jueves, 31 de enero de 2008

Perdidas en el bosque


A Ana siempre le había gustado perderse por el bosque y descubrir nuevos caminos por los que, tal vez, nadie había vuelto a pasar en años. Se sentía libre de presiones y problemas cotidianos y de esta forma podía evadirse para pensar, relajarse y salir cuando nadie más quería.

Otoño… le gustaba especialmente sentir crujir las hojas secas bajo sus pisadas en esta época. Lo consideraba un capricho, algo simple y, tal vez incluso un poco tonto en su medida. Pero no siempre podía darse el placer de pisar la hojarasca.

Esta vez iba acompañada de una amiga llamada Sofía que se había apuntado a pasar la tarde y tuvieron la suerte de encontrar un camino totalmente nuevo. Ana ya había pasado por allí cerca varias veces y se le dibujó una sonrisa en la cara al ir a recorrer distintos lugares a los anteriormente visitados.

Y complacidas quedaron ante la facilidad de caminar entre esos árboles. No suponía un esfuerzo mucho mayor que ir por un terreno plenamente llano y el paisaje era mejor aún que el resto de lugares por donde había llegado a estar. Y la tarde avanzó con el sentimiento de felicidad recorriéndolas…

¡Maldición! El sol comenzaba a ponerse para su desgracia. Habían de darse prisa en volver antes de que la noche comenzase a iluminar todo de oscuridad, entonces si que se perderían del todo. Con paso ligero, retrocedieron sobre sus pasos y caminaron unos minutos sin terminar de reconocer la zona. “¿Hemos pasado por aquí?” repetía Sofía nerviosa. Volvían varias veces para atrás intentando reconocer algo, cualquier cosa que les sonase era una opción viable pero era inútil: estaban perdidas. Intentaron llamar a alguien con sus respectivos móviles pero la cobertura no era una fiel compañera y la noche al fin llegó para reinar.

Continuaron avanzando sin rumbo fijo con la esperanza de salir del bosque. Sofía lloraba desconsolada y Ana intentaba apaciguarla sin tener ella misma esa calma. Les costaba mucho ver en esas condiciones y cometían por ello ciertas torpezas al andar. Los árboles parecían abalanzarse violentamente sobre ellas, dando un aspecto terroríficamente contrario al que habían vivido antes. Estaban ambas asustadas y un tropiezo de Sofía, arrastró a Ana y cayeron ambas rodando por unos metros de cuesta. Ahora, los ojos de Ana también habían desbordado y dos lágrimas recorrían sus mejillas.

No muy lejos, pudieron ver una columna de humo y, esperanzadas, se apresuraron hacia el lugar. A medida que se acercaban una música cobraba nitidez y llenaba el ambiente. No tardaron en ver una luz entre los árboles.

Al llegar, encontraron un hombre cubierto con una túnica pero no ocultaba su rostro. Estaba sentado en frente de una hoguera y tocaba dulces melodías medievales con un instrumento de cuerda, pero no supieron identificarlo. Antes de que pudieran decir nada, les miró para dirigirles la palabra.

- Tomad asiento, por favor –dijo sin dejar de tocar-.

Obedecieron agradecidas. Ana se acomodó en una roca que resultaba mejor que el suelo y Sofía se sentó sobre un abrigo que traía. Ana inspeccionó al hombre con sus ojos brillando por el reflejo del fuego.

- Decidme, niñas –dijo el hombre-, ¿de dónde habéis salido?

- Nos perdimos… estábamos paseando por el bosque y nos sorprendió la noche –respondió Ana calmada por el suave tono de voz del hombre-.

- ¿Cómo os llamáis?

- Ana –dijo la poseedora del nombre-.

- Y yo Sofía –dijo Sofía que también parecía estar mejor-. Y tú eres…

- Nunca conté con un nombre, soy un simple trovador –dijo sonriendo el recién nombrado trovador-.

- ¿Trovador? –dijo Ana- ¿Y qué haces tocando a estas horas en medio de un bosque?

- Bueno, llevo siglos haciéndolo. No será por falta de público que deje de hacerlo.

Supusieron que les tomaba el pelo o que exageraba, pues lo contrario no tendría sentido. Pero ciertamente se dieron cuenta de que había varios animales por la zona escuchando y pudieron ver: un búho, un par de zorros, numerosos murciélagos pasando por encima de la hoguera… incluso Ana creyó ver la sombra de un jabalí tras los árboles.

- Ellos no son el único público presente –dijo el trovador-.

Ambas soltaron un pequeño grito de miedo al ver espíritus de gente caminando por la zona, sobrevolándolos… ¡Hasta que el trovador no los había mencionado no habían podido verlos!

- Tranquilas –dijo el trovador-, no pueden haceros nada. Son almas confusas que no pueden vernos pero se sienten atraídas por el sonido de mi instrumento. Toco para esas almas que no comprenden siquiera que ya hace tiempo murieron. Por cierto, podéis coger algo de la carne que se está asando en esos palos sobre la hoguera.

Sofía no tenía demasiada hambre, estaba preocupada por los espectros de la zona pero Ana se dio cuenta de que sus tripas rugían por algo de comida. No tardó en callarlas con esa jugosa carne cuyo sabor era tan fresco que se preguntó cuanto tiempo podía tener la que comía normalmente descongelada.

Un rato después tuvo que alejarse un momento a beber de un río cercano porque el hombre no disponía de agua para ofrecerles. “Tan medievales como nuestro anfitrión estos métodos de abastecerse” pensó Ana divertida.

Y cuando se disponía a volver se alzó un grito de Sofía. Ana corrió de vuelta para ver que podía haber ocurrido. ¿La habría agredido el trovador?

¡Y tanto! ¡Como que le había atravesado el pecho con ese instrumento tan raro! El trovador estaba de pie bailando mientras tocaba arrastrando a Sofía, muerta, colgada del mástil del instrumento. Vio con horror como los fantasmas danzaban con el por el aire alrededor de la hoguera y el trovador cantaba para ellos algo en una lengua extraña. Los animales le habían percibido y trataron de abalanzarse sobre ella.

Ana salió corriendo por el miedo y escuchó ahora las satánicas y paranoicas carcajadas del trovador que estaba ido de la olla. Los animales se estaban quedando atrás no sabía por qué y el hombre no debía estar siguiéndola. Una vez creyó haberse alejado lo suficiente miró atrás sin dejar de correr. No vio a nadie pero chocó con un árbol y quedo inconsciente…

Al amanecer, fue despertada por unos ladridos y encontró un pastor alemán olfateándole la cara. Se levantó y pudo ver un policía corriendo hacia ella.

- ¡Esta viva! ¡La hemos encontrado! –gritó a sus compañeros un poco más atrasados.

