no tiene nada inscrito: ninguna fecha, ningún nombre…

Intento llamar la atención de ello pero no puedo hablar ni moverme de allí, no puedo desviar la mirada de la tumba y veo como terminan de colocar la piedra rectangular y la lápida que guarda su custodia. En la lápida comienza a surgir una inscripción…

Despierto violentamente y simplemente acepto que ha sido un mal sueño, pero no logro volverme a dormir en lo que queda de noche.

(Semanas después…)

El tiempo… gran traidor es el tiempo que fácilmente se queda atrás llevándose multitud de cosas y nunca más regresa… El tiempo se llevó mi cordura desequilibrando la balanza y dejándome a solas con mi locura, pues llevo una tras otra noche, cumpliendo semanas durmiendo lo justo y con la misma pesadilla atormentándome cada vez que lo consigo.

Suenan las campanas desde el cementerio a medianoche. Mientras tanto vigilo desde la ventana de mi cuarto, esperando temerosamente agazapado para volverlo a ver… Necesito confirmarlo y saber si me he vuelto loco por haber vivido aquello o creer haberlo vivido… La inscripción… el muerto…

No puedo esperar más, necesito confirmarlo de una ver por todas. Salgo a la calle y comienzo a andas hacia el cementerio.

Luna llena… tal vez esta noche te manche mi sangre, pienso con ironía. Pero no puedo seguir así, me está llamando…

Llegado al cementerio, salto la valla con relativa facilidad y encuentro la lápida sin nombre que buscaba. Destaca entre las demás en mi cabeza, el instinto me ha guiado hasta ella. Logro, con esfuerzo, apartar la losa que tapa la tumba, descargo la pala y comienzo a cavar hasta llegar al recipiente de personas sin vida, el mismo del sueño. Alumbro la lápida y… ¡ahora está inscrito mi nombre!

¡He de asegurarme! Abro con prisa el ataúd y, horrorizado, me veo en plena descomposición cuando mi cadáver abre los ojos y me extiende la mano diciendo “Ahora tú ocuparás mi lugar”…

The Blind

jueves, 21 de febrero de 2008

Eterna pesadilla


Caía. El gélido aire me pegaba en la cara con fuerza... abrí un poco los ojos. Descendía a toda velocidad por un estrecho desfiladero. Miré hacia abajo por instinto, aterrorizado, esperando el impacto, pero no divisé el suelo. Ganaba velocidad... mi trayectoria comenzó a desviarse y choqué de lado bruscamente contra las afiladas rocas de la pared del desfiladero. El brazo y parte del costado se me quedaron en carne viva. Grité de dolor. Miré hacia abajo otra vez, pero ante mí se extendía un eterno abismo sin fondo.
Me di cuenta de que estaba boca abajo, así que me apresuré a ponerme en horizontal para caer algo más despacio. Hubiera sido una buena idea de no ser porque me desvié de nuevo y volví a chocarme contra las rocas. El dolor me hizo perder el control y reboté de roca en roca, como una pelota, que dejaba trozos de carne en los filos desgarradores. Al llevar tanta velocidad, mi piel se desintegraba al contactar con la dura roca. El aire impactaba implacable contra mis heridas. Desesperado, intenté recobrar mi rumbo.
Probé ponerme hacia arriba, de espaldas al abismo sin fondo. Esta vez lo conseguí sin chocarme, pero me sentí inquietantemente vulnerable al no poder mirar hacia el fondo.
Vi mi propia sangre que ascendía rápidamente en cuanto brotaba de mis heridas, marcando el camino de mi eterna caída.
Ya no podía ver el inicio del desfiladero... recordé cómo había caído. Me encontraba en el borde del precipicio, mirando melancólicamente el paisaje, cuando alguien me tiró dos veces de la camiseta. Me volví. Un niño con cara inocente me sonrió y, con un dedo, me empujó levemente.
Me estrellé otra vez contra la pared. Me quedé sin la poca piel que me quedaba y tenía rotos todos los huesos. “No es el mejor momento para distracciones”, me dije sarcásticamente. Caía como un meteorito, deshaciéndome por momentos.
De pronto vi el fondo. Vacilé. Una parte de mí se alegró al verlo... significaba el fin de aquella tortura. Por otra parte no era un una vista muy halagüeña. Montones de rocas en forma de pinchos me esperaban al final del trayecto. Cerré los ojos, esperando el impacto.
Desperté. Me encontraba de nuevo en el borde del precipicio. Me palpé con manos temblorosas y comprobé aliviado que las heridas habían desaparecido.
De repente noté que alguien me tiraba dos veces de la camiseta... me volví lentamente, con el corazón latiendo con fuerza. Me quedé paralizado. Ahí estaba el niño. Me sonrió, con aquella cara inocente, y levantó un dedo...

