martes, 29 de abril de 2008

Parodia a CoB


Nos dirigíamos mi primo y yo al esperado concierto de Children. Tocaban en Estocolmo y como no teníamos suficiente dinero decidimos ir andando (nos lo habíamos gastado absolutamente todo en camisetas, muñequeras...).

Llegamos allí y todo el mundo estaba gritando palabras incomprensibles para mí. El inglés no es mi fuerte, y temía que el de mi primo tampoco lo fuese. Nos dirigimos hacia la explanada en la que tendría lugar el concierto e hicimos una breve cola. Cuando nos tocó nuestro turno nos encontramos al puerta. Era un hombre de unos dos metros de altura y similar medida de anchura. No cabía en sí tanto músculo. El grosor de su cuello superaba con creces el tamaño de su cabeza melenuda. Pero como llevaba una camiseta de Children no nos importó demasiado. Era de los nuestros. El caso es que nos quería cobrar los diez mil euros de entrada y le explicamos que nuestro dinero se lo había comido el lobo de mi primo. No pareció muy convencido y observé acojonado que comenzaba a apretar los puños. Lo resolvimos sobornándole con una copia del dvd del concierto (el cual aún no había empezado). Mi primo me miró con desconcierto, pero yo sabía que sus músculos debían estar inversamente proporcionados con su cerebro. Y así fue, el puerta (nos enteramos de que se llamaba “metal”) se dio por satisfecho con su “dvd” y pasamos sin problemas.

Unos kilómetros mas adelante se podía divisar cómo la multitud se comenzaba a reunir para el momento. Me pregunté por qué habría tanta distancia entre la entrada y el escenario. Se lo comenté a mi primo y me respondió que probablemente se llenaría todo por completo. Por nuestra parte estábamos hasta los cojones de andar y todavía había que esperar unas seis horas. Nos pareció una agresión a nuestro natural instinto de vaguería. Así que nos tumbamos ahí en medio. La gente no nos pisaba porque éramos demasiado heavies (me enteré, culpable: mi ignorancia, que esta palabra no hace falta escribirla con mayúscula porque resalta por sí sola). Para nuestra sorpresa todo el mundo siguió nuestro ejemplo. Cada persona que entraba se tumbaba en el suelo (esto luego nos sirvió porque al levantarnos teníamos mas espacio). Metal (el puerta) decidió quitar las vallas y que se uniera todo cristo que quisiese: el resultado fue que antes de comenzar el concierto se encontraban 666000 millones de personas tendidas en la explanada roncando al unísono... me pregunté en mis sueños si aquellos ronquidos podrían considerarse música...

Nos despertamos al mismo tiempo por un rugido atronador de Alexi Laiho. Lo primero que nos gritó fue que se lamentaba de no haber llegado un par de horas antes para echar con nosotros una cabezadita. Respondimos alzando los cuernos (gritando, saltando... etc.). Una chica que saltaba a nuestro lado de desmayó de la emoción y cayó sobre nosotros (cabe decir que estaba muy bien dotada). Sin pensarlo dos veces, mi primo y yo la despertamos a base de puñetazos. La chica abrió los ojos, confusa, y nos dio las gracias. Observé que la chicha miraba de reojo a mi primo. El sol se puso. Las nubes abrieron paso a la tenue luz de la luna llena, que nos iluminaba a todos, dando un toque tenebroso y siniestro.

El concierto comenzó. Tronó el sonido distorsionado de la guitarra acompañado de solos de teclado aparentemente sin sentido. Me dirigí al primo pero ya no estaba allí. La gente se volvió loca. Decidí pasar del primo porque aunque le buscase sabía que no lo iba a encontrar. Al fin y al cabo, ¡estábamos mezclados entre 666000 millones de personas!. Comenzó el concierto con el primer tema de su último disco “Living dead beat”.

Me encontraba a unos tres metros del escenario y era absolutamente imposible adentrarse más. Mi mente estaba concentrada. Recordaba el disco escuchado en mi casa y no se diferenciaba en nada del directo que estaba escuchando. Era perfecto. Pasaron un par de canciones mas y yo estaba sin aliento, pero el primo y yo nos habíamos entrenado duro para aguantar las doce horas de concierto.

Cerré los ojos, como suelo hacer, y me limité a escuchar. Oí el inconfundible teclado que daba comienzo a “Hate Me!”. Abrí los ojos, me encontraba en el escenario, frente al micrófono. Miré desconcertado a la multitud de gente que llegaba hasta el horizonte. Todos saltando y alzando sus manos hacia mí. Decidí no preguntarme que cojones hacía yo allí y me dispuse para aprovechar el momento. Un hombre se asomaba detrás de un gigantesco altavoz haciéndome señas para que me acercara. Me dio la guitarra negra de Alexi. No me preocupaba el hecho de que no supiera cantar ni tocar la guitarra, y mucho menos para reemplazar a Alexi Laiho.

Me volví hacia el batería con intención de preguntarle qué tema íbamos a tocar, pero cambié de idea al ver que estaba demasiado ocupado tirando las baquetas al teclista. Se lo pregunté al guitarra pero no obtuve respuesta, estaba intentando pegarme. Antes de que algún puñetazo me alcanzara, el teclista puso las manos con una seguridad asombrosa sobre el teclado mientras esquivaba las baquetas del batería... y comenzó “Hate Me!”. Mis manos se movían a velocidad de vértigo por el mástil de mi nueva guitarra y de mis cuerdas vocales salían los míticos rugidos de Alexi. Oía el estruendor del público y podía oír con claridad los gritos de mi primo. Decidí que al terminar la canción le tiraría la guitarra como obsequio.

Cerré de nuevo los ojos. Sentí que mi cuerpo volaba y de alguna manera me encontraba en una extensión de campo. No había casas ni carreteras a mi alrededor, cosa que agradecí. Siempre me gustó estar apartado de los demás. Era de noche, la niebla abarcaba el terreno, deslizándose entre los árboles silenciosos como la muerte. Me volví. Vi a una mujer. Una chica aproximadamente de mi edad apoyada en un árbol, con los brazos cruzados, mirándome. Llevaba un atuendo sencillo. La tela negra cubría sus partes más íntimas mientras que el torso, la espalda y las extremidades quedaban al descubierto. Iba descalza. Tenía el pelo negro que le cubría parte de su hermosa cara. Labios perfectos, nariz perfecta... Su mirada estaba clavada en la mía. Tenía unos ojos como inmersos en la oscuridad, y dejaba ver en sus pupilas un brillo rojo... nunca en mi vida había visto una mirada como aquélla. De hecho, nunca había visto ninguna mujer siquiera parecida a ella... era perfecta.