Ana solo pudo pensar en qué tendría que decir para que le creyeran…

The Blind

Dedicado a la protagonista del relato.

lunes, 28 de enero de 2008

Venganza (Parte 1)


Mi nombre es irrelevante. Soy un simple chaval de doce años. Vivo en Finlandia. Voy al colegio de Las Espadas, que se encuentra a unos diez minutos andando desde mi casa (si se le puede llamar casa). Mi padre nos mantiene trabajando duro pero aun así estamos sumergidos en la pobreza. Mi madre murió hace tiempo. La economía nos llega lo justo para el colegio.
En el colegio mis compañeros de clase se meten constantemente conmigo. Incluso he recibido varias palizas del Mayor y sus Subordinados, llegando a casa echo una mierda. El Mayor es un hombre gigantesco, capaz de aplastar el cráneo de una cabra con una sola mano. Él manda en las clases. Incluso los profesores se sienten dominados por él. Éste tiene como sus Subordinados a los veinte chicos más fuertes y corpulentos de la escuela. Y todos ellos administran palizas gratuitas, torturas psicológicas... vamos, básicamente joder a todo el mundo.
Yo, esmirriado y larguirucho, con mi ropa descosida y mi escaso dinero, soy el principal objeto de burla y diversión del Mayor y sus Subordinados. Tengo como único amigo a Roger. Él es de los “pringados” como yo, pero tiene una mente avispada y es muy inteligente. Su especialidad es sacar dinero de cualquier negocio que requiriera una actividad intelectual. Gracias a él (y a las perras que se sacaba) puedo comer sin tener que pedir dinero a mi padre.
Desperté sobresaltado por un grito de mi querido padre anunciando el desayuno. Me quedé sentado en mi dura cama, somnoliento, y oí, como es costumbre, los ruidos de mis hermanos pequeños y los gritos de una de mis hermanas cantando mientras bajaban por las escaleras. Me incorporé y bajé con el resto.
Me sentí demasiado adormilado como para entablar una conversación, así que opté por que hablasen ellos. Terminé mi tostada. No había mucho más que comer, y si lo hubiera se lo dejaría a mis hermanas pequeñas.
Me retiré de la mesa, cogí mi mochila y salí hacia el colegio. Me reuní con mi amigo Roger en la entrada. Nada mas entrar nos encontramos con el Mayor y algunos de los suyos fumando porros. Estaban molestando a unos chicos, pero en cuanto me vieron, se dirigieron hacia mí.
-¿Cómo te va coleguita? ¿No has venido con tu mamá?- me dijo el Mayor
Me limité a mirar fijamente al suelo, temblando de rabia.
-¿No respondes? ¡Que maleducado!- continuó- ¿es que tampoco tienes dinero como para estar bien educado?-.
Todos sus compañeros rieron la broma a carcajadas. A mí particularmente me pareció una gracia con muy poco ingenio, pero éste no se caracterizaba por ser muy inteligente que digamos.
-Vamos a ver lo que tienes en la mochila... Parece muy cargada-.
Y lo estaba. La cogió de un asa y la levantó sin preocuparle que yo estuviese sujeto a ella. Me elevó como se eleva a una simple mosca unos dos metros y luego me dejó caer. Aplastado por mi propia mochila, por poco pierdo el conocimiento. Sacó todos mis cuadernos en los que me había esmerado tanto para aprobar el curso y los hizo trizas. Me dije a mí mismo que debía darle una paliza aunque muriese en el intento, pero mi cuerpo no reaccionaba. No tenía ningún espíritu de lucha.
Por suerte pasé el resto del día sin verle más el pelo a ese cabrón. Me entretuve participando en los ingeniosos juegos de Roger y las clases se me hicieron más amenas. Sonó la campana y corrimos todos a la salida, no sin ser empujado por un Subordinado del Mayor, haciéndome salir el último. Miré a la profesora buscando ayuda, pero ella se limitó a dedicarme una sonrisa triste, impotente. La impotencia que me acompañaba día tras día.
Me despedí de Roger y volví a mi austera casa. Estaba anocheciendo y temí que el Mayor se cruzara conmigo por el camino, por lo que apresuré el paso.
Atravesé el pobre portal de hierro oxidado y empujé la agrietada puerta de la entrada con el hombro, demasiado desanimado como para levantar los brazos. Sin embargo, lo que vi al cruzar el pasillo me hizo olvidar al Mayor y sus palizas. La mesa de la sala estaba volcada, las sillas rotas, desperdigadas por el suelo. Cristales rotos esparcidos por toda la estancia. Pero nada de esto me preocupó en absoluto. Lo que me dio ciertas razones para preocuparme fue la abundancia de sangre... las paredes, el suelo, los muebles... todo había quedado manchado siniestramente. Reaccioné rápidamente. Rebusqué por toda la casa con intención de encontrar a mi padre y a mis hermanos. Nada. Tras lo que me parecieron horas corriendo desesperado por la casa, me rendí sentándome en la habitación de mi padre. Notaba un nudo en la garganta y el pecho parecía que me iba a explotar. Grité. Salió de mis cuerdas vocales un rugido de angustia. Liberé toda la furia retenida en mi interior durante estos últimos años. (El grito lo puedes oír en la canción “Uncloud the sky” de “Skyfire” en el minuto 3.46. Recomendado).
Salí de casa, no podía permanecer más tiempo allí. Debía buscarlos. No podían estar muertos, no podían... Di una patada a un árbol cercano con furia. No sentía dolor, pero sabía que luego me dolería. Esto hizo que me cabreara aun más. Miré a mi alrededor. A la izquierda se prolongaba el paseo, repleto de gente. Busqué con la mirada alguna cara conocida. Me volví a la derecha y de pronto vi a mi padre. Se encontraba a unos metros de distancia. Estaba cubierto de sangre y le costaba andar. Recé para mis adentros que la sangre no fuera de él y corrí hacia él lo más rápido que pude.
Al verme echó a correr en dirección contraria. Le alcancé sin preguntarme por qué huía de mi.
-¡Soy yo!¿Estás bien?¿Dónde está el resto?- dije atropelladamente temblando de la tensión.
-¡Yo lo hice!- exclamó enloquecido.
Me miró con furia y se sacó una katana de la cintura e intentó atravesarme de parte a parte. Yo flipando claro. Me hizo un corte en la cara, dejándome ahí tirado cegado por la sangre que cubría mi rostro. Antes de que pudiese reaccionar, ya había escapado. Entonces la verdad me golpeó en la frente... mi propio padre... pero ¿porqué iba a hacer algo así?... no tenía ningún sentido. Todos estos años trabajando como un descosido para mantenernos y ahora... ¿va y se carga a todos? Me había imaginado muchas veces que mi padre muriese y que yo tuviese que mantener a toda la familia... pero no al contrario...
Seguía ahí tirado en el suelo. Un grupo de personas me rodeó, preguntando lo ocurrido. Me levanté sin dar ninguna explicación. Vi la katana que había usado mi padre en el suelo y a un hombre que se acercaba a recogerla.
-¡Quieto!, ¡Si la coges... te mataré!-
Dije esto apenas sin darme cuenta. Para mi sorpresa el hombre vaciló asustado y retrocedió. Cogí la katana. Estaba bañada con demasiada sangre como para ser toda mía. Debía ser de mis hermanos, me dije furioso. Pedí disculpas al hombre. Al fin y al cabo, sólo intentaba ayudarme. Conseguí persuadirles de que no llamaran a la policía. No quería que nadie interfiriera. Llevaría a cabo mi venganza por mi cuenta.
Los días siguientes no fui a clase y los pasé mentalizándome para matar a mi padre. No era tan fácil como parecía.
Me senté en la orilla de un lago, donde allí nadie me interrumpiría. Estuve largo rato meditando, consumiéndome en el odio. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Porqué yo?¿Porqué cojones...
-Bonito día ¿eh?-
Me volví sobresaltado. Cerca se encontraba un hombre de mediana estatura, de pelo negro. Miraba melancólico al lago. Sin separar su vista de él, me preguntó:
-¿Sabes porqué has venido aquí?- y sin esperar respuesta continuó- El lago Bodom. Aquí fueron asesinados unos jóvenes. Uno aún sigue vivo, pero quedó gravemente dañado de la mente. No pudo vengarse-.
Se sentó a mi lado y nos quedamos un rato en silencio. Yo meditando sobre lo que acababa de decirme.
-¿No te sientes afortunado?- preguntó de pronto.
Le dirigí una mirada incrédula, dando por evidente mi respuesta.
-La gente suele venir aquí instintivamente cuando ha de vengarse. El hecho de que estés sano y salvo implica que podrás llevar a cabo tu venganza- tras una breve pausa añadió- de hecho, te envidio-.
-¿Entonces no estás aquí por venganza?- le pregunté. Tenía la voz ronca de estar tanto tiempo sin hablar.
-No, yo ya la disfruté- sonrió.
-¿A qué has venido entonces?- dije malhumorado.
-He venido a ayudarte. Ven conmigo- dijo.
Sin más palabrería se volvió y echó a andar. Dudé un momento. Hace tiempo que aprendí a aceptar cualquier tipo de ayuda. Pensé que no podía hacerme ningún daño el hecho de ir con este hombre. Finalmente me levanté y le seguí. Me pregunté quién sería, aunque nunca se lo cuestioné... simplemente acepté la ayuda que me ofrecía. Tampoco le pregunté por qué me ofrecía su ayuda ni cómo sabía que toda mi familia estaba muerta. Me limité a ser su aprendiz....