The Reaper

lunes, 18 de febrero de 2008

Plan de tarde (Parte II)


-Primo, ¿dónde c****** estamos? –dije escupiendo restos de piedra fundida.

-Lógicamente hicimos una apertura en el espacio tiempo y estamos en otro mundo –se limitó a responder.

-¿Osas ponerme en evidencia? ¡Juro arrancarte los brazos!

-¡No te dejaré! ¡Me los arrancaré yo antes!

Y así lo hizo. No me dio tiempo a tocarle cuando se los había arrancado a mordiscos. Decidió comérselos y se le regeneraron al instante. Entonces optamos por dejar nuestras diferencias aparte y observar el extraño lugar en el que involuntariamente, por esta vez, habíamos aparecido.

Vimos un inmenso paraje con agua corriendo por todos lados, bajando en cascada por la roca y enviando pequeños destellos cristalinos. La hierba era… verde y fresca como en ningún lado y la cálida brisa llenaba el alma. También había muchos seres mitológicos pululando por allí: un par de caballos alados, duendes y hadas extraños, pájaros fantásticos…

Un centauro de aspecto pacífico se acercó a darnos la bienvenida a su “mundo” y en un abrir y cerrar de ojos cambió la situación. Al acercarse a nosotros, que estábamos de pie mirando al infinito, nuestros ojos se volvieron oscuridad. Toda la vegetación de nuestro alrededor se marchitó de golpe y el centauro se asustó y echó a correr. Un firme golpe del primo con el pie en el suelo hizo que una roca se levantase por donde el centauro pasaba y le destrozó la cabeza. Yo me cargué al centauro a las espaldas y comenzamos a andar sin rumbo. La vegetación moría bajo nuestros pies, el agua se volvía sangre con desearlo, los pájaros caían muertos desde el cielo y el crujir de las costillas del hombre-caballo al arrancarlas, para ser devoradas acto seguido, era espeluznantemente placentero…

Pasamos unos días simplemente matando todo lo que se ponía por medio sin ningún escrúpulo. Ese mundo tan feliz merecía un castigo por su “perfección”, y ahora veníamos nosotros a sembrar el terror. Sin embargo, sentimos algo. Una presencia, una fuerza, un aura de energía… similar a la nuestra. ¿Podría existir alguien tan brutalmente poderoso como nosotros? Nos materializamos lo más cerca posible.

Ahora se distinguía que eran dos seres y no uno. Se les veía al borde de lo lejano, donde las tinieblas aumentaban severamente.

-Primo, no puede quedar evidencia de una fuerza que se acerque en lo más mínimo a la nuestra –dije cabreado-.

-¿Tendrán los cráneos crujientes? –preguntó mientras dejaba que el odio le poseyera-.

Al momento nos lanzamos a correr hacia ellos y parecía que habían acordado lo mismo y se dirigían en carrera levantando una nube de polvo como nosotros. El choque provocó una concentración de energía que de golpe cambió todo el paisaje y la tierra se abrió en dos creando un abismo tan profundo que la luz no alcanzaba hasta el fondo. Ellos estaban situados a un lado y nosotros al otro. Uno de ellos levantó un brazo y descargó un rayo sobre mí. No me molesté en esquivarlo, no me afectó.

-Hagámoslo –dijo el primo-.

Asentí y ambos alzamos los brazos hacia el cielo. En breves segundos todo el cielo se oscureció por completo con las negras nubes que estábamos invocando. Un diluvio comenzó a llenarlo todo y un viento huracanado comenzó a soplar. Pronto se escuchó una corriente de agua fortísima en lo profundo de la brecha abierta. Cientos de rayos cruzaban el cielo para chocar violentamente con el suelo. Entonces bajamos los brazos y cuatro tornados inmensos cayeron del cielo arrastrando todo cuanto tocaban. Primo dirigió uno de ellos donde nuestros anfitriones, que hubieron de esforzarse un poco para no ser arrastrados pero no les causó daño alguno.