Me dedicó una sonrisa, que dejaba ver sus dientes perfectamente colocados y blancos... y me pareció ver también unos colmillos afilados.

-Al fin llegas- me dijo.

Su voz era suave, pero a su vez oscura... todo en ella parecía hechizarme. Me pregunté si me convenía. Igual quería seducirme y luego torturarme. Me sonrió de nuevo, divertida, como si hubiese leído mi pensamiento.

-Ven conmigo, llevo esperándote mucho tiempo- tras decir esto se volvió y se puso a caminar.

Yo la seguí. No pude evitar dejarme llevar por la imaginación al observar su cuerpo al andar. Pero pronto me di cuenta de que si ella podía saber lo que pienso, lo mejor era no seguir por ese camino. Y efectivamente, vi como giraba un poco la cabeza para mirarme de reojo y volvió a sonreír. Avancé el paso y me puse a su altura. Me fijé en que llevaba tatuado en la muñeca una clave de sol.

Al fin pude desviar la vista de ella y observé a mí alrededor. Andábamos por un camino desgastado por los años e iba ascendiendo poco a poco. A través de la densa niebla pude ver un monte que se alzaba ante nosotros. Sin apenas darme cuenta me hallaba conversando con la chica, caminando hacia aquel monte. Sentí como si la conociera de siempre, pero como si nunca me hubiese parado a hablar con ella. Me contaba que en esta dimensión sólo habían logrado entrar los miembros de Children, ella y yo. Al parecer en esta dimensión descansan los espíritus de los niños que fueron asesinados en el lago aquella noche...

Continuamos ascendiendo por el camino y nos encontramos a los miembros del grupo haciendo botellón entre los árboles. Nos sentamos un rato con ellos.

El batería al parecer quería aprender a tocar la guitarra. El resultado fue que, después de tocar un par de notas, se cansó y la cogió por el mástil y comenzó a aporrear el suelo. Lo mejor es que no sonaba mal del todo.

Alexi y, para mi sorpresa, el antiguo guitarra del grupo, estaban revolcándose en un nevero y al parecer competían para ver quien conseguía mantenerse mas tiempo haciendo el pino... el resultado, añadiendo unas botellas al asunto, es evidente. Alexi se acercó tropezando en eses.

-Youuaaaaooo metal fuckeer yaaaw, yiiiieeeeaaaoooo- me gritó. Después se alejó gritando a los árboles Yaw! Yaw! Yaw!

El teclista estaba con su teclado intentando tocar la melodía que predecía a la canción de “Majesty”. Le pregunté que, si le costaba tanto una melodía tan fácil, como es que en los discos hacía aquellos solos increíbles. La respuesta fue, que si para “Majesty” tenía que practicar un mes hasta aprendérsela, que me imaginase el tiempo que había dedicado para hacer los solos...

El bajista por su parte estaba en un rincón marginado potando por exceso de alcohol. Y nadie se compadecía de él... de hecho, no sabían ni su nombre.

La chica me puso la mano en el hombro y me dijo que debíamos seguir. Me costó irme porque los miembros del grupo querían que me quedara y me invitaban a vodka negro, la bebida de los lobos, mientras que Alexi me decía: Yaw?. Rechacé la oferta y continuamos subiendo camino arriba.

-Oye, por cierto, ¿cómo te llamas?- le pregunté a la chica. Con la que ya empezaba a familiarizarme.

-No es necesario que lo sepas, ¿no crees?- se limitó a responder sonriendo de nuevo.

Me quedé meditando estas palabras, pero antes de llegar a ninguna conclusión paré de andar. Frente a nosotros estaba la muerte, tal como la había imaginado siempre: con un manto negro que le cubría todo el cuerpo, encapuchado, ocultando siempre su desconocido rostro. Su guadaña asomaba por encima de su cabeza, intimidante. Estaba sentada en una roca y a su alrededor se encontraban cuatro lobos. Eran como espíritus. Uno de ellos clavó su mirada en mí y pude ver a través de sus ojos el alma de uno de los niños asesinados en el lago...

La muerte se levantó y se puso a andar bajando por el otro lado del monte. Los lobos le siguieron, y nosotros también. Bajamos durante un rato y nos llegamos a la orilla del lago Bodom. Caminamos por encima del agua cubierta por la niebla, había algunas llamas dispersas a lo largo de la superficie. Los lobos, niños en su interior, corrieron y saltaron alegres, jugando con la muerte. Irónico.

-Observa bien- me susurró al oído la chica. Hizo que mi cuerpo temblara de un escalofrío cuando me cogió de los brazos, apoyando su suave barbilla sobre mi hombro, observando la escena.

Los miembros del grupo, dirigidos por Alexi, se encontraban ahora en el centro del lago, tocando sin parar “Lake Bodom”, rodeados de llamas. La muerte estaba levitando sobre el grupo, inmóvil, mientras los lobos bailaban bajo la luna llena dejando ver la vida pasada de los niños asesinados.

De pronto todo se desvaneció. Abrí los ojos y me encontraba en el concierto de nuevo, agarrado fuertemente a la valla de la primera fila. Noto que alguien me coge del brazo. Me vuelvo... y veo... esa mirada... esa cara. Es la chica otra vez. Intenté hablarla pero al hacerlo sentí un dolor agudo en la garganta, como si me atravesaran la tráquea con una espada.

-No hables, tienes las cuerdas vocales desgarradas- oí que me decía en medio del griterío del concierto.

Alcé la vista hacia el escenario y vi que Alexi me miraba con una sonrisa cómplice y me guiñaba un ojo, todo esto mientras cocinaba salchichas en medio del escenario. Tras esto, la chica me llevó fuera. El concierto había acabado. La gente de mi alrededor me daba palmadas en los hombros felicitándome.

