viernes, 30 de mayo de 2008

Choque de acero (Parte III)


Faghorn me arrastró hasta la entrada y nos topamos con un recepcionista sumergido entre montones de papeles.
-No se puede pasar, las plazas se agotaron hace varios días.
Se hizo el silencio durante unos segundos. Miré divertido a Faghorn.
-¿Cómo?- inquirió éste.
-Ya te lo he dicho- respondió el recepcionista sin levantar la vista de los papeles- No hay plazas. Lárgate.
El hacha partió la mesa en dos con un brusco crujido. El hombre se cayó de la silla del susto. Levantó la mirada hacia nosotros al fin.
-¡Por los dioses!, ¡Pero si sois Faghorn y Souka!- se levantó torpemente. Intentaba incorporarse y hacernos reverencias a modo de disculpa al mismo tiempo, en ambos casos el resultado era pésimo.
Una vez que lo hubo conseguido nos indicó el camino que conducía a la sala de combate. Dicha sala era circular y estaba iluminada por unas antorchas colgadas de cadenas plateadas a lo largo de la pared. En el centro había una tarima blanca con forma circular de unos diez metros de diámetro, a la cual se podía subir por ocho escaleras de tres escalones cada una. Las escaleras descendían hasta las sillas de los luchadores, aunque más que sillas parecían tronos. Los ocho estaban ocupados.
Temí que Faghorn matara a dos de los combatientes para hacernos un sitio, pero para mi sorpresa todos los hombres se levantaron al instante para cedernos su lugar... todos los hombres, salvo una mujer que se quedó sentada. Nos miraba desafiante, como diciendo que de allí no se movería sólo porque hayamos aparecido nosotros. Me gustó aquel gesto. También me gustó que una mujer fuera capaz de hallarse entre los ocho mejores luchadores de la villa, cosa no muy común. Me senté a su lado.
Sobre la tarima había un hombre bajito y rechoncho, que debía ser el organizador del torneo. Tenía el pelo enmarañado y ojos ojerosos. Sostenía un palillo en la boca que no paraba de mover entre los dientes.
-¿Y bien?- inquirió con tono aburrido.
En ese momento el recepcionista subió a la tarima y le susurró algo al oído.
-No te jode...- masculló- Está bien- sacó una bolsita del bolsillo, de la que extrajo dos papelitos doblados y los sustituyó por los que el recepcionista le ofrecía- Maegor, el lobo, y Random, la mano de hierro, ceden su lugar en este torneo a Faghorn, la roca de acero, y a Souka, el destello blanco- anunció.
-¿Podemos quedarnos a presenciar el combate?- preguntó el que se hacía llamar mano de hierro.
-Por mí como si os la cascáis- respondió entre las risas de los luchadores- ¿me dejáis empezar ya o no?.
Se quedó un momento callado, como si se le hubiese olvidado algo.
-¡Tú!- se dirigió al recepcionista- coge dos papeles de la bolsa- ordenó como si fuera su perro.
-¿Porqué yo?.
-Porque así te podemos echar la culpa si sale un combate aburrido- provocó más risas de nuevo.
El recepcionista se puso rojo como un tomate pero accedió. Metió la mano en la bolsa y sacó dos papelitos.-Vaya gran torneo- pensé con ironía. Faghorn temblaba de impaciencia a mi lado.
-Khaira, la dama de la muerte- leyó- contra Souka, el destello blanco. Las reglas son simples: quien muera, quede fuera de combate o se rinda... pierde.
Miré a la dama de la muerte. Había oído hablar de ella: se decía que su acero cortaba con extraña suavidad y elegancia y que con sus movimientos la muerte se convertía en algo dulce.
Nos miramos durante un momento antes de levantarnos. Llevaba el pelo recogido y dos mechones de cabello negro le caían sobre el rostro. Tenía unos ojos azul vidrioso, que dejaban ver una mirada segura y atractiva. Vestía con prendas de cuero y tela azulada, quedando los hombros al descubierto. Asomaba sobre su hombro la empuñadura de una catana que llevaba a la espalda.
Subimos ambos a la tarima. Nuestro caminar era tan silencioso que podía oír la respiración de los allí presentes.
Khaira desenvainó la catana con suavidad. -Es silenciosa... y paciente... no debo subestimarla- pensé. Desenvainé mi hoja. Levantó su filo por encima de su cabeza con una pose elegante y temeraria al mismo tiempo.
Las armas chocaron con increíble rapidez. Khaira tenía mucha fuerza en los brazos a pesar de aparentar lo contrario. Peleaba con una velocidad increíble. Las estocadas me caían como una lluvia de flechas a la cabeza, al costado... por todas partes. No se oía sonido alguno que revelara su siguiente movimiento, tan sólo se oía el eterno chocar del acero.
Pronto comencé a acostumbrarme a sus movimientos y empecé a presionarla ganando terreno, obligándola a retroceder y girar en círculos. Tuve mi oportunidad cuando ella alargó el brazo y se inclinó hacia delante. Me hice a un lado con rapidez e hice una floritura con mi hoja que desarmó a mi oponente. En el momento en el que iba a separar la catana caída, ella se llevó una mano a la espinilla y sacó como una centella un puñal que dirigió contra mi cabeza. Aquello me pilló por sorpresa y por poco no lo cuento. Me hizo un corte en la mejilla.
Khaira saltó con asombrosa agilidad y cayó de cuclillas junto a su catana. Tenía los ojos muy abiertos. Era la primera vez que me hacían una herida.
Sonreí. Pude ver un destello de temor en los ojos azules de Khaira, pero desapareció al instante y se puso en pie, adoptando la misma pose que en un principio.
-Interesante- susurré.