En respuesta, posicionaron sus manos en el suelo y concentraron una gran cantidad de energía. Pronto explotaron algunos puntos del suelo por todos lados y un infierno de lava, cenizas y fuego acompañó al tiempo que habíamos creado. Hubo un punto que explotó debajo de mí. Apenas me apartó un poco a un lado. Lo siguiente que hicieron fue alzar dos montañas y arrojarlas sobre nosotros.

-¡Con la cabeza primo! –dije mientras volaban los proyectiles.

-¡Y no vale cerrar los ojos! –respondió.

Al llegar las montañas por el aire las reventamos de un cabezazo y quedamos enterrados entre las miles de piedras en las que se había dividido. Las apartamos de un solo golpe y las pusimos en órbita. Un filo hilo de sangre bajó desde mi ceja.

-¡Primo, eres un débil! –dijo el primo al ver mi pequeña herida.

Instantáneamente le propiné un puñetazo en la cara que le mandó treinta metros hacia atrás. Se levantó con una gota de sangre propia en su labio. Pasó su lengua por la sangre y, al contactar con su sabor, el primo cambió. Sus ojos se inyectaron en sangre y las pupilas le aumentaron de tamaño envolviéndolos en un negro muerte. Otra gente habría temido lo siguiente pero a mi me hizo gracia.

Se le fue la olla. Comenzó a correr siguiendo un indescifrable rumbo. Parecía que no le importaba mucho el enemigo... mas bien se interesaba por los árboles. En pocos segundos un bosque se desplomó por completo. Al poco tiempo volvió y se detuvo junto a mí.

-Primo prueba tú también- me dijo con cara de poseído.

De pronto cogió una piedra algo afilada y me cortó el cuello.

-Primo, ya estaba sangrando, gracias.

Noté algo cálido deslizarse por mi garganta y el hedor a sangre confundió momentáneamente mis sentidos... sentí la adrenalina correr por mi cuerpo a la par que me enfurecía. Cogí otra piedra especialmente afilada y le hice un profundo corte al primo desde la clavícula hasta el estómago. Comenzamos a rajarnos mutuamente, dándonos el turno educadamente y lanzando carcajadas satánicas. En unos minutos nuestro cuerpo quedó cubierto de sangre.

Nuestros enemigos, habiendo flipado ya lo suyo con mi ataque al primo, ahora estaban alucinando al ver cómo nos auto-dañábamos. Incluso se acercaron a ver si estábamos bien y podíamos continuar la pelea. Llegaron donde nosotros y uno de ellos le tocó el hombro al primo y éste se sintió atacado y de una patada en la mandíbula volvió a mandarlo al horizonte. El otro iba a reaccionar cuando yo le lloví del cielo y le empecé a zurrar contra el suelo, dejando agujeros tremendos por la onda expansiva de mis puños sobre su cara. Logró quitarme de encima y reunirse con el otro. Ambos sangraban de la cara pero el mío más porque le había pegado varios golpes. Ahora estaban cabreados.

-Primo –dije-, creo que deberíamos ir terminando.

Asintió. Con toda nuestra fuerza volvimos a dirigir nuestros brazos al cielo. Los otros esperaron unos segundos aburridos y entonces lo vieron. Desde el cielo llegaba una estrella un millón de veces más grande que el Sol a una velocidad muy superior a la de la luz, por lo cual no deberíamos poder verlo venir. Esa estrella arrasó el planeta, a esos capullos y el resto de ese sistema solar.

The Blind, retocado por The Reaper

viernes, 15 de febrero de 2008

Plan de tarde (Parte I)