La chica vio mi cara de confusión y me explicó que había gritado tanto que había llamado la atención entre el público. Nos encontramos por el camino con mi primo, que llevaba de la cintura a la chica que se había desmayado al inicio del concierto. Ninguno de los dos nos dirigimos la palabra. No teníamos voz como para hacerlo.

Faltaba aproximadamente una hora para que saliese el sol, la cual aprovechamos con nuestras respectivas chicas en privado. Me fijé en que mi chica tenía otro tatuaje que ponía “CoB” en el cuello.

Le hice señas haciéndoselo saber y me dijo que yo también lo tenía... éramos los únicos que sabíamos sobre la muerte y los lobos de aquel monte... los únicos que conocíamos en realidad el verdadero sentido de Children of Bodom...


The Reaper

sábado, 26 de abril de 2008

Paseo Nocturno


Finalmente decidí abrir los ojos. Era tarde pero no podía conciliar el sueño y empezaba a aceptar que no podría dormir. Mis pupilas estaban perfectamente adaptadas a la oscuridad y no encendí la luz porque me dañaría. Desde que perdí toda ilusión por la vida había tenido que refugiarme en la oscuridad para no ser cegado y ya había aprendido a convivir con ella. Ella me aislaba de toda esa maldita luz infernal, es luz que producía este asqueroso mundo del que necesitaba apearme y enterrar todo recuerdo que con él me relacionase.

Salí de mi cuarto sin hacer ruido, pues la casa estaba en calma y así debía seguir hasta que el salir del Sol devolviese la rutina. Necesitaba salir para pasear y pensar, ¿qué haría con mi vida si no hay nada por lo que merezca la pena vivirla? Me abrigué sin prisa y cerré la puerta de casa tras de mí.

Comencé a andar sin rumbo fijo cubriéndome los ojos con las manos y mirando al suelo para reducir el daño que me producían las farolas encendidas. Tuve que romper un par de ellas especialmente luminosas e incómodas que parecían burlarse a mi paso y alumbrar más para mostrar su opulencia.

Pronto me paré en medio de un puente que pasaba por encima de una ría que atravesaba la ciudad. Ese punto en concreto estaba sin iluminar y la luz de las farolas llegaba tan tenue que era imperceptible incluso para mí. Instintivamente me llevé las manos a la cara para ocultar mis ojos.

¿Qué había sido aquello? Luz… un rayo de luz me había dado de pleno y… no me había hecho daño alguno. ¿Qué sería?

Me asomé asombrado –e incluso algo asustado- al borde de la valla y busqué con la mirada. Allí estaba reflejada su belleza en el espejo de agua con su redonda perfección. Alcé la vista hacía su verdadero paradero y la dirigí al cielo, donde la Luna, moneda de plata brillando en la noche, musa por mí antaño idolatrada, devolvía con fuerza el brillo a mis ojos después de tanto tiempo…

Mi respuesta no se hizo esperar. Recuperado un sueño imposible, me veía obligado a luchar por lograrlo y, sin remedio alguno, comencé a andar en dirección hacia ella a pesar de que se alojase en el cielo.

Tras un largo camino, me encontraba en medio del monte cruzando entre árboles. Podía ver mi propio aliento ascender como el humo, pero apenas veía la Luna, que estaba oculta entre ramas y hojas. No mucho más tarde, me tuve que detener al borde de un precipicio, una gigantesca cicatriz en la tierra que se extendía hasta donde la vista no llegaba a alcanzar. Un precipicio en el que se escuchaba el grito del silencio arrastrando a lo lejos su eco para alcanzar con violencia mis oídos y no producir sonido alguno.

Abatido, clavé mis rodillas en el suelo sin saber qué hacer y desde ese suelo miré a la Luna clamando por una señal. Y cuando iba a dar por perdida mi batalla, me fijé en que algo bajaba de la Luna. Unos finos hilos bajaban desde ella y, lentamente, fueron formando un puente perfecto de aspecto fantasmagórico con un leve tono azulado. Había allanado mi camino.

Dudé. Puse con cuidado un pie sobre el puente. Era perfectamente sólido. Cogí un poco de confianza y di un paso tras otro por el largo puente y, en medio de éste mismo, quise me giré para dedicar una sonrisa a mi sueño. Y entonces apareció una caprichosa nube que rápidamente se interpuso entre nosotros, cortando esos hilos que nueva esperanza me daban. Y yo, sin poder reaccionar a tiempo, caí en el vacío.

Y un alarido, seguido de un ruido ensordecedor, tronaron en la noche.