The Reaper

sábado, 24 de mayo de 2008

Choque de acero (Parte II)


-Acepto.
Se hizo el silencio absoluto. Tan sólo se oía el furioso viento que comenzó a soplar, ondeando las ropas de los allí presentes, y la entrecortada respiración de Faghorn, que no se molestó en ocultar su sorpresa.
Se acercó un hombre y se puso delante de mí. Me evaluó con la mirada.
-¿Estás seguro chico?- preguntó en tono burlón.
Hubo un destello. De pronto el hombre se encontró con el filo de mi hoja en el cuello, una gota de sangre se deslizó con timidez hasta la nuez.
-Dame un motivo- dije sin levantar la voz- y te enseñaré a respetarme.
El público comenzó a exclamar conmocionado.
-¡Es rápido!.
-¡Ya lo creo!.
Pronto empezaron a gritar.
-¡Deja que luche!.
-¡Que comience el combate!.
Bajé la catana. El hombre espiró aliviado. Una película de sudor cubría su rostro.
-Está bien, ¿cómo te llamas?.
-Souka.
-Muy bien- dijo elevando la voz y volviéndose hacia el público- Presenciamos aquí y ahora el siguiente combate: Faghorn, la roca de acero, contra Souka... el destello blanco.
El clamor del público retumbó en el aire. Faghorn se abalanzó hacia mí con el hacha por encima de su cabeza con la misma furia que un perro rabioso, dispuesto a vencerme de un solo golpe. Me mantuve inmóvil hasta que estuvo a un metro de mí. Me hice a un lado con rapidez y le hice tropezar con la pierna. Cayó bruscamente al suelo pedregoso y se levantó al instante mascullando maldiciones.
Esta vez me atacó de forma más prudente, aunque no por ello obtuvo mejor resultado. El filo del hacha cortaba el aire mientras que yo esquivaba siempre en el último momento todos los golpes. Faghorn comenzó a desesperarse.
-¡Deja de huir maldito! ¡Ven y deja que te arregle esa carita tan preciosa que tienes!.
Dejé que me atacara una vez más y le hice un profundo corte en la mano con la que sujetaba el hacha, que cayó al suelo. Antes de que él mismo se diera cuenta, yo ya había saltado sobre sus hombros y le había alzado la cabeza con una mano, mientras que con la otra sujetaba el filo de mi catana contra su cuello.
Se hizo el silencio de nuevo. Pude notar que todos contenían la respiración, esperando el corte final.
En cuanto Faghorn cayó en la cuenta de que había perdido, levantó los ojos hacia mí y sonrió.
-No me esperaba esto de ti, chico.- se rió- el combate es tuyo.
Envainé la catana y salté con agilidad al suelo.
Aún podía recordar los vítores y aplausos que recibí cuando gané el combate. Faghorn me elevó con un brazo como se eleva a una simple pluma y me sentó sobre su hombro mientras que con el otro brazo alzaba el hacha ensangrentada del anterior combate. A mi no me había hecho ningún rasguño.
-¡Souka! ¿Me estás escuchando?.
Volví a la realidad con un respingo.
-No.
-Pues escúchame porque quizá esto te interese- dijo mientras señalaba hacia mi derecha- ¿qué te parece?.
Me volví hacia donde señalaba, una puerta bajo un letrero que decía: “Gran torneo de luchadores de alto nivel”, escrito con lo que parecía sangre. No respondí de inmediato. A mi no me apetecía pero sabía de sobra que era un evento demasiado tentador para Faghorn.
-Está bien- suspiré- pero sólo lucharé si es necesario.
Me cogió de un brazo y me arrastró consigo.
-Vamos, vamos, puedo sentir la sangre desde aquí- su vena del cráneo volvió a dilatarse.
-En fin...- sonreí a pesar de todo.