The Reaper

viernes, 25 de enero de 2008

El escultor


Era un hombre de apariencia sencilla que, a pesar de sus años, trabajaba durante horas diarias en su tienda. Sudor y polvo habían convivido en su frente tantas veces que comenzaba a coger un tono natural tan grisáceo como el de su barba. Picaba piedra con precisión y atendía a encargos de toda clase: desde pequeñas y delicadas miniaturas para una mesa o estantería a grandes y pesadas esculturas para adornar principalmente parques con algún vacío aparente.
Pero este hombre atendía más que a ese tipo de recados. Poseía la capacidad de crear estatuas vivientes. Bueno, en un principio no diferían de las normales pero la primera persona en tocarlas dejaba su alma atrapada en la susodicha estatua y su cuerpo quedaba inerte al momento. A partir de entonces, las estatuas tenían la capacidad de moverse durante unos segundos al ser tocadas por otra persona pero eran totalmente ciegas y mudas aunque contaban con las capacidades de oír y palpar. Según la reacción del alma, algunas estatuas habían aterrado a quienes habían tenido algún contacto con ellas y, evidentemente, no resulta agradable sentarte a reposar la espalda en una estatua y al tocarla comience tu apoyo a moverse (más aún estando supuestamente inerte). Algunas llegaban incluso a matar a quien alcanzaban antes de volver a quedarse quietas.
El anciano nunca preguntaba a aquellos que le pedían los encargos “especiales”, pues era el negocio y no tenía que ver con él. Lógicamente, tanto él como los extraños clientes que requerían esa clase de servicios, utilizaban guantes tanto para esculpir como para recoger las estatuas.
Un día cualquiera se levantó y preparó para ir a su taller. Al salir de casa notó un frío extremado para la época en que se encontraba, así que volvió a entrar a coger algo más abrigado. Volvió a salir, cruzó el jardín y apenas se dio cuenta de lo desiertas que estaban las calles. Llegó al taller y se puso a trabajar como de costumbre.
No había tenido un solo cliente en too el día y ya estaba oscureciendo. A pocos minutos de ir a cerrar, entró un hombre con una túnica negra, guantes en las manos y la capucha puesta proyectando una sombra que ocultaba su rostro. Al verle, sintió un frío mayor que el de la calle, aunque dentro estaban a buena temperatura.

- Buenas tardes –se adelantó al cliente-, ¿desea algo?
- Quería hacerle un encargo –respondió el hombre con una voz que había vivido por tiempo indefinido, pero firme a pesar de todo-.
- Le escucho.
- Quería seis estatuas a tamaño y apariencia humana. Seis estatuas… especiales…
- Comprendo –dijo sin extrañarse el anciano-. Ahora mismo iba a cerrar así que empezaré mañana y probablemente tardaré un par de semanas a buen ritmo. Vuelva entonces a recogerlas.
- Bien, volveré para entonces –y se marchó en silencio-.

El anciano término de recoger las cosas y marchó. –ni la temperatura ni el número de gente habían cambiado y había algo en ese personaje que le había hecho sentir incómodo.
Durante esas dos semanas trabajó sin descanso en esas estatuas con cuidado de no entrar en contacto con ellas. Y finalmente llegó el día señalado. La calle volvía a sufrir las circunstancias de hacía dos semanas pero no se enteró siquiera. Una vez más, llegó al taller y se puso a trabajar.
Tampoco tuvo clientes ese día, salvo el enigmático hombre que se presentó antes que la última vez para recoger su encargo. Sin embargo, llegó demasiado pronto y tuvo que esperar a que el anciano terminase con la última y le incomodaba mucho que le observasen trabajar. Una vez terminada la sexta estatua, ambos las cargaron en un camión pequeño en el que había venido el cliente. Seguía sintiéndose incómodo pero no lo mostró y terminaron para que el cliente se fuera. Agotado tras acabar la jornada, fue a dormir a su casa.
Tuvo una pesadilla en la que las estatuas estaban por todos lados: en su casa, en la calle… El huía pero las estatuas le perseguían y allá donde fuese siempre había más hasta que le cogían… y le mataban…
Se despertó con sudores fríos y gritó de miedo al ver una estatua alzarse ante él. ¡Las seis estatuas que había esculpido para ese hombre estaban distribuidas por su cuarto! Se encontraban inmóviles y sabía que no debía tocarlas. Se puso de pie en su cama para estudiar cómo manejar la situación y salir de allí y por la ventana pudo ver al extraño hombre encapuchado quitarse el guante de la mano derecha y chasquear con fuerza los dedos.
Al instante las estatuas comenzaron a moverse sorprendiendo al anciano que no sabía por qué podían moverse sin ser tocadas. Las estatuas movían los brazos en el aire. Se chocaban entre ellas confundidas y sus rostros reflejaban sufrimiento insonoro, como si les estuviesen torturando constantemente. El hombre retrocedió más aterrado que nunca, las estatuas tanteaban cerca y él se movía esquivando los brazos sin hacer ruido para no ser descubierto. Una de las estatuas cayó y se rompió en pedazos contra el suelo. El viejo aprovechó la situación para intentar salir corriendo pero con las prisas rozó a una de ellas y esta se giró para agarrarle instintivamente y derribarlo contra el suelo. La estatua golpeó pero falló el golpe y dio al suelo. El anciano iba a levantarse para huir cuando se vio rodeado de las estatuas que el mismo había creado…