miércoles, 23 de abril de 2008

Oscura lujuria

Desmonté del caballo y le golpeé con la palma de la mano detrás de la montura para que siguiera cabalgando sin mí. De todas formas, no era mío.
El camino se alejaba de la ciudad y conducía a un burdel que estaba a pocos kilómetros de distancia. Respiré el aire fresco del campo y seguí caminando por el camino pedregoso y polvoriento, siempre con la capucha ocultando mi rostro para pasar desapercibido.
Llegué hasta el burdel y atravesé la cortina de cadenas con bolitas rojas que estaba a modo de puerta. El aroma de incienso y flores me confundió por un momento los sentidos. Miré a ambos lados de la entrada y me dirigí hacia la mesa donde se encontraba el encargado. Su mirada reflejaba cansancio y el escaso pelo blanquecino intentaba ocultar su evidente calva.
-Hola ¿qué desea?- preguntó mecánicamente sin levantar la vista de sus papeles.
-No acostumbro a visitar burdeles para comprar galletas- respondí secamente sin siquiera mirarle.
-¿Eh?... Oh, por supuesto- titubeó el hombre levantando la mirada hacia mí mientras se incorporaba de su silla- Sígame por favor y le enseñaré algunas de nuestras preciosidades.
Me condujo al interior de una sala repleta de sillones y cojines esparcidos por el suelo. Justo delante, una vidriera de cristales blancos, rojos y amarillos dejaba pasar un haz de luces de colores que iluminaban la estancia. La sala estaba llena de jóvenes muchachas vestidas con finas telas de seda que jugaban y charlaban entre ellas. Muchas dirigieron la mirada hacia mí, sonriendo. Me quité la capucha con lentitud.
-¿Qué me dice de esta jovencita?- propuso el encargado mientras se adelantaba y hacía levantarse a una de las chicas.
No respondí, seguí paseando la mirada por el resto de la sala, ignorando la propuesta. De pronto clavé la vista en una muchacha de la esquina. El pelo castaño caía ondulante sobre sus hombros. Tenía una cara preciosa y una mirada seductora. Estaba sentada sobre las piernas de otra chica y le acariciaba con gracia las prendas semitransparentes que cubrían sus protuberantes senos.
El encargado siguió mi mirada y sonrió complacido.
-Buena elección. Aunque si se me permite añadir, es de las más caras.
Comencé a caminar hacia ella.
-Mmm... disculpe... tiene que pagar por adelantado- añadió.
Paré de andar, molesto. Volví la cabeza hacia él con lentitud y le miré a los ojos. Retrocedió un paso.
-Bueno... su-supongo que puede pagarme cuando termine- dijo terminando con un hilillo de voz, intimidado.
Giré de nuevo la cabeza hacia la chica, que se había levantado y me esperaba con una sonrisa traviesa. Tenía un cuerpo perfecto. Cuando llegué hasta ella me cogió de la mano y me guió por un pasillo que se encontraba en el lado opuesto de la sala donde se podían oír risitas o gemidos de placer procedentes del resto de las habitaciones.
Me llevó hasta la última habitación. Abrió con delicadeza la puerta y me cedió el paso. El dormitorio estaba cubierto con pieles rojizas y junto a la pared había una cama bajo un dosel que dejaba caer una cortina aterciopelada, roja también. Delante de la cama había un armario aproximadamente de mi altura. Del techo colgaba una lámpara con forma de mujer que iluminaba débilmente la habitación.
-Tienes las manos heladas- me dijo la chica mientras cerraba la puerta.
-Siempre he sido de sangre fría- me limité a responder.
-Yo te daré calor- sonrió con picardía y me puso una mano en el rostro. La apartó de un respingo- ¡Estás helado!.
-Ya te lo he dicho, soy de sangre fría- dije mientras me dirigía hacia el armario.
Giré la llave ya introducida en la cerradura y observé el interior. Contenía todo tipo de artilugios eróticos. Divisé en un lateral lo que me interesaba: las esposas.
-Te cobraré más por eso- advirtió con voz cantarina mientras se tumbaba en el colchón.
Me arrodillé junto a su cuerpo ya desnudo y até sus muñecas a la cabecera de la cama. El calor de su piel comenzó a embriagarme. Me tumbé encima de ella y le acaricié el cuerpo, con el rostro, con las manos, comenzando por el sexo y llegando hasta los pechos, absorbiendo el calor de su suave cuerpo. Noté como un escalofrío recorría su piel, al tiempo que ésta se le ponía de gallina y los pezones se endurecían.
Intentó besarme pero le frené los labios con la mano. Sentí cómo su corazón se aceleraba y la sangre caliente recorría sus venas con más fuerza. Le miré a los ojos... y sonreí. El grito de terror quedó ahogado bajo mi mano y hundí mis colmillos en su suave y cálido cuello. Su pecho subía y bajaba desesperadamente bajo mi cuerpo y sus manos intentaban frenéticamente liberarse del metal. Saboreé la sangre que se deslizaba entre mis labios y resbalaba por mi garganta.
- Policía. ¡Abran la puerta!.
Se oyeron fuertes golpes, que se fueron incrementando al ver que nadie respondía. Finalmente la madera cedió y los guardias entraron a toda prisa. Observaron atónitos la macabra escena.
Yo me desvanecí, no sin antes dedicarles mi mejor sonrisa.

The Reaper

PD: Fue el encargado que llamó a la policía diciendo que un hombre pálido y frío como un cadáver se había negado a pagarle y que temía lo peor... no le faltaba razón

domingo, 20 de abril de 2008

Si yo fuera zombi...

Capítulo 2: ¿Arhgmn? (¿Enfermo yo?)

Caminó durante toda la noche buscando amistades nuevas con las que compartir sus sueños y esperanzas, alguien que pudiese entender su complicada situación, alguien que se dejase comer el cerebro… sin embargo no encontró a nadie más debido a las tardías horas por las que se había perdido.

Una vez amaneció, la mayoría de la gente tenía la misma cara que él al ir a trabajar. Apenas un hombre se dio cuenta de que nuestro zombi, al que a partir de ahora llamaremos “Pincho Moruno”, estaba empapado de sangre por todos lados. Sí, esa debía ser la mayor diferencia con el resto de madrugadores. El señor en concreto no se le acercó pero, tras una llamada suya, llegó una ambulancia tronando con una sirena a lo largo de la calle.

Bajaron gritando como locos y Pincho Moruno sabía por qué. Sintió curiosidad así que se dejó atar a una camilla y llevar al hospital para “ejj eh iaaargh” (ver que ocurría). Lo llevaron todo lo rápido que pudieron de nuevo con la bocina molestando a todos cuantos se encontraban a un radio de trescientos kilómetros y le metieron en una habitación de urgencias.

Ese mismo día hubo dos suicidios por falta de tiempo para dormir. Casualmente por donde había pasado la ambulancia.

En urgencias los médicos llegaron alborotados y no podían creer lo que veían en aquel paciente. Abundaban observaciones como “¡¿Cómo puede estar vivo si no tiene pulso?!”, “No se que le pasa que no dice nada normal. ¿Un ataque de epilepsia?”, “¡No respira!”, “¡¿Esto de su camiseta son sesos?!”, “¡Es la gripe más fuerte que he visto nunca!”,… En fin, que tras varios análisis de médicos confusos e impotentes, decidieron llamar a un exorcista.

El señor exorcista no se hizo de rogar y apreció en escena. Un hombre totalmente vestido de negro, con una cruz de madera colgada atada al cuello y colgando por el pecho y que portaba un maletín entró y seguido de ver a Pincho Moruno pronunciando algo ilegible (que, por cierto, era un amistoso saludo), encontró al demonio poseyendo a una oveja descarriada. Abrió el maletín y sacó una Biblia y se puso a leer pasajes de esta misma.