Me encontraba cabeceando en mi duro pupitre, soportando la soporífica lección de historia que me aburría infinitamente por culpa de lo rutinario que se volvía escuchar. El profesor hablaba pero yo era incapaz de atender a lo que decía, hasta que la palabra “sangre” me sacó de mis pensamientos. Levanté vagamente la cabeza, que estaba incrustada en el pupitre, y escuché que el profesor hablaba, siempre con ese tono monótono, de la sangre que se derramó en una guerra unos cientos de años atrás en una batalla que narraba directamente leída del libro.
Interesante... di una palmada y una onda expansiva mató al instante a toda la clase. Salí al aire libre, respiré un poco del aire semipuro y me materialicé en Bilbao, concretamente al lado del Guggenheim. La gente que pudo verme aparecer se asustó pero lo cierto es que me daba igual.
Percibí el aura de poder que estaba buscando. Lo seguí y me condujo hasta un instituto. Entré resueltamente (echando la puerta abajo) en el aula que desprendía esa impresionante cantidad de poder. Todas las miradas se volvieron hacia mí, al parecer irrumpí en una clase de lengua. Estaba dedicando un saludo despreocupado a un conocido (concretamente a Iñigo) cuando de pronto cayó sobre mí la furia de un profesor con pintas desagradables a mi vista. Aún así le dirigí unas palabras con tono cortés:
-Discúlpeme por entrar de este modo, pero es que soy muy heavy-.
El hombre no se conformó con mi refinada educación y siguió berreando cosas en su extraña lengua de primate. Le ignoré. Me dirigí hacia aquel ente poderoso...
-Primo ven –le dije-.
-Espera, me apetece un aperitivo –respondió-.
Al momento salió corriendo y saltó con las rodillas por delante hacia su profesor. Le incrustó contra la pared y cayeron los dos a la calle rompiendo la pared de la clase. Todos sus compañeros estaban acojonaos. Salvo Iñigo, que miraba la situación divertido como pensando “Estos dos no se contienen nunca”.
Salí al exterior en busca del primo y me lo encontré quitándose el polvo de los escombros. Había caído sobre un coche y éste había explotado por lo que la calle estaba en llamas y la gente también. Igual por eso gritaban. Su profesor era una masa deforme y ensangrentada. Le conté brevemente la idea que tenía en mente, no sin antes saludarnos de un cabezazo, provocando que parte del instituto se viniera abajo por la colisión.
-Creo que hemos matado, entre otros tantos, a Iñigo –dijo el primo con el mismo sentimiento de desgracia que el que se siente al perder un euro… Le comprendí-.
Retrocedimos en el tiempo cientos de años atrás y nos materializamos en mitad de un valle. ¡Qué aire tan puro! El viento mecía con gracia los verdes y frescos prados mientras que las colinas se alzaban a nuestro lado respectivamente. El sol se mantenía en su cúspide bañándolo todo con su luz.
De pronto el suelo comenzó a vibrar. Al poco tiempo un ejército de miles de soldados se asomó por encima de la colina, pero eso no era lo mejor de todo, sino que en la colina opuesta se asomó otro ejército de similar densidad. Catapultas, arqueros, jinetes, soldados… Una lluvia de flechas inundó el cielo y ambos ejércitos descendieron gritando para darse el coraje necesario para entrar en batalla y colisionar en el valle, donde nos encontrábamos nosotros, sonriendo.
Invocamos nuestras mejores espadas y nos apoyamos espalda contra espalda, preparados para hacer frente a los temerarios ejércitos que bajaban a toda velocidad hacia nosotros.
-Primo, me pido a los de rojo, tú a los azules- me dijo animado.
No respondí, con lo que me mostraba de acuerdo. Ambos bandos nos vieron... vacilaron, posiblemente preguntándose que cojones hacíamos allí. Pero, para mi consuelo, no se detuvieron. Comenzó. Cogimos impulso y corrimos hacia ellos. A cada espadazo que soltábamos volaban despedazados por los aires cien hombres aproximadamente... los ejércitos se mezclaron y los escudos de los soldados, antes azules, se tiñeron de rojo. Acabé por no distinguir el bando de los hombres, por lo que decidí matar a todos ellos. Pude ver que el primo había dejado la espada para matarlos con sus propias manos y sentir directamente la destrucción que estábamos provocando. Me pareció divertido aprovechar la ocasión así que hice lo propio.
En pocos minutos no quedaba nadie con vida... se me había pasado el tiempo volando y estaba todo lleno de cadáveres. Pensé que otra vez podríamos llenar una piscina con semejante exceso de sangre. También me pregunté que escribirían los libros de historia sobre esta batalla. ¿La estudiaríamos diferente?
De pronto vi a mi primo dando puñetazos al suelo, haciendo que todo temblara bajo sus formidables golpes. Me pregunté el motivo. Me lo quedé mirando desconcertado, esperando una explicación.
-Primo, vamos al centro de la tierra que me he quedado con ganas de destruir más-.
Acepté con ganas. Ambos nos pusimos a dar puñetazos al suelo, abriéndonos paso entre tierra y rocas. Cuando llegamos a una ciudad de minas subterránea, donde trabajaban unos enanos sin descanso, paramos a beber de un arroyo de ácido sulfúrico y nos comimos a alguno de esos enanos. Había hambre. Proseguimos nuestra excavación y llegamos al mismísimo núcleo de la tierra, donde invoqué mi mejor batería y mi primo hacia otro tanto con su guitarra.
Comenzó nuestra canción a un volumen que hacía temblar la tierra entera e iniciamos nuestra sangrienta canción cortándonos y pinchándonos los ojos para dar algo realismo al sadismo que describía la letra. Y al terminar la canción del fin del mundo, la tierra explotó con nuestro último verso: “Mientras el planeta peta, todos mueren por el heavy metal...”