The Blind


PD. Las estatuas se volvieron negras al secarse la sangre.

martes, 22 de enero de 2008

Anhelado silencio


Mi mente no alcanza a entender cómo la gente corriente puede andar despreocupadamente por la calle sin perturbarse en absoluto por los incesantes ruidos que raspan el aire cada día. Los motores de los coches, el apresurado paso de personas que van a trabajar, los chirridos de los autobuses al frenar delante de la parada, los conductores que parecen divertirse comunicándose mediante bocinazos, el rítmico campaneo rutinario del tranvía...

En mi caso particular es aún más desagradable. Oigo el agua moverse por las cañerías, el eterno teclear de los que trabajan en las altas oficinas, el sonido de la electricidad llegando a las bombillas, las conversaciones de los teléfonos, las hojas chocando las unas con las otras movidas por el caprichoso viento, el crepitar del fuego de las chimeneas hogareñas, las respiraciones de todo el que me rodea, el sonido de sus cuerpos al rozar con sus vestiduras, el repugnante chapoteo de los pies al remojarse con el sudor impregnado en los zapatos, la saliva correteando por la boca, el batir de alas de cientos de pájaros, el contacto de las uñas de las ardillas rasgando la corteza subiendo sin motivo aparente por los árboles... e infinitos sonidos más.

Cualquiera puede comprender que yo, con mi oído extraordinario, no pueda salir a la calle sin que mis tímpanos se vean sometidos a tal vibración que de éstos comience a emanar sangre a borbotones, intentando asimilar un mar de sonidos a través de un pequeño agujero. Esta es la causa por la que evito las grandes ciudades y me aíslo de los demás, buscando silencio en los abismos de la soledad.

Hace tiempo que escapé de casa y pasé otro tanto en el campo, sobreviviendo como podía. Bebiendo de arroyos frescos, comiendo tanto insectos como animales, resguardándome de los malos climas bajo los árboles... como en una película. En el campo no había nadie, pero no estaba silencioso ni mucho menos. Aún continué oyendo los movimientos de los pájaros. Sus cantos me taladraban la mente. Los saltamontes saltando de planta en planta, la serpiente deslizándose unos metros mas allá, las hormigas escalando los árboles sin descanso, el viento y todo lo que se lleva con él.

Pero lo peor de todo, lo que me volvía loco con creces, era la lluvia. Millones de gotas impactando sobre mi cuerpo y sobre kilómetros de tierra. Si pudieras ponerte en mi lugar, comprenderías que un diluvio por poco acabó con mi vida.

Allí me encontraba, medio muerto, tirado en el suelo. El campo tampoco era para mí. Comencé a preguntarme si este ruidoso mundo había dejado algún recóndito e insonoro lugar para mí, exclusivamente para mí.

Regresé a la ciudad, pues no tenía sitio alguno a donde ir. Entré de nuevo en el ambiente repleto de desalentadores sonidos. Las ondas sonoras penetraban en mis tímpanos como el agua en una esponja, que cuando ésta queda repleta, el agua sale por donde puede.

Debía ser día de fiesta porque no oía coches. Tampoco oía el habitual sonido de la multitud de personas caminando prestas por doquier.

Aproveché este ambiente para buscar un lugar en el que pudiera sumergirme en el silencio. Temblaba de emoción sólo de pensar el estar sólo, sin sonido alguno... al fin en paz...

Me puse en marcha. Me encerré en los sótanos más oscuros, en los áticos más abandonados, en iglesias olvidadas, en lo alto de los campanarios, en pasillos subterráneos, en cementerios... era inútil. En los lugares en los que la gente corriente se hubiese conformado, yo no me daba por satisfecho. Porque aún oía el raudo andar de las cucarachas en los sótanos, el movimiento del polvo de los áticos, el tétrico eco de las iglesias, la corriente de viento de los campanarios, las constantes goteras de los subterráneos, los gusanos comiendo cadáveres en los cementerios...

Comenzaba a enloquecer. Tenía que haber un lugar en el que no existiera sonido alguno. Me puse a pensar acurrucado en la esquina de una iglesia abandonada, tapándome en vano los oídos, pensando en ese lugar recóndito, convencido de que en alguna parte debía estar. De pronto me vino una idea a la mente.

Salí presuroso de la iglesia y volví a la ruidosa calle. Me las arreglé para robar algo de dinero... he de decir que yo era tan silencioso en comparación con los demás que nadie notaba apenas mi presencia. Entré en un edificio. Pagué a un hombre el dinero robado y me dejó entrar en una sala insonorizada. Debió extrañarle que no llevara instrumentos y que fuera solo, pero yo sabía pasar inadvertido. Entré sin más complicaciones.

Cerré la puerta. Era muy gruesa. Tenía un manillar en el que había que hacer fuerza para girarlo. En cuanto giré, un tanto nervioso, del todo el manillar, me aislé. Ya no oía los sonidos del exterior.



Me tumbé. Esperé a que las ondas de sonido producidas por mi cuerpo dejaran de rebotar por la estancia. Éstas fuero remitiendo poco a poco... hasta que al fin cesó todo sonido. ¿Ya está? ¿Esto es todo?. Estaba equivocado. Me di cuenta desesperado que aún oía cosas. Sí, aún oía mi propio corazón latiendo, enviando sangre por todo mi cuerpo. También oía señales eléctricas producidas por mi sistema nervioso enviadas a mi cerebro...

Dándome cuenta al fin que el silencio solo podría producirse con la ausencia de todo ser vivo... Tras largos minutos de dolor, logré llegar con mis propias manos hasta mi ruidoso corazón... mi propio grito me desgarró los oídos.

Finalmente, tan solo podía oír mi cálida sangre deslizándose por mi cuerpo... esto fue lo más cerca que llegué a lo que llamamos "silencio".

Yo, ciego, con un oído prodigioso, sin nada que me anclase a esta ruidosa vida, morí en la desesperación... tan solo por buscar sin éxito algo imposible...