Una vez leídas algunas cosas, dejó su libro de cuentos y le comenzó a echar gotitas de agua sagrada mientras decía “Sal de este cuerpo Satanás, yo te expulso”. Ante una situación tan extraña, a Pincho Moruno no se le ocurrió nada mejor que hacer que interpretar su papel y agitarse y berrear (en la medida de lo que podía) como un buen poseído. Los médicos no daban crédito a lo que veían, ¿de verdad era útil aquello? Parecía que sí y encima el exorcista se emocionó y aumentaba el tono de su voz para que se oyese sobre los gritos del diablo. Por si fuera poco parecía que se le iba más la olla y disfrutaba con todo aquello. Su sonrisa era totalmente psicótica, parecía él el endemoniado.

Tras plantarle la cruz en la cara y decir “El poder de Cristo te libera” o alguna otra de estas cosas, Pincho Moruno se cansó, rompió sus ataduras y se puso de pie dispuesto a marcharse. Los médicos salieron escopetados de allí empujándose unos a otros. Sólo quedaba con él una persona, que temblaba de miedo empeñado en exorcizarle. Pincho Moruno se le acercó y el exorcista se acurrucó en una esquina sin dejar de decir las mismas cosas, pero esta vez estaba totalmente pálido.

Pincho Moruno le partió el cuello, le comió el cerebro y le dibujo con un bisturí en el pecho una de esas estrellas de cinco puntas tan satánicas. Luego salió tan campante de nuevo a la calle.

Había sido una dura mañana.


The Blind

jueves, 17 de abril de 2008

Sangre de fuego

La fría brisa nocturna castigaba mi cuerpo, entumecido por el frío y pálido por el hambre. Los matorrales y las zarzas se dedicaban a rasgar sin compasión mis sucias ropas y me arañaban mis debilitadas piernas. Había pasado caminando toda la noche hacia el este, esperando famélicamente la salida del sol abrasador, que al fin dejaba asomar los primeros rayos de luz. El horizonte parecía extenderse hasta el infinito y no se veía ninguna casa en derredor. Pasadas unas horas, una vez que el sol se hubo alzado lo suficiente para calentar el suelo, me tendí sobre unas rocas, disfrutando al fin del calor que me recorría la espalda y las piernas. Miré al cielo, tan sólo se divisaban un puñado de nubes en el norte. Sonreí. No habría tormenta aquella noche. Desvié la mirada hacia el gran cometa rojo sangre que surcaba el cielo desde hacía ya una semana... ¿Tendría algún significado?. Recordé con la vista clavada en el cometa aquel trágico accidente de avión que cambió mi vida... y terminó con la de toda mi familia...

Desvié la vista del dichoso cometa y me senté abrazándome las rodillas. Llevaba una semana comiendo hierbas e insectos, no podía creerlo. Pero allí estaba. No había derramado ni una sola lágrima por mi familia y lo más curioso de todo es que me sentía mejor que nunca.
-No soy humano- me dije- nunca lo he sido.
Observé las venas de mis brazos. Siempre había tenido la sangre mucho más caliente que el resto y mis venas estaban excesivamente dilatadas... aquello me gustaba. Lo que no soportaba era el frío. Las noches habían convertido esta última semana en un suplicio.
De pronto me fijé en una columna de humo negro que comenzó a surgir a unos kilómetros de distancia.
-Fuego...- susurré emocionado. Anhelaba fundirme entre el calor de las llamas, el calor me atraía.
Hice un esfuerzo y me levanté torpemente. ¿Sería un incendio?. El terreno era cálido y seco, pero apenas había vegetación. Aquello me intrigó, por lo que comencé a caminar hacia allí a pesar de las pocas fuerzas que me quedaban.
El sol se ocultaba por el oeste mientras yo caminaba en dirección contraria. Sin embargo, cuanto más me acercaba a la columna de humo, más calor hacía.
Al cabo de unas horas, el suelo comenzó a estar agrietado, despedía bocanadas de humo y se deshacía como ceniza conforme caminaba. Me di cuenta de que estaba subiendo por una pendiente. Alcé la cabeza. Ascendía una montaña negra como la muerte. La cima humeante recibía los últimos rayos del atardecer y me incitaba a llegar hasta ella.
Hacía calor, mucho calor... y la adrenalina comenzó a subirme a la cabeza.
Todo el cansancio que sentía antaño se esfumó, mi estómago dejó de rugir exigiendo desesperadamente alimento, mis ojos se abrieron como si no conocieran el sueño... Subí hasta la cima del volcán movido por el fuego que ahora recorría mis venas.
Me asomé al enorme agujero. Tendría al menos treinta metros de ancho y el fondo no se podía ver por el humo que salía incesantemente. De pronto, de las profundidades ascendió un cuerpo escamoso, con un par de ojos rojos como dos grandes brasas y unos colmillos alargados, curvos y afilados como jamás había visto. La criatura desplegó sus majestuosas alas negras y se situó frente a mí.
No temí. Le acaricié el morro, y en respuesta unas llamas azules y verdes salieron de sus fosas nasales. Lo interpreté como un gesto amistoso y subí sobre su lomo. Las escamas eran duras y ardientes como el acero al rojo vivo.
El dragón batió sus enormes alas y emprendió el vuelo. Nos elevamos unos pocos metros por encima del volcán. Los gigantescos músculos del dragón se movían bajo mis piernas. Observé la vista. El horizonte de suelo duro y seco se extendía sin límite.
-Ahora... yo domino todo- dije al mundo.
En respuesta, los últimos rayos del atardecer se esfumaron dejándonos a merced de la oscura noche, oí un temblor en la tierra, el volcán escupió un chorro de lava tan grande que podría fácilmente calcinar una ciudad entera. Parecía una mezcla entre fuego y sangre. El dragón rugió mientras salía una llamarada de fuego de entre sus fauces, anunciando el fin del mundo.