The Reaper, retocado por The Blind

martes, 12 de febrero de 2008

Poema



Soy

Yo soy la niebla que tapa el Sol

Soy lo que oculta una bendición

Soy el problema que trajo un error

Soy el defecto de toda ilusión


Yo soy la guadaña de la muerte

Soy la mano que del ajeno hurta

Soy tu castigo, tu mala suerte

Soy futura lápida de tumba


Yo soy la semilla del terror

Soy lo que te produce dolor

Soy amo del psicótico temor

Soy el odio que te da tu color


Yo soy la fuerte garra del mal

Soy la perdición vista en todo ojo

Soy el desviado de la sociedad

Soy el brillo del mïedo en tu rostro


Yo soy el filo que corta la vida

Soy peor que el diablo, igual de listo

Soy mortal histeria colectiva

Soy reencarnado el anticristo


The Blind

sábado, 9 de febrero de 2008

Mi primer y último amor


Todo comenzó aquel fatídico día en el que yo era pequeño, cerca de alcanzar la pubertad. Conocí a una niña... aunque más que una niña parecía una diosa... dejaré que la imagines como quieras. Desde el día en que me crucé con su mirada... ambos quedamos prendados uno del otro. (He de añadir que por esa época comenzaba a sentir cierta atracción por los abismos de la oscuridad, aunque no lo parezca por ahora).
Yo, hechizado por su belleza, perdí la noción de mí mismo. Me sumergí en un mundo de fantasía cuyo centro era ella. Aquélla niña ocupó mi corazón. Comencé a transformarme progresivamente en un romántico (no puedo creer que esté escribiendo esto...).
Una tarde de verano, la niña me llevó al bosque, donde compartíamos nuestro amor apasionado. Comencé a notar, abrazado a ella, que todo aquello parecía ser maravilloso... pero algo me inquietaba. Un dolor punzante en el pecho, como si una enredadera de espinas del más ardiente metal surgiera poco a poco entre mis costillas... entonces me di cuenta: el amor me estaba matando. Al hechizarme, creó un mundo de fantasía magnífico sí... pero la oscura y siniestra realidad me golpearía de un momento a otro.
La niña notó mi inquietud, y se apresuró a besarme. Mientras nos fundíamos en un eterno beso... las espinas de mi pecho me atravesaban, se abrían paso a través de mis pulmones... me separé alarmado, pero ya estaba muerto. Mi cuerpo, ahora inmaterial, se separó del anterior y observé cómo la niña miraba aterrorizada las espinas oscuras que surgían de mi corazón y cómo dejaba de respirar... lloró por mí... pero yo no lo lamentaba ni mucho menos. Al fin volvía a ser el mismo... al fin me libré de ese asqueroso hechizo.
Me acerqué a ella, que seguía llorando desconsoladamente mi cadáver. Me incliné a su lado y le acaricié los cabellos, sin notar ninguna atracción hacia ella para mi consuelo. La niña notó mi frío tacto y miró hacia donde yo me encontraba. Dejé que parte de mi invisibilidad se disipara, y pudo verme. No hizo movimiento alguno, se quedó ahí, petrificada. Alcé las manos y rodeé con las yemas de los dedos su cuero cabelludo... tan suave y hechizante como siempre.
La odié. Ahora sí. La realidad era ésta. Sentí la rabia deslizarse por mi inmaterial cuerpo. ¿Cómo se atrevía a hechizarme de aquella forma?... Había provocado que mi metal interior se revelara contra mí... desde ese momento me prometí no volver a fallar a mi lado oscuro... la verdadera realidad...
Conforme me enfadaba iba apretando los dedos en su cráneo. Observé, disfrutando, cómo sus expresiones cambiaban. Primero la niña puso cara alegre al verme... luego pasó a mirarme con extrañeza... después me miró con miedo... posteriormente le invadió el pánico... y finalmente mis dedos aplastaron sin compasión su hermosa cabeza. Sabía que ya estaba muerta, pero seguí... era divertido. La cogí de las frágiles piernas y la balanceé... jugando con su cuerpo inerte. Procuré no perder ni un detalle de cómo su delicado y blanquecino rostro se veía acariciado por la dura y oscura corteza de un árbol cercano...
Hubiese continuado durante toda la eternidad... pero acabó por caérsele la cabeza.
Decidí no volver a mi cuerpo físico. Prefería mi cuerpo espiritual... con el que posteriormente me convertería en la muerte...