The Reaper

sábado, 19 de enero de 2008

Mortecina Perfección



Entonces recordó aquella dulce melodía, aquella tierna música que ahora moría en sus brazos…
Se levantó del desgastado y áspero sofá perezosamente, con la infinita desgana que siempre le dejaba cada despertar. El crepúsculo inundaba el cielo con una promesa de oscuridad y sosiego; Otra vez se había quedado dormido mientras tocaba, mientras admiraba, embelesado, la dócil y agradable canción que siempre lo acompañaba en sus sueños, noche tras noche.
Cogió con cariño su guitarra, paseó los dedos por el mástil acariciando todas las cuerdas y la posó sobre el escritorio con cuidado. En silencio, pensaba con nostalgia en todos aquellos apacibles atardeceres que habían escuchado la más perfecta e impecable melodía, la que él tocaba.
Suspiró resignado mientras buscaba entre los cajones de su escritorio. ¿Qué ocurre cuando obtienes la perfección en algo que se ha convertido en tu vida? Sostuvo entre sus manos el brillo metálico y el sentimiento frío y cortante del cuchillo, llenándose de la sensación de peligro que él mismo estaba creando. El corazón empezaba a latirle con una fuerza descontrolada, queriendo salírsele del pecho. ¿Qué debes hacer para que se convierta totalmente en una parte de ti?
Bebió de la emoción que le entregaba el recuerdo de cada nota de su preciada composición, rememorando cada sonido mínimamente perceptible, su nítido eco reverberaba en su mente.
Enfrente del meticulosamente ordenado escritorio se encontraba una ventana tan limpia que daba la impresión de que no existía cristal, pero estaba cerrada. No recordaba haberla cerrado, siempre la mantenía abierta para disfrutar de la agradable brisa y el aire que despejaba sus sentidos en la fría oscuridad.
Al otro lado del pulcro cristal resplandecía una esponjosa luna completamente llena. Él sonrió con malicia; ella presenciaría el desenlace de la historia, el comienzo del olvido, el fin de su hastío.
Iba a demostrar el dominio que tenía sobre su instrumento, conocía cada centímetro y lo distinguía con los ojos cerrados, al tacto, diferenciaba automáticamente cada nota y era capaz de obtener cualquier acorde, cualquier melodía. De trasmitir casi cualquier sensación. Casi.
Estaba decidido a culminar su obra, a transmitirse a sí mismo la última sensación, la más opresiva, cubierta de angustia y agobio, barnizada de desesperación.
Sin soltar en ningún momento el cuchillo, desató las cuerdas del clavijero minuciosamente y acto seguido las separó del puente. Las fue colocando estiradas, ordenadas, sobre la mesa.
Entonces cambió de idea, dejó el cuchillo junto a las cuerdas y sacó un pequeño maletín que guardaba con esmero, el cual hacía incontable tiempo que no abría. Dentro aguardaban diversos objetos diseñados para cortar, sajar, sanar… Primero centró su atención en la jeringuilla, que reposaba al lado de una negra funda de piel, y que contenía una potente sustancia anestésica.
Sacó de la pequeña bolsa el líquido transparente y llenó la jeringuilla, ayudado por la práctica que le otorgaban tantos experimentos llevados a cabo con anterioridad.
Pinchó y hundió la aguja en la blanquecina carne de su brazo izquierdo y vació su contenido lentamente. Progresivamente fue notando una privación de la sensibilidad, cómo perdía el tacto, sintiendo su drogada extremidad dormida. Pronto culminaría su preciada ambición, aquel deseo infame y tortuosamente obsesivo de unirse con lo que más apreciaba en este mísero y desastroso mundo de sombras. Ridícula e incomprensible existencia…
Él ya tenía una razón para vivir, pero ahora no tenía sentido, por lo que sólo anhelaba encontrar la razón adecuada para morir.
Pero sólo después de alcanzar el cenit de su paranoia y obtener el placer de regocijarse y fundirse con su amada, con su única amada.
Rebuscó unas tijeras y en alternancia con una complicada serie de aparatos ejecutó con inaudita precisión el corte de la carne, apartando el músculo, desde la muñeca hasta antes de llegar a la zona del codo, utilizando sólo una mano gracias a que su capacidad de utilizar tan acertadamente sus flexibles dedos y su entrenada muñeca sobrepasaban la del mejor cirujano. Era parte de su don.
Con los tendones al descubierto, asintió complacido al comprobar que su habilidoso corte había sido efectivo, perfecto.
Después de largas y aparentemente interminables horas de trabajo y dedicación, después de despedir la noche y dejar pasar la luz del sol al interior de un solitario ático, después de que huyera la luz perseguida por densas tinieblas proclamando el triunfo de un nuevo anochecer, la luna acudió una vez más a su encuentro, dispuesta a espiar el resultado final de tan extravagante arte.
Seis de sus tendones yacían sobre el escritorio cerca de la guitarra, mientras que las cuerdas de tan bello instrumento estaban empalmadas, fusionadas, en su brazo inmóvil, un grotesco haz de fibras que unía los músculos con el hueso de una forma antinatural.
No le preocupaba que los anticuerpos y defensas de su organismo reaccionaran violentamente y con nefastas consecuencias para su cuerpo, al fin y al cabo, no pensaba utilizarlo por mucho más tiempo y su brazo carecía de motivos para conservarse activo.
Abrió con su mano derecha la ventana permitiendo que un viento glacial recorriera la estancia. Mientras el helado viendo se colaba desvergonzado y agitaba sus ropas, se puso de rodillas en el escritorio y se asomó para examinar el suelo asfaltado siete pisos por debajo, decorado con vallas, alambradas y árboles secos, deshojados y podridos; restos de la inexorable peste de la humanidad.
Respiró profundamente, de repente sentía los hombros pesados y aturdidos, un sudor frío recorría su frente. Se humedeció los labios secos con la lengua y llenó una vez más sus pulmones reteniendo el aire durante unos segundos, soltándolo despacio. Viviendo antes de pronunciar un adiós para siempre, la despedida final.
Entonces, empujó la guitarra y dejó que cayera siete pisos de altura entre el murmullo del viento, rasgando el ambiente, chocando contra las ramas de los árboles y los salientes del misterioso edificio, partícipe sin querer de una catástrofe desmedida.
Él se agarró el pecho cuando vio su adorada guitarra desgarrarse, partirse el mástil en la maravillosa y antigua verja gótica que hacía de entrada al cementerio justo en frente del que durante tanto tiempo fue su hogar. ¡Qué indirecta predicción!
La tortura que sufría su mente y su corazón al escuchar los crujidos, el sonido de la madera al estrellarse, sus quejidos al astillarse y romperse en incontables pedazos, el estrepitoso aullido al quebrarse; verla destruida.
Ya tenía una razón para morir.
Finalmente se inclinó un poco más, dispuesto a correr precisa y exactamente la misma desdichada suerte que su amada, deseó sufrir la misma lacerante caída bendiciendo las tumbas de los finados su próspera y apremiante muerte. Saltó, precipitándose al vacío. Y esta vez, su deseo se vio cumplido…
Muerto, despedazado junto a ruinas de madera, a las puertas de un arcano cementerio, aquella noche de luna llena…
Y entonces olvidó aquella dulce melodía, aquella tierna música que había muerto en sus brazos.