The Reaper

lunes, 14 de abril de 2008

Reflejo


Me encontraba por la mañana desayunando mecánicamente con los párpados casi sujetos por mis manos y un pesado dolor taladrándome la cabeza. Comí el mínimo porque tan pronto nunca me entra la comida y siempre me siento lleno sin realmente estarlo, lo que suele provocar morirme de hambre en clase. Seguido fui a ducharme, el agua me despierta y me hace ser persona ante el mundo real.

Al salir de la ducha había creado una niebla por el baño que daba un tono borroso a todo cuanto había dentro. Pasé la mano por el espejo para quitar el vapor de agua y hacer un hueco para verme la cara, sobre la que empecé a aplicar espuma de afeitar y me sentí como una rebanada de pan por la que se extiende mantequilla. Aunque lo que realmente se me pasó por la cabeza es untar fresas con la espuma.

A medio afeitar, hubo un bajón de luz. Puesto que era el único despierto a esas horas, me disponía resignado a buscar los plomos por la casa cuando la luz volvió de nuevo. Me encogí de hombros y ya devolvía la dirección a la cuchilla cuando, en el hueco limpio del espejo, a mi lado, vi otra figura. Una chica de edad parecida a la mía, de ropas negras y pelo rizado. Sus negros ojos me miraban desde el reflejo. Me di la vuelta y no encontré a nadie que se suponía estar reflejándose y, al volver a mirar al espejo, solo pude verme a mi mismo con cara de sorpresa. Pensé que me lo había imaginado y terminé de afeitarme nervioso y evitando mirar el espejo. Poco más tarde salía de casa con dos puntitos de sangre seca en la mejilla.

Pasé todo el día pensando si realmente no había visto nada, si quizás la cena de anoche no me habría sentado bien, sustancias alucinógenas, los juegos de rol de verdad me habían afectado a la cabeza… Había sido demasiado real.

Una vez volví a casa me metí directamente al baño y allí estaba ella, mirándome fijamente.

- ¿Hola? – dije pensando que igual seguía bajo los efectos de algo.

Dibujó una sonrisa en su cara pero no dijo nada.

- ¿Puedes oírme?

Asintió con la cabeza.

- ¿Puedes hablar?

Esta vez negó entristecida.

Salí de allí con miedo ante lo que no comprendía. Mis padres no veían nada en el espejo cuando les dije que si notaban algo raro. Pensaban que me reía de ellos o que había roto algo y no se daban cuenta de qué. Descubrí que ella aparecía cuando estaba sólo yo y poco a poco le perdí el miedo y me atreví a contarle mis cosas, pero nunca pude saber por qué ella estaba allí, prisionera como reflejo de un cristal. ¿Sería el fantasma de una chica que murió en la casa? ¿Estaría yo loco? ¿Existían maldiciones o cosas similares que podían provocar algo así? Fuese como fuese, siempre me recibía sonriendo y escuchaba atentamente todo cuanto yo le contaba cada día. No parecía aburrirle ni aunque a veces repitiera algunas cosas para repasarlas mejor.

Pronto bajaron tanto mi vida social como mis notas y mis padres se extrañaron de encontrarme allí tan a menudo. Tenía que estar con ella porque a ella le gustaba mi compañía y yo me sentía bien en la suya. Al final se convirtió en una droga y los momentos en que no estaba con ella, lo deseaba.

Pasó el tiempo y mis padres no sabían que me ocurría, no lograban despertar mi interés en los estudios de cara al futuro ni entender qué me ocurría; mis amigos no sabían por qué ya no quedaba con ellos… Y todo eso me sentaba realmente mal pero, ¿qué podía hacer? Me había entregado por completo a la Luna reflejada en el pozo y por ello sufría las consecuencias del imposible: el sufrimiento.

Un día distraído en clase se me ocurrió la solución. Me puse a temblar al venírseme la idea a la cabeza. No quería… me iba a doler… pero a largo plazo sería lo mejor… Sí… tenía que hacerlo… y así lograr ser libre…

Al volver a casa entré en mi rincón habitual, dejé la mochila en el suelo y de ella saqué una pesada piedra que había cogido por el camino. Ella miró extrañada pero lo comprendió todo al verme alzar la mano con la piedra. No hizo nada salvo mirarme, mirarme y llorar al saber que quería apartarla de mi vida, porque quería acabar con ella para, egoístamente, buscar mi propia felicidad… aunque fuese en un futuro… Me llevé la mano al corazón, que me latía acelerado sabiendo que un puñal le buscaba, y también yo me puse a llorar… Y con un “Lo siento” la piedra voló y el espejo se rompió en incontables pedazos…