PD: Busco pareja.

The Reaper

miércoles, 6 de febrero de 2008

Odio


Desarrollé mi estilo de vida ante una sociedad de hipocresía donde mis leyes las dictaba la música y la cordura de mi mente, ya que la injusticia que posee los corazones de la gente no es el estilo que atrae mis pensamientos.
Y aunque yo quisiera vivir mi propia vida sin tener que tener problemas con nadie, ellos no podían aceptarlo. Intentaron cambiarme y, al ver que no podían volverme un similar, me odiaron y rechazaron. Como zombis en masa trataron de comerse mi cerebro sin ningún reparo y dejarme tan hueco como ellos mismos. Comencé a perderme en mi locura y a odiarlos como merecían, a pesar de llegar a merecerlo también…

(Odiadme…)
Sumergido en una pesadilla eterna donde nadie me quiso salvar. Desde entonces sufro mi castigo y a todo el mundo le da igual. No podía reír, no podía llorar... Tan sólo podía mi propia sangre derramar…
Tantas veces rebuscando una verdad dentro de mi y ahora entiendo que estoy viviendo una mentira... Una mentira que me consume y me corroe hasta tal punto que vivo bajo mi desgarrador grito de dolor y odio, un odio que atormenta a la noche misma, un odio capaz de matar con el simple deseo de hacerlo...
Disfrutáis apuñalándome ya que después de todo no soy más que un defecto de la sociedad a quien le gusta perderse en el alcohol, el sexo y las drogas para olvidar sus problemas...
Cuando extendí mi mano en busca de ayuda nadie acudió, me perdí en el olvido de vuestras acusadoras mentes que me veían como un error al que debían eliminar a cualquier precio...
Mi sangre os sirve de alimento y parasitarme es vuestro vicio, es un ritual. No dudáis en aprovechar la situación para patearme y mantenerme bajo una estela de superioridad, una superioridad que aborrezco...

Vivir sin sentir, vivir siendo ahogado… ¿Cuál es el sentido de vivir cuando el opuesto te seduce con su perfección? ¿Es entonces que queréis salvarme? Irónica sería la situación cuando para salvarme he de ser torturado. Igual no entendéis que tal vez no quiera, ovejas de rebaño, por vosotros ser salvado.
Mis ojos irradian sangre y mi corazón arde en las mismísimas llamas del averno. Un paso más lejos de vosotros es un paso más cerca del cielo, donde podré ser libre... pero nunca seré libre... Mi sitio es el infierno al que me habéis condenado.
Erróneo guía del mundo, ese soy yo. Tal vez merezco lo que sufro y lo que siento por no querer ser un clon idéntico a los demás. Eso os da derecho a arrancar mi alma y celebrar el funeral de mi felicidad. Son razones que os obligan a torturarme y acabar con todo aquello que me haga sonreír. Son vuestras razones para destruir a todo aquel que trate de ser diferente, vuestro mundo os obliga a clavarme un puñal y hurgar en la herida de forma brutal e inhumana hasta tal punto que mi dolor me vuelve el ser sediento de venganza que reclamará mil cabezas desprendidas de sus cuerpos para que clavadas reposen sobre estacas.
Quiero destruir de una vez los barrotes de mi jaula y acabar con mi tormento sintiendo el sabor de mi sangre en la boca y cayendo por mis brazos mientras ciegos mis ojos están con su rojo color. Podéis acabar saciando el sadismo contenido sobre mí y gozando de la victoria ante el decaído oponente que una vez se atrevió a ser diferente. Quiero que sea escrito el guión que relata las falsas palabras que se leerán tras mi caída y que la gente piense que la culpa la tengo yo, que sepan que fui arrastrado por la ira hasta la locura y que los odié a todos como a mi mismo. Quiero que la sombra de la muerte me envuelva entre sus dulces cantos para que, cuando caiga su guadaña, pueda morir tranquilo... y soñar de nuevo…