The Reaper

miércoles, 21 de mayo de 2008

Luna Llena, bebe mi sangre


Una musa inspiró mis versos

Que ahora yacen olvidados

Quiero encenderlos y no entiendo

Cómo de mi mente han volado.


Duerme ella, soñando en su cuna

Ignorando todo ser vivo

Y que, como a una antigua runa

Deja caer en el olvido


Y dime por qué tú, intangible

No escuchas el grito del alma

Que un ingenuo deseo pide

Y tan gloriosamente te alzas.


Haz merced de todas mis súplicas

Al cumplirlas en un instante

Y al fin, tu decisión aplica

Luna Llena, bebe mi sangre.




The Blind

sábado, 17 de mayo de 2008

Choque de acero (Parte I)


-¡¿Pero tú estás viendo eso?!- dijo abriendo los ojos como platos- ¡que me está mirando mal tío, que lo mato, que lo mato!- la vena de la sien se dilató por cuarta vez en el día de hoy.
-¿Puedes estarte tranquilo aunque sea unos minutos?- dije con tono aburrido- nadie te está mirando.
Y era cierto. La gente que caminaba por la calle bajaba la mirada en cuanto veía a Faghorn, con su enorme hacha de acero valyrio colgando de su musculosa espalda, sujeta por una pesada cadena ceñida al pecho. La cabellera negra le caía sobre los hombros y unos mechones llegaban hasta los ojos inyectados en sangre. Y ahora soltaba una carcajada.
-Sabes que no, Souka, ¿es que acaso tú nunca tienes ganas de matar?.
-Yo mato por algún motivo.- sonreí-. Tú en cambio, no tienes ningún control sobre ti mismo.
-Siempre estás igual: que si mato por esto, que si mato por esto otro... ¿porqué no te limitas a matar y ya está?- sin esperar respuesta continuó- Nunca os entenderé. ¿Un motivo para matar?. Menuda estupidez.
-Cuida tus palabras, podrían convertirse en motivo suficiente para matarte aquí mismo.
-Tiemblo de miedo- tronó en otra de sus características carcajadas- me temo que no tienes por donde empezar con ese palo de hojalata-. Sin embargo, no hizo movimiento alguno.
Yo sabía que Faghorn no se enfrentaría a mí. Aparte de que éramos buenos amigos, nos conocimos entre una multitud de gente que se reunía para organizar combates entre sí. Los mejores luchadores de las villas cercanas venían en tropel para presenciar o participar en la matanza.
Por supuesto, Faghorn se encontraba en el centro del círculo que formaba el público y derrotaba a los que se atrevían a enfrentarse a él uno a uno. Sus ojos inyectados en sangre le daban un aire de loco y su cuerpo ensangrentado parecía no sentir las heridas. Un hombre corpulento con unos brazos como mazas se enfrentó a él. Sostenía en sus manos una cadena con duras bolas de acero en los extremos. La zarandeaba por encima de su cabeza y alargaba el brazo con rapidez. Faghorn la esquivaba y la paraba con su hacha a duras penas. A decir verdad parecía que tenía el combate perdido. Pero pronto se cansó y dio un brusco hachazo a la bola del tamaño de su cráneo. Se oyó el chocar del metal y un grito encolerizado. El filo del hacha quedó hundido en el entrecejo del contrincante, provocando que la sangre empapara su cara congestionada con los ojos en blanco.