The Blind

viernes, 11 de abril de 2008

Estrés laboral

Cogí mi mochila repleta de libros hasta más no poder. Deseé fervientemente haberla cogido horas antes, cuando tenía todo el tiempo del mundo para hacer mis rutinarios, aburridos e inútiles deberes. Me senté con un notable gesto de cansancio en mi escritorio y miré desanimado por la ventana de mi habitación la oscura noche, iluminada por la luz mortecina que desprendían las altas y siniestras farolas que parecían burlarse de mí, regocijándose en el placer de no hacer absolutamente nada. Me observé reflejado en el cristal. Tenía los ojos enrojecidos, rodeados por unas profundas ojeras, que anhelaban descansar en la oscuridad con el suave tacto de las sábanas.
Coloqué la mochila en mi regazo y saqué lentamente mi cuaderno, libro y calculadora, medianamente dispuesto a hacer matemáticas. Miré el reloj. Había pasado ya un cuarto de hora desde que me había sentado. Me enfadé conmigo mismo por mi falta de concentración y abrí mi cuaderno, sin dejar de arrepentirme por haber dejado la tarea para el último momento, como siempre.
Comencé con el primer problema. Se trataba de optimización... “Halla el valor de los catetos de un triángulo rectángulo para que el volumen sea máximo...” la verdad es que soy un máximo imbécil, me dije, ojalá explotara en este momento mi colegio y así probablemente no tendría que entregar los deberes al día siguiente... ojalá un diluvio de estrellas arrasara todo y se terminara este asqueroso mundo... ojalá muera toda esta estúpida humanidad... ¿de verdad merecía yo estar a altas horas de la noche sumergido entre los libros?...
Enfoqué de pronto la mirada en mi cuaderno. No había hecho nada. Me di un puñetazo a mí mismo para concentrarme. Admito que no es algo muy inteligente, pero funcionó. Hallé la derivada de la función, la igualé a cero, como requería el ejercicio, resolví la ecuación de segundo grado... 2/0... igual a infinito. Claaaro, un lado que vale infinito. Di un puñetazo al duro escritorio. Comencé a enfadarme.
Rompí bruscamente la hoja y la tiré sin miramientos a la otra punta de la habitación. Cambié de problema. “Calcule la probabilidad de que un hombre lance una pelota sabiendo que...”. Este es fácil... cálmate, me dije (...) El resultado me daba 3/2... claaaro, una probabilidad superior a la unidad... Destrocé la hoja y sin querer rompí más de las que pretendía. Mis manos temblaban. Cogí el cuaderno de la espiral central y lo partí en dos. Perdí el control. Volqué el escritorio echo una furia y lo lancé hacia delante mientras el cristal de mi ventana se hacía añicos. Intenté relajarme, pero me fue imposible. Me volví con brusquedad y arremetí contra mi armario, como si él tuviera la culpa de todo, partiendo la puerta en dos.
Notaba la sangre deslizándose por mi cuerpo, pero no me importó. De hecho me enfureció aún más. Di violentos puñetazos a la pared maldiciendo a las matemáticas y a todos sus descendientes. Atravesé la pared dejando escombros detrás de mí y salí a la calle.
Esta noche correrá sangre, me dije. Observé el coche más cercano... ¡Qué forma tan geométrica!. Todo estaba regido por las estúpidas matemáticas. Embestí al coche abollando su lisa carrocería y rompiendo los intactos cristales. Extendí los brazos, abarcando con ellos al vehículo, y lo alcé por encima de mi cabeza. Una ancianita que padecía insomnio que venía de hacer su compra del opencor 24 horas vio su vida acabar en cuanto se cernió un coche volador sobre su delicado cuerpo. Arranqué de cuajo una farola que tenía aquella forma tan cilíndrica y la dirigí con toda mi fuerza sobre una parada de autobús, donde se encontraba un montón de gente madrugadora que esperaba impaciente al rectangular autobús. A mi sangre que manchaba mi cuerpo se le sumaron las suyas.
De pronto vi a un hombre. Era evidente que había vivido muchos inviernos y el poblado y blanquecino bigote se removía distraído bajo la nariz. Las matemáticas surgían de su cuerpo como un aura de energía. Einstein había resucitado. No daba muestras de haberse percatado de toda la destrucción que yo estaba provocando. Se agachó despreocupadamente para atarse el cordón de un zapato, ensimismado en sus ecuaciones y fórmulas. Le odié con toda mi alma. Su cabeza estaba a pocos palmos del suelo... Corrí hacia él y le propiné una patada que le hizo el cráneo astillas. La cabeza se separó del resto del cuerpo y fue a parar, sin dejar de botar y rodar, a un pueblo próximo. Seguí rápidamente el rastro de sangre y pedacitos de cerebro y llegué hasta la masa deforme que antaño era tan inteligente. La pisoteé encolerizado.
Noté unas esposas aprisionando mis muñecas. No opuse resistencia, ya había acabado.

PD: A la mañana siguiente los periódicos se preguntaron cómo me escapé de la cárcel y qué hacía la cabeza de mi profesor clavada en una estaca...

The Reaper

martes, 8 de abril de 2008

Si yo fuera zombi...

Capítulo 1: `mida `ra `sar (Comida para pensar)

Se encontraba tumbado en una camilla de hospital. Su familia estaba allí con él, viendo como su vida se desvanecía. Su madre lloraba aferrada a su mano y el resto intentaban conservar la calma con un gesto de dolor que les desfiguraba el rostro. Todos habían venido a despedirse porque después de una sobredosis de telebasura, su cuerpo no podía aguantar más. Fue perdiendo el control de sus extremidades y sus familiares se convirtieron en una difusa niebla. Sus párpados se cerraban lentamente… para no volver a ver esa niebla nunca más…

¡Y de repente abrió los ojos! Estaba todo oscuro. Palpó donde pudo y descubrió estar encerrado en un reducido espacio acolchado. Tras un largo esfuerzo logró salir de su prisión a base de golpes y tumbó una segunda puerta que daba a un lugar visible. Saltó un par de metros y cayó en plancha sin sentir dolor contra el suelo. Una vez recuperada una posición vertical, se encontró en medio de la noche alumbrado levemente por farolas lejanas que escupían una leve luz. Volvió la vista atrás y descubrió su propio nicho profanado. Se llevó las manos a la cabeza e intentó gritar y llorar, pero el aire no entraba ni salía sus pulmones y sus ojos eran incapaces de dejar escapar lágrimas…

Salió del cementerio con paso torpe y lento. Sentía un montón de sensaciones extrañas, o mejor dicho: no las sentía. Su corazón no palpitaba, no podía producir sonidos legibles, sus movimientos eran ralentizados y tenía, aparte de un pronunciado comienzo de desequilibrio mental y la piel pálida, una fuerte depresión.

Tras caminar por las calles, la poca gente que le había visto había huido de él al ver un yonki enfermo acercárseles. Seguro que tenía el sida y esas cosas. En una de esas calles vio de espaldas a su abuela, caminando con su bastón tras la operación de cadera que había sufrido hacía poco. Intentó llamarla pero unos gemidos ilegibles salieron de su garganta. Su abuela al mirar para atrás se acojonó y trató de escapar de su perseguidor resucitado.

Aquella patética carrera de caracoles terminó con nuestro zombi-protagonista (me niego a escribir zombi con una e al final) alcanzando a su amada abuela. El pobrecillo no entendía por qué su abuela le rechazaba. Él que trataba de expresarse y abrazarla entre los gritos de socorro que ella lanzaba a quien pudiera ayudarla. Entonces, con su abuela peleando entre su abrazo amoroso, sintió el instinto que su nueva condición de vida (o más bien no-vida) le cedía. Al momento cerró el puño y golpeó una primera vez el cráneo a la anciana. Éste crujió pero ella no estaba muerta, seguía agonizando y llorando. Entendió que tenía más fuerza que en vida, alzó una vez más el puño y aplastó del todo la cabeza de su presa. Metió la mano dentro y sacó un puñado de escurridizos y pringosos sesos. Los miró completamente confundido por lo que iba a hacer. La idea le resultaba repugnante (por no mencionar el cargarse a su abuela). Se acercó la masa a la boca y al probar el sabor de la inteligencia, no pudo parar hasta haber vaciado el interior de la cabeza. En un organismo que no funciona, era lo mejor que podía ingerir, tan fácil de comer como un yogur.