Dayst.

miércoles, 16 de enero de 2008

Sin control


Uno tras otro, los folios se acumulaban arrugados alrededor de la basura. Una pequeña lámpara iluminaba mi escritorio y la noche avanzaba mientras mis intentos por buscar esa inspiración que llevaba toda la noche ausente eran nulos. No podía dormir porque no tenía sueño y sabía que podría conciliarlo una vez escrito algo decente que me permitiese relajarme al fin.

¿Dónde se encontraba esa inspiración?

Intenté escribir otra idea que parecía aceptable pero el desarrollo fue tan pésimo que volví a comprimir otra hoja en una bola y lanzarla sin encestar en la basura.

En un nuevo intento decidí dejar la mente en blanco, ya que no podía ser creativo con mis relatos al menos podría serlo con los métodos para intentar escribirlos. Y así lo hice, deposité el bolígrafo sobre el papel y comencé a escribir sin saber exactamente las palabras que germinaban gracias al movimiento de mi brazo.

Pronto me di cuenta de que empezaba a no ser normal, ¿cómo podía escribir sin saber lo que escribía? Abrí los ojos. Mi mano volaba sobre aquel folio. Intenté parar pero no podía, era como una marioneta bajo sus hilos. Ante la inevitable situación, me puse a leer a la par que escribía. La historia hablaba de lo que ocurría ahora mismo pero con cosas raras: un chico sin control sobre su brazo escribiendo pero comenzaba a redactar su propia situación en el cuarto, habiendo un rayo fuera de la casa pero cayendo muy cercano. Me asusté al leerlo y ocurrir de verdad pero no podía dejarlo. En el relato ocurría lo mismo, y se daba cuenta de que estaba escribiendo sin control lo que ocurría pero no podía parar de leer ni escribir. La ventana se abría delante de él y el viento movía la cortina acariciando su rostro. Y mientras el suave tacto de la cortina me rozaba, seguía sin poder hacer nada distinto.

El joven se agobiaba debido a la situación y su cuarto comenzaba a cobrar vida, algún libro de la estantería caía detrás de él pero ni siquiera podía desviar la mirada para comprobarlo. La otra silla de su cuarto comenzaba a moverse cada vez más sobre sus ruedas y el miedo se había abalanzado sobre el sujetándole con fuerza. Y así me sentía yo, con el corazón palpitando a ritmo acelerado con la fuerza de un tambor. Entonces las tijeras de su mesa volaron cortándole en la mejilla y clavándose en la pared. Un chorro de sangre surgió en mi mejilla.

El relato seguía poseyéndome. Cuando leía algo ocurría al instante, incluso mi miedo avanzaba según el relato lo describía.

Los cajones comenzaron a abrirse y cerrarse, las luces se encendían y apagaban pero nada detenía al escritor. Quiso entender que su brazo no se movía solo, era él quien inconscientemente quería seguir con el relato y aunque aparentemente quisiese parar jamás habría sido capaz de hacerlo.

No había nadie en su casa pero pronto, la puerta fue golpeada con fuerza una primera vez. Y la escuché sonar. Sin volver a llamar, la puerta se abrió y al abrirse todos los objetos perdieron su vida pero se quedaron de tal manera esparcidos por el cuarto. Una figura cruzó la puerta. Mi miedo aumentaba brutalmente, ¿podría escribir sobre mi propia muerte? ¿O es que había traído a la propia muerte a mi habitación para pedir turno? La figura depositó una mano sobre su hombro y un escalofrío recorrió su espalda.

Y el chico decidió por fin desviar la mirada para mirar atrás y…

- ¿Cómo te has hecho eso en la cara?

- Ah… err… Hola mamá…

The Blind

domingo, 13 de enero de 2008

Busca el sentido de tu vida


Te envuelven los problemas de la sociedad. Las cosas no te pueden ir peor. Estás cansado de esta basura... incluso a veces piensas en pasar a la otra vida... Te vas de casa buscando soledad. Tras una buena caminata sin apenas darte cuenta has penetrado hasta el corazón de un tenebroso bosque. El suelo está completamente cubierto por pequeñas hojas secas, caídas de los altos y siniestros árboles que parecen cernirse hacia tí, amenazándote, y por helechos, algunos aún verdes, creando contraste con el marrón de las húmedas plantas, ya muertas. La niebla se desliza silenciosa entre los árboles, negándote la vista del camino más cercano a la salida.

Andas sin destino. Tus pies no saben a donde ir. Te cuesta caminar... la niebla parece invadir tu alrededor. Solo ves con claridad a escasos metros. Sigues caminando sin que te importe...total... ya todo da igual. Te detienes. Puedes divisar la silueta de una planta, o un árbol de corta estatura. Tiene una forma de lo más extraña... Te acercas con precaución, raramente interesado en saber exactamente lo que es. Cuando llegas a una distancia óptima para verlo con claridad, observas impresionado que se trata de un violonchelo, apoyado en una silla. ¿Cómo puede ser? Llevas tocando el violonchelo desde los cinco años... no puede ser una coincidencia. Tu cuerpo te arrastra a sentarte en la fría silla y comenzar a tocar.

Vibran las cuerdas del instrumento, de las que sonidos lastimeros se expanden por el bosque, reflejando una vida amarga y sin sentido. La humdedad del aire hace que las notas viajen con rapidez y que se oiga con claridad. Escuchas sorprendido que la niebla te responde exactamente con las mismas notas. Estáis tocando juntos. No sabes con claridad cuánto tiempo estuvísteis compartiendo la niebla y tú los melancólicos compases... pero nada te hizo sentir mejor que aquéllo.

De pronto la niebla acaba el compás con un sonido cortante... se queda el ambiente en silencio, en el cual comienzas a pensar que la vida sigue teniendo sentido mientras exista toda esa música que una vez creaste, notas y acordes que nunca nacieron y nunca morirán. Sigues tocando sin parar hasta que la niebla deja al fin de tocar... ves la silueta de la muerte levantarse cogiendo su guadaña, que desaparece tras la niebla. No temas, solo ha venido a tocar contigo...

The Reaper

lunes, 7 de enero de 2008

La partida de ajedrez


Era el 1 de enero, un nuevo año se iba y todo era alegría. Todo excepto una solitaria figura negra que paseaba entre sucias lápidas. Natán estaba harto de los muertos a quienes cuidaba, limpiaba y mantenía sus tumbas. Poco a poco, Natán, se fue acercando a una tumba con un tablero de ajedrez. En la lápida se leía: “William Defoe, el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos”. Hasta ese momento, parecía que solo habían movido las blancas.

-Hola Will-saludó Natán.-¿Has movido ya?¿No?¿Necesitas más tiempo para pensar? Bueno, pues me voy a dar una vuelta.

Cuando Natán se giró y comenzó a andar, se escucho el golpe de una ficha contra el tablero.

-No te preocupes Natán, yo moveré por él, no creo que le importe.-Lentamente, Natán se dio la vuelta y observó como un encapuchado negro, estaba tranquilamente sentado en la láìda.

-¿Quién eres?-le espetó temeroso.

-¿Acaso no es obvio?-le devolvió este- La muerte, ¿Quién iba a ser sino?