Sonreí divertido ante la rabia que desprendía Faghorn. Ya nadie se adelantaba a luchar contra él.
-¡Eh tú!- me miró- ¿de qué te ríes?, ¿de mí?, ¿de mí? ¿Quieres que te mate o qué?.
No dejé de sonreír, lo que provocó que se enfadara aún más.
-¡Te reto a un combate!¡Voy a abrirte la jodida cabeza!.
La multitud que se encontraba expectante se escandalizó.
-¡No puedes luchar contra él!- gritaban.
-Es un tirillas.
-¡No duraría ni un segundo!.
Me llevé la mano a la espalda y saqué mi catana. El sonido del acero deslizarse de su funda hizo callar a todos.
Clavé la mirada en mi contrincante.
-Acepto.


The Reaper

martes, 13 de mayo de 2008

Desde el amor a la muerte

Todo comenzó con el amor. Dicen que el amor es el mayor pilar de la vida, la base de la felicidad. Si no lo posees no tienes nada, estás muerto por dentro.

¡Calumnias!

Una vez sentí algo semejante por una chica. Es curioso, parece que ya me contradigo al empezar con esta preciosa historia, pero realmente ese sentimiento acabó conmigo. Empecemos pues:

El caso es que me enamoré de una chica llamada Sofía (lectores, siento repetir nombre). Era por todo y nada, no sabría especificar algo que me gustase de ella pero me volvía completamente loco con solo verla. Nos habíamos conocido de casualidad en verano y no vivía lejos de mi casa por lo cual era fácil quedar con ella, aunque normalmente estaba acompañada. La relación de amistad había avanzado de manera óptima y creo que notó que me gustaba antes de que yo mismo lo supiera.

Una noche nos quedamos casualmente ella y yo solos –luego me enteré de que así se lo había pedido al resto-. Estuvimos tonteando mediante preguntas cada vez algo más íntimas y poco a poco sentía que el momento de lanzarse iba a llegar. Ella se relajó y disimuladamente dejo que se viera más de lo que se debería para calentar el momento en el que nos encontrábamos. Con el valor reunido, me acerqué para besarla y, al ver que me disponía a ello, me frenó. Me dijo sonriendo que había sido un buen fetiche durante este tiempo y que ahora sabía de sobra que podía manipular al tío que quisiera y como le diera la gana. Y ante mi cara de asombro se fue tan campante a reunirse con sus amigos/as que estaban partiéndose el culo dejándome ahí como a un imbécil.