No le gustó lo que había hecho… pero su depresión había desaparecido…


The Blind

sábado, 5 de abril de 2008

Ira


Me encontraba dormitando en mi cálida y suave cama hasta que aquel sonido estresante del despertador me perforó los oídos. Me levanté molesto. Tras repetidos intentos de dar al botón correcto, conseguí apagarlo. Cogí la ropa que había dejado la noche anterior en la silla y me fuí a dar una ducha. Desayuné y salí de casa... el sol me deslumbraba, no había ninguna nube en el cielo y los pájaros entonaban diferentes cantos, comunicándose entre ellos con un lenguaje que nunca comprendería. Me puse de buen humor en cuanto llegó el autobús al mismo tiempo que yo llegaba a la parada. Tras un breve viaje hice trasbordo en el metro... sonreí cuando vi a un chaval con la camiseta de mi grupo favorito.
Me senté en un asiento que había libre. Pasó una parada y de pronto subió un chico que con tan sólo mirarlo me entraba náuseas... llevaba una especie de peluca que le cubría gran parte de la cara, unas gafas de sol (en el metro ¿?). Una camiseta tan pequeña que se le veía su sucio ombligo y unos pantalones roídos, bajados hasta mas no poder, mostrándome su ropa interior como si aquello fuese normal. Pensé “bueno, cada cual a su gusto”. Me costaba trabajo no vomitarle encima.
De pronto ocurrió algo inesperado que acabó con mi paciencia... se sentó delante de mí, se levantó las gafas y la cortina de pelo que le cubrían los ojos y me lanzó una mirada de asco... observé cómo me miraba con descaro de arriba a abajo mis prendas de vestir... como si yo fuese un ser asqueroso y de baja estirpe, como si fuera un excremento indigno de estar ante su presencia.
De pronto me encontraba de pie. Mis nudillos estaban ensangrentados, notaba un ligero cansancio en los brazos. Alcé la mirada y vi ante mí al que me miraba con desdén tumbado en el suelo con una postura extraña y la cara desfigurada. Observé a mí alrededor y me di cuenta de que todo el mundo me miraba... asustados... una sensación de poder invadió mi cuerpo. Sé exactamente lo que había pasado...
A los demás no les hizo gracia, pero yo no podía parar de reír...

The Reaper

martes, 1 de abril de 2008

Cthulhu presidente

Al fin iban a anunciar quién había ganado las elecciones. El partido de Cthulhu, que era la novedad ese año, había cogido muchísima fuerza. Montones de sectarios dispuestos a ser sacrificados montaban manifestaciones por las calles. Sus gritos bramaban “¡Cthulhu presidente! Y sus pancartas de alzaban con grandes slogans “¿Por qué escoger el menor de dos males? Podemos elegir al más cruel, al que sabemos que acabará con los problemas, las personas y las tierras, dejando que reine el caos y la abominación.”

Los partidos de izquierdas y derechas que no habían abandonado sus estúpidas ideologías para unirse al poderoso primigenio difamaban contra su desaliñado aspecto juvenil (Cthulhu es un monstruo del tamaño de una montaña con cuerpo de dragón y cabeza de pulpo) y le acusaban de tomar drogas, las cuales causaban su color verde poco común.

La gente ignoraba a esos políticos y creían en las promesas de Cthulhu: una destrucción generalizada de la especie humana sin ningún tipo de racismo porque no somos diferentes unos entre otros para el Gran Cthulhu, los supervivientes serán obligados a copular con los profundos (seres encorvados de características humanas pero con cabeza y escamas de pez) para continuar con una raza de híbridos dedicados a la servidumbre de su señor (si es que apoya a la familia…), todos las religiones que no le adoren serán perseguidas y destruidas: tanto los dioses (si es que se presentan) como todos sus seguidores, el terrorismo será condenado por intentar hacer frente al perfecto caos establecido, la esperanza de vida quedará tan brutalmente reducida que no habrá problemas de envejecimiento de la población, la vivienda bajará bestialmente (bajo el mar) ya que Cthulhu pretende aumentar el nivel del mar para favorecer a sus profundos, el paro será abolido ya que la gente será esclavizada para construir grandes templos, los seres humanos que sobrevivan a la llegada del Gran Cthulhu tendrán plena libertad de adorarlo y obedecer sus órdenes o perecer en graves tormentos físicos y mentales hasta que el cuerpo y la mente queden reducidos a una masa informe de pulpa ectoplasmática…

¡Poblaciones mundiales estaban entusiasmadas con esa gran opción y envidiaban el futuro reinado de Cthulhu!

Estaban a punto de anunciarlo por la tele. Salió la gráfica y la diferencia en porcentaje era inmensa, ¡había ganado Cthulhu!

El primer día de presidencia las mareas comenzaron a inundar ciudades y los profundos emergidos del mar entraban a saco por todos lados. La gente los acogía con cariño, contentos de acabar con sus problemas sexuales. Aquellos que hacían ascos a mezclarse con dichos seres no tardaron en descubrir lo bueno de lo exótico.

Cthulhu, por su parte, se dirigió a la capital y comenzó a destruir todo cuanto encontraba. La gente que veía se los comía. Los sectarios que le alababan parecían especialmente contentos de ser elegidos.

Y en medio del terror, una minoría de descontentos preguntaban “¿Por qué elegimos ser eliminados o torturados?” y los demás respondían animados “Porque es la única forma de que se cumpla aquello por lo que votamos. ¡Al fin alguien nos hace caso!”

Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn! (En la ciudad de R'lyeh, Cthulhu, muerto, espera soñando)


The Blind