-¿Vienes a matarme?

-No. No soy ese ser sanginario que creeis los humanos que soy. Pero mueve.

-Entonces, ¿cómo eres?-le interrogó mientas movía un caballo.

-Soy bondadoso. De hecho, solo mato a la gente cuando pierden al ajedrez contra mi.

La partida avanzaba.

-Entonces, debes de ser muy bueno en esto.

-NUNCA he perdido una partida.- y tras un breve silencio, añadió- A todo esto, si pierdes, empatamos o te retiras, te mato.

Natán nunca había jugado contra alguien tan bueno. Pero Natán tenía algo que el resto de los humanos no tenía.

-Jaque mate-exclamó Natáncon gran alivio.

La muerte permanecío inmovil, asimilando la derrota. Después, repuso la piezas en su sitio.

-Ahora no me matarás, ¿no?

-No, pero porfin he encontrado un digno adversario de mi. Jugemos otra partida

-No.¡No!¡Dijiste que me dejarías vivir!

-Falso. Dije que no te mataría pero eso no significa que te deje ir.

Despacio, Natán se sentó en la tumba y lentamente comenzó a mover una ficha.

-Además,-añadió- tenemos toda la eternidad.


Xathick

sábado, 5 de enero de 2008

Sintiendo el miedo


Era verano por la mañana y hacía un sol espléndido. Al igual que todos los años en esta época, me disponía a bucear con el equipo por el arrecife de la costa. Con la lancha me acerqué prudentemente y lancé el ancla para, lógicamente, no quedarme sin embarcación. Me puse el traje y me enganché la bombona de oxígeno a la espalda para sumergirme seguidamente.

Volvía a sentirme maravillado con el mundo submarino que se me ofrecía. Siempre lograba ver algún pez y desde luego no faltaban multitud de corales que se extendían a lo largo. Pero inesperadamente hubo un desprendimiento de roca desde el barranco y cayeron varias rocas sobre el agua, alcanzando una de ellas mi cabeza…

Desperté y la inmensa oscuridad reinaba en rededor. Me dolía la cabeza por el golpe pero intenté no pensar en ello. Forcé la vista como pude pero no logré ver nada y mis ojos no se acostumbraban a tanta escasez de luz. Todo se encontraba en silencio a excepción de un gotear de agua que me sacaba de mis casillas. “¿Hola? ¿Hay alguien ahí?” repetía una y otra vez preguntando por alguien desesperado para obtener como respuesta un fuerte eco.

Paredes… suelo… al andar descubrí que todo era de roca y estaba encharcado. Tropecé y caí sobre un charco. Me había herido en brazos y piernas por el golpe con piedras afiladas y sentía el escozor las heridas abiertas al mojarlas en agua salada, pues era el olor del mar lo que inundaba el ambiente y probablemente fuese el mar quien hubiese afilado esas rocas con sus olas durante años. Estaba en una cueva.

Seguí caminando despacio, tanteando el suelo antes de cada paso, intentando no volver a precipitarme sobre las rocas aunque no podía evitar cortarme con cosas que ni tan siquiera podía percibir. Suponía que habría ostras y demás conchas cortantes. Sin embargo, en uno de mis indecisos pasos noté algo moverse y me sobresaltó provocándome otro golpe al retroceder el pie. “Un pez. Es un pez al que has pisado”, me dije en un intento de calmarme “Estás siendo irracional…”. Tenía unos nervios pronunciados que provocaban reacciones confusas en cada acción que cometía y en cada una de esas acciones acababa derramando más sangre torpemente.

Fue entonces cuando escuché un chapoteo detrás de mí y me di la vuelta manteniendo la misma visibilidad que un invidente con los ojos tapados para ponerme a gritar de nuevo preguntando por alguien que pudiera estar allí. Temblaba de frío y miedo pero, al ser de nuevo devueltos mis gritos, intenté engañarme otra vez echando la culpa del chapoteo a mi paranoia en auge.

Y poco me duró el consuelo porque empecé a escuchar un susurro ilegible que poco a poco aumentaba en volumen y se aclaraba cada vez más repitiendo lo mismo “Reclaman sangre… la quieren… dásela… dales tu sangre…”. Totalmente esquizofrénico eché a correr chocando y cayendo aumentando aún más el número de heridas que como fuentes macabras escupían sangre y me daban un vivo color.

Volví de nuevo a gritar “¡¡Sal de mi cabeza!!” y otros lamentos y sufrimientos agónicos que retumbaban por la caverna en la que me encontraba.

Vi una pequeña luz a lo lejos y con un leve sentimiento de esperanza me acerqué todavía con la voz torturándome en mi cabeza “No puedes escapar… tu sangre debe brotar… debe emanar de tu cuerpo…”.

A medida que me acercaba a la luz iba ganando visibilidad y podía evitar las rocas que antes se empeñaban en desangrarme. El agua aumentaba en nivel hasta alcanzar mi cintura. Finalmente vislumbré la salida de la cueva y la alegría estalló en mi interior pero, a pocos metros de mí, justo en la salida, comenzaba a emerger una oscura figura. Pronto distinguí un humanoide con el cuerpo cubierto de escamas. Tenía forma humana pero poseía una cabeza de pez y andaba encorvado apoyándose sobre sus extremidades delanteras al andar. Me miró sin cambiar de expresión y comenzó a andar hacia mí. Al estar a apenas un par de pasos noté que desprendía un fétido olor a pescado y yo me quedé quieto, sin la capacidad de moverme por culpa del miedo que anulaba las órdenes que daba mi cerebro para que mis extremidades me llevasen lejos de ese ser.

Empezaron a surgir un mayor número de esos repugnantes seres y comenzaron a hablar con un ruido o idioma que no comprendía. Es entonces cuando recuperé el poder sobre mis dos piernas y, a sabiendas de que mi única salida estaba por donde el horror arcano había entrado, me lancé en esa dirección al agua evitando las manos de los anfibios.

Logré esquivarlos y me zambullí en el agua. Buceé como pude a toda velocidad, pues siempre fue algo que se me dio bien. Pero sabía que me seguían por detrás de muy cerca y que, debido a su naturaleza, debían ser, sin duda, más rápidos que yo.

Llegué milagrosamente jadeando a la superficie y me encontré en el arrecife por el que buceaba anteriormente y cuando me disponía a gritar para pedir auxilio, las manos de la muerte me sumergieron de nuevo y me vi bajo el agua rodeado de ellos. Intenté luchar pero comenzaba a ahogarme y perdía las pocas fuerzas que me restaban. Antes de quedarme sin sentido, vi como uno de ellos alzaba un cuchillo hecho con conchas o similares cosas marinas… y una mancha de sangre se extendió en el agua…

The Blind

viernes, 4 de enero de 2008

Cascada de sangre


Un buen dia soñé.. con un mundo mejor, con un mundo perfecto... un mundo en el que por fin era feliz.