The Blind

domingo, 3 de febrero de 2008

Venganza (parte 2)


Resultó que este hombre era experto en artes marciales, de todo tipo. Sabía todo tipo de estilos de lucha.
Me sometió a un duro entrenamiento durante los cinco años siguientes. Aproximadamente ocho horas diarias trabajando con sacos y pesas. Pero sobre todo entrenaba luchando contra él. Los entrenamientos únicamente duraban menos de ocho horas si me desmayaba por mero agotamiento.
Me enseñó a no conocer el miedo. Solía decirme “En cuanto una persona pierde el miedo a que le hieran o a ser matado se vuelve invencible”. Me convirtió en una máquina de matar. Mis nudillos se convirtieron en piedras, mis brazos en yunques, mi tórax en un muro infranqueable. Cogí aproximadamente unos veinte kilos. Pero no todo era fuerza y potencia. También me volví rápido como un halcón y ágil como un mono.
A los tres años y medio de entrenamiento pasamos al entrenamiento con katanas. Durante el año y la mitad restante del próximo me esperaba una dura lección, en la que mi entrenador me llenaría todo el cuerpo de cicatrices. Pero no me importaba. Me había enseñado a disfrutar del dolor. Me encantaba la persona en la que me había convertido.
Un día, para mi sorpresa, me mandó deberes.
-¿Hay alguna persona a la que te gustaría matar? Aparte de tu padre, claro- me preguntó de improviso.
Medité esta pregunta. Recordé mis penosos días de estudiante y de las palizas del Mayor y sus Subordinados...
-Sí- respondí con decisión.
-¿Cuántas?-
-21-
-Me alegro por ti. Ve y véngate-
Me dispuse a coger mi katana y hacer mi tarea cuanto antes. Temblaba de emoción.
-Espera- me dijo- llevarás la katana, pero si la usas para proteger tu vida, considéralo una derrota.
-Muy bien, no hay problema. Los mataré con mis propias manos- respondí.
-Una cosa más-.
Me volví de nuevo. Comenzaba a impacientarme.
-No tengo nada más que enseñarte, supongo que lo habrás notado cuando me derrotaste tres veces seguidas en el último combate... -.
Asentí con un gruñido.
Se limitó a sonreir. Y entonces partí. Se me ocurrió una idea. Fui a la casa del Mayor, que era como una mansión. Vigilé pacientemente la entrada durante dos horas aproximadamente y observé como salía de la casa el grandullón. Seguía igual que siempre. Tan solo puedo añadir que había crecido unos centímetros más. En cuanto se alejó lo suficiente entré en la casa sin ninguna dificultad y busqué su agenda de teléfono. Un tío tan tonto no podría acordarse de tan siquiera un número. Y efectivamente, la encontré. Llamé a uno de ellos. Imité como pude la voz del Mayor, siempre arrogante, y le dije que reuniera al resto de Subordinados en su casa. Me dijo que de acuerdo y colgué.
No había nadie en la casa. Mientras esperaba a que se presentaran me dirigí hacia la nevera... comida... Me asomé por la ventana y la adrenalina recorrió mis venas. Ahí estaban, los veinte reunidos en el patio que daba al jardín, todos altos y forzudos. Fui andando, despacio, y abrí la puerta.
Todos se volvieron hacia mí. No me reconocieron. Ellos estaban viendo a un tipo fuerte y corpulento, con una cicatriz que recorría la frente, atravesando el ojo izquierdo, y llegando hasta el musculoso cuello. Una mirada sedienta de matar. Estaban viendo a un hombre sumergido en el odio, intimidante, y no al niño escuálido y raquítico de hace cinco años. No se dejaron intimidar, cosa que me alegró. Seguí caminando hacia ellos mientras me preguntaban que quién era yo y donde estaba el Mayor, pero yo no les escuchaba.
Un par de ellos se encararon conmigo. Opté por comenzar con el de la derecha. Lo tumbé de un rodillazo en la cabeza. La flexibilidad de mis piernas era asombrosa. No podían vencerme. Antes de que pudiera reaccionar su compañero le aporreé su barriga cervecera y su tórax con una combinación de trece golpes de boxeo. Todas las costillas, sin dejar ni una, se partieron bajo mis golpes. Cayó junto al otro, ambos inconscientes. Di un salto mortal carpado (sin doblar el cuerpo) invertido, con suficiente altura, y caí, arrodillado ante ellos, con una rodilla en el cráneo de uno y con la otra en el cráneo del otro. Crujieron al mismo tiempo, esparciendo sangre y tropezones por el suelo. Observé que el resto se quedaron petrificados. Entonces cogí uno de los cerebros y se lo tiré al tipo más cercano, que le impactó de lleno en la cara. Esto sirvió para que reaccionaran.