Días… incluso semanas pasé sumido en una depresión de la que no podía salir. Un desengaño devastador había explotado en mi cabeza y ahora no podía hacer nada para remediarlo. Las veces que intenté hablar con ella me evitaba a sus amigos se ponían por medio para que no la alcanzase. Poco a poco el sentimiento de depresión por la traición se fue transformando en rencor y odio. Primero empecé a concienciarme de que no quería una chica así, que no estaba hecha para mí y que era mejor aceptarlo y pasar página que haber llegado a algo con ella y haber salido mal. A pesar de lo que me había hecho me costó pensar en ella como lo que realmente era y buscaba alguna razón que pudiera exculparla pero, tras dar por absurdo que la hubieran amenazado finalmente terminé de entender que ella no era la buena chica que aparentaba ser. Esa zorra me había utilizado como a una marioneta y me había ridiculizado. Mi odio se fue alimentando por haber sido manipulado de esa forma, por haber caído como un estúpido. Y entonces comencé a preparar mi venganza…

Me posicioné en una casa abandonada a las afueras donde nadie iba y compré e ideé objetos de tortura suficientes como para matar de dolor a las 666 legiones del infierno con sus 666 tropas cada una. También forré la “habitación de juegos” con materiales aislantes del ruido. No me venía bien que se escucharan gritos.

Una bonita noche de fin de semana en que las estrellas brillaban, a ella se le había hecho tarde calentando tíos en una discoteca y tenía que volver a casa. Le puse rápidamente un pañuelo con cloroformo en la nariz y perdió el conocimiento. Me escondí con ella entre las sombras y la llevé al lugar donde mi venganza se llevaría a cabo.

Cuando despertó estaba atada de pies y manos sobre una mesa. No le tapé la boca con nada porque quería oírla sufrir y allí nadie la escucharía. Ignoré todo lo que balbuceaba pidiéndome perdón y le puse un guante de hierro en la mano que le dejó los dedos estirados e inmovilizados pero dejando un agujero en la punta para poner en práctica un invento mío. Le cogí de la mano y empecé a girar en su dedo algo parecido a un sacacorchos pero más ancho por el centro. El invento penetraba en su dedo desgarrando toda la carne y dejando en medio atrapado el hueso. Ella gritaba de dolor provocándome una satisfacción indescriptible. Fue entonces cuando golpeé el “sacacorchos” y rompí el hueso de su dedo desatando un alarido aún mayor arranqué su dedo y quemé la herida para que no sangrase pues no podía dejar que muriese desangrada (aún…). Lo hice con todos los dedos de sus dos manos, satisfecho, pues era curioso que pudiese aguantar tanto dolor sin desmayarse siquiera. ¿Tal vez era porque le había inyectado las drogas apropiadas para ello? Eran muy buenas porque estas no te quitaban el dolor.

Lo siguiente fue coger un hierro al rojo vivo con forma de estrella de cinco puntas y marcarle como si de ganado se tratase. La única diferencia es que al ganado no se le marcan múltiples veces riendo sádicamente. En la cara, brazos, piernas,… Era espeluznante ver tantas quemaduras.

Pude ver que cerraba los ojos cuando le torturaba. Eso no me pareció bien así que le arranqué los párpados cogiéndolos con unas tenazas y cortándolos con un machete que tenía por ahí. Sus ojos ahora no podrían volver a cerrarse pero el problema era que igual ahora la sangre le nublaba la vista un poco. Le puse un apoyo bajo la cabeza y se la inmovilicé también para que estuviese obligada a mirar hacia donde llegaba el arma asesina. Vería finalizar su vida.

Pensé en serrarle el cuerpo en dos pero me parecía demasiado mítico. Además, podía utilizar otro objeto que recordaba a la pera (instrumento de tortura que se introducía por el recto y se abría una vez dentro) pero que era más bestia porque aunque fuese del mismo estilo, llegaba mucho más allá.

Era como un palo de hierro con otros muchos más finos colgados de la punta. Plegado era igual que un paraguas sin tela. Lo introduje bruscamente por sus genitales atravesando todo cuanto había por medio. Los palos que colgaban del mayor estaban cogidos por cadenas en el borde que sobresalía. Solo tuve que dar a un botón y las cadenas tiraron de los palos hacia fuera desperdigando todos sus órganos vitales por la habitación y manchando todo de sangre.