Poseía una guadaña de tres hojas, hermosas todas ellas. Me encontraba en una enorme extensión de naturaleza, con sus montañas elevándose en el horizonte y afluentes de agua cristalina bajando por ellas. Millones de personas habitaban esta delicada naturaleza... los niños corrían unos tras otros mientras sus padres comían no muy lejos para no perderles de vista.

Un niño chocó de pronto conmigo, cayó al suelo y alzó la mirada para ver contra qué había chocado. El niño quedó paralizado en cuanto me miró a los ojos... Miré divertido cómo sus pupilas se dilataban del horror. El pánico le dominó y echó a correr enloquecido... ¿porqué se habría asustado?,¿quizá por mi atuendo negro?,¿quizá por mi guadaña que llevo sobre el hombro?. El niño comenzó a caerme mal... observé como llegaba hasta su padre y me señalaba asustado. El padre me buscaba con la mirada... pero era inútil, él no podía verme. Mientras tanto todos los niños habían notado mi presencia y corrían junto a sus respectivos padres, éstos no entendían lo que les ocurría a sus hijos pero decidieron seguir comiendo... Una ola de odio recorrió mi cuerpo, ¿cómo es que tan bella naturaleza estaba llena de estúpidos niños y padres incrédulos?.

Comencé a caminar hacia el niño que chocó conmigo, éste retrocedió aterrorizado y mientras tanto su padre veía atónito como la cabeza de su hijo se separaba de su cuerpo bañando el césped de sangre. No se puede expresar con palabras el placer que sentí decapitando a ese niño... pero no pude contenerme: debía continuar, debía limpiar aquella naturaleza de toda la basura que habitaba en ella. Era asombroso cómo el filo de mi guadaña penetraba en la piel, atravesando huesos y músculos sin apenas esfuerzo, y cómo los adultos miraban a su alrededor buscando el origen de mis ataques...

Quince años de intenso odio y ejercicio. Me sentía mejor que nunca. Me alimentaba de los cadáveres decapitados y alamacenaba las cabezas bañadas en sangre en una gran presa. Un largo y sangriento trabajo... pero satisfactorio.

Y entonces llegó el gran día. Abrí la inmensa presa y me paré a observar desde el punto alto de una montaña el gran espectáculo: una cascada de sangre caía junto a las cabezas sobre el prado tiñéndolo de rojo. No quedaba nadie para valorar mi gran obra, pero al fin mis alrededores quedaron limpios...

The Reaper

miércoles, 2 de enero de 2008

Suicidio

Al borde de un acantilado suspirando,
el viento penetra en mi cuerpo y lo congela,
verde hierba mis desnudos pies acariciando,
y el cielo de furia truena.

Se desenlaza en mi interior una batalla,
cierro los ojos y me inclino hacia el barranco,

y bajo las olas una vida se acaba,
no fue un tropiezo... fue un salto...



The Blind

martes, 1 de enero de 2008

El maestro inspirador

Me encontraba en mi habitación, ya entrada la noche, componiendo música. Toco en un grupo algo conocido y nos limitamos a pasárnoslo bien y hacer buenas canciones.

Llevábamos un disco y había hecho bastante ruido, con lo que nos pusimos con el segundo sin pérdida de tiempo, del cual habíamos conseguido hasta ese momento ocho temas tras un largo trabajo.

Para completar el segundo álbum no nos quedaba nada mas que una canción... pero me había quedado sin ideas. Teníamos que presentarnos en la discográfica a la mañana siguiente para grabar al fin nuestro disco... comenzaba a caer en la desesperación. ¿Dónde se había ido la magia que hacía que compusiera con aquella facilidad antaño?

Decidí dar una vuelta para despejar mis ideas, mientras tanto mis compañeros se quedaban en el local ensayando... no sabían apenas componer. Todo estaba en mis manos.

Al salir vi que había tormenta y llovía... tantas horas encerrado con los instrumentos habían hecho que no me diera cuenta. Desanimado, comencé a andar sin ningún rumbo. Todas las combinaciones de notas que se me ocurrían ya las había usado antes o no quedaban bien para mi estilo de música... se me tenía que ocurrir algo, sino toda mi carrera de músico no valdría de mucho. Era necesario volver a triunfar con nuestro segundo disco... asi nos daríamos a conocer y podríamos dar conciertos a miles de fans que vendrían a vernos... sentí un escalofrío con solo pensarlo.

Paré de andar... escuchaba en medio del constante goteo de la lluvia el sonido de una flauta. En la siguiente calle giré a la derecha. Al aproximarme podía oir mas clara la melodía... sonaba bastante bien... de hecho... podría valer para mi última canción... sentí otro escalofrío de excitación.

Me asomé a la calle y observé a un hombre sentado en el suelo. Llevaba un atuendo sencillo y el rostro quedaba semitapado por una siniestra capucha. De ésta asomaba una pequeña flauta negra, con la que tocaba ahí sentado... me fijé en que no tenía ningún recipiente en el que hecharle monedas, no estaba allí por necesidad.

La calle estaba desierta y el hombre, sin inmutarse de mi presencia, seguía tocando la misma melodía... siempre la misma. Tocaba con los ojos cerrados. Ese sonido empezó a entrar en mi cuerpo... me puse a escucharlo atentamente.

Decidí seguir su ejemplo y cerrar los ojos para concentrarme exclusivamente en el sonido, sintiendo las gotas de lluvia impactando contra mi rostro.

Sentí que me elevaba en el aire a una velocidad de vértigo... hice un esfuerzo por no abrir los ojos... sabía que era la música que, como otras veces, me llevaba como a otra dimension, donde no sentía ni el espacio ni el tiempo... El sonido armónico de la flauta se electrificó en una guitarra al mismo tiempo que la batería marca un ritmo rápido... como requería la melodía... determiné los acordes de la segunda guitarra y el ritmo constante del bajo. Comienzo a cantar en mi imaginación y la canción va cogiendo forma...

Salí del trance en cuanto terminó la canción y volví a sentir la humedad de la fría calle... abrí los ojos. Seguía lloviendo y la calle continuaba desierta... pero el hombre de la flauta había desaparecido. Comprendí al instante que aquel hombre no había estado tocando allí por casualidad... no era un hombre corriente.

Sabía que la canción no se me iba a olvidar, pero aún así me apresuré a pasarla a escrito al local, donde di la buena noticias a mis compañeros.

Estaba amaneciendo, las nubes se habían ido y, mientras nos dirijíamos a la discográfica, dije para mis adentros pensando en aquel hombre de la flauta... “Gracias... maestro...”

The Reaper

Inicio de una Nueva Era

Comenzamos este blog mi primo y yo para compartir aquello que escribimos y por lo que desvariamos.
Se advierte del contenido violento que pueden contener ciertas entradas hasta el punto de lo desagradable.
Firmaremos anónimamente como "The Blind" y "The Reaper" según quien escriba y actualizaremos cuando nos venga en gana.
Las encuestas generalmente tendran un plazo de una semana para votar.
Aceptaremos todo tipo de comentarios sin restringir ninguno.
Nosotros solo promovemos paz, amor... y que ostias! sangre!!

The Blind