Les dediqué una sonrisa macabra. Dejé que se acercaran unos metros todos en tropel, y me lancé hacia ellos. Al primero le di un cabezazo que le abrió el cráneo parte a parte. Me agaché a una velocidad de vértigo y cogí al azar dos piernas. Giré sobre mí mismo usando toda mi fuerza y di unas cuantas vueltas golpeando a todo el que estuviese en medio con los hombres que sostenía y luego los estampé contra la pared de la casa. A otro le pisé un pie con fuerza y le empujé con un dedo, burlón. Cayó hacia atrás y noté bajo mi pie que se fracturaba el suyo. Salté de nuevo y caí en postura yaciente con el codo sobre su nariz, partiendo ésta y atravesando su cara. De pronto vi a uno que escapaba corriendo hacia el muro. Corrí tras él y de un rápido salto me coloqué de pie encima de sus hombros y le apreté fuertemente la cabeza. Di un mortal, llevando al tipo conmigo, y dejé que su cuerpo se estampara contra el muro. Mientras yo caía oí un grito y un crujir de huesos. No tuve la necesidad de ver si había muerto. El charco de sangre llegó hasta mis pies. Me acerqué andando hacia todos. Los nudillos me sangraban, llevaba una hora repartiendo golpes a diestro y siniestro. Todos caían muertos. Comencé a disfrutar del quebrar de sus huesos como disfruta un músico con sus notas.
Finalmente me senté en el porche, esperando al Mayor. Hoy al parecer era mi día de suerte: la masa deforme de grasa y músculos entró por el portal. Me puse en su pellejo y me imaginé llegando a casa y encontrar a toda mi pandilla de matones, ahora cadáveres, esparcidos por mi jardín. Sonreí al imaginármelo. Me levanté y caminé hacia él.
Noté en su mirada que me reconocía, al contrario que sus matones. No dije nada. Le tumbé de un directo de derecha. Se levantó colérico y se dispuso a golpearme. Di vueltas alrededor de él, moviéndome con agilidad. El golpe que le había encajado le había hecho sangrar efusivamente y le costaba respirar. Continué dando golpes rápidos en la boca, haciéndole tragar sangre. Acabaría por no poder llevar aire a los pulmones. Tanto a patadas como a puñetazos, le deformé la cara. Antes de que yo mismo me diera cuenta, cayó muerto en el suelo.
El placer que sentí era inigualable. Al fin me había vengado de tantos años de sufrimiento y dolor. El placer de la venganza del que me había hablado mi entrenador.
Después de amontonar los cuerpos y quemarlos, formando una inmensa hoguera, me dirigí a casa de mi entrenador. No pude creer lo que veían mis ojos. Mi padre estaba allí. Y toda mi familia también. Me quedé allí de pie, aturdido. Mis hermanos, al verme, corrieron a abrazarme uno detrás de otro, pidiéndome perdón. En cuanto se acercó mi padre se paró delante de mí. Le propiné un gancho de izquierda que lo tumbó bruscamente.
-Vaya, hijo, si que te has hecho más fuerte... - me dijo sonriendo con un hilillo de sangre deslizándose por la comisura de su boca.
Le ignoré.
-¿Tú lo sabías?- pregunté a mi entrenador.
Asintió.
-¿Ha merecido la pena verdad?- me dijo también sonriendo.
Asentí. Me sentía feliz por primera vez. No sólo mi familia estaba viva, sino que al fin me había vengado del Mayor y sus Subordinados.
Me dirigí a mi padre, ya levantado, y saqué despacio la katana...
-Toma, esto es tuyo- me limité a decirle.
-Quédatelo, considéralo un regalo- dijo aliviado.
Me miré en el reflejo del metal. Veía en él toda la fuerza que me había faltado en mi infancia. La fuerza de uno que puede derrotar hasta al más temido. Pero me contradije al decir para mis adentros: ¿y ahora... quién podrá vencerme?...


The Reaper