Había sido una noche divertida pero como no había dormido nada, limpié un poco y me fui a casa bostezando. Me sentía animado a pesar de todo por haber comenzado con la carnicería.


En los meses siguientes probé nuevas torturas con cada uno de sus amigos.

The Blind

martes, 6 de mayo de 2008

Interrupción

Bueno, el primo de momento no puede escribir más debido a sus exámenes. Por mi parte me quedan apenas un par de cosas sin colgar y no podré escribir en un tiempo (y si lo hago no se como). Llevo un curso que me ha quedado muy complicado para el final y si no me pongo a hacer nada no lo saco... y me parece que tengo que hacer mucho...

En fin, ya colgaré lo que sea que tenga. De momento podeis deleitaros con lo siguiente:












The Blind

sábado, 3 de mayo de 2008

¡He encontrado la forma de morir!

Testamento de un inmortal



Sólo yo he llegado más lejos que nadie en el camino de la inmortalidad. Sólo yo he conseguido abrir la entrada al mundo oscuro donde ningún mortal conseguirá entrar. Sólo yo he portado la guadaña forjada del inframundo con la que los demás solo podrán soñar. Sólo yo he forzado al extremo el sonido hasta tal punto que nadie lo ha logrado escuchar. Sólo yo he explorado los profundos abismos de la música que nadie ha sabido valorar. Sólo yo no me avergüenzo de grabar con mi sangre este relato que no muchos entenderán. Pero tras este ficticio final, estoy seguro de que todos me recordarán...

Volveré


The Reaper

viernes, 2 de mayo de 2008

Entre las llamas del pecado



Yo era el diablo en persona. Siempre que podía pecaba tanto cuanto podía y, tanto pecado había vivido antes, que se me podría considerar el octavo de ellos. Sólo la acumulación de pecados me impedían incumplir otro. A veces había llegado a no matar a alguien por la pereza de moverme.

Todos los periódicos hablaban de mí. La policía me perseguía en innumerables países, pero nunca habían logrado una imagen o un testigo que pudiese dar descripción del asesino que yo era. Lo único que sabían era que mataba con una espada, lo cual era lógico al ver a mis víctimas cortadas en pedazos. Igualmente, la llevaba siempre a la espalda un poco oculta y, aunque la espada medía dos metros, nadie se percataba de que existía.

Normalmente me gustaba asaltar una casa y atar a la víctima. Después tumbarme en el sofá a escuchar su tormento tras haberle herido, como si estuviese en una tumbona en la playa con el susurro del mar; me relajaba. Además, si dejaban de gemir les pinchaba con la espada diciendo “¡Sigue gritando, estúpido!”. También me gustaba asaltar familias. Con una sola acción partía al padre en dos por la cintura y empujaba la parte de arriba para verlo caer al suelo. Su mujer alcanzaba el mismo destino. Luego mataba a sus hijos aplastándoles la cabeza con una mano si eran pequeños. ¡Cómo me gustaba sentir sus sesos escurriéndose entre mis dedos! Finalmente asaltaba la despensa de la casa, es lógico que den de comer a un invitado.

Actualmente incluso debo tener un club de fans que quieren ser como yo. El problema es que son unos torpes y mal organizados y me confunden con un satánico. Yo no hago rituales satánicos, solo mato. Algún día tal vez podría adiestrarlos yo mismo y sembrar el caos a nivel mundial pero creo que nadie podría alcanzar mi nivel.

Y ahora me encuentro en un parque, sentado, mirando a los niños jugar felices con una pelota. Y tienen la mala suerte de que su pelota llega a mis pies. Cuando vienen a pedírmela la cojo y me levanto. Los niños de repente se acojonan al ver a un tío completamente de negro y cara de pocos amigos. Pero aún así uno se adelantó para hablar.

- Señor, ¿podría devolvernos la pelota? –dijo con timidez.

Lo miro con desprecio y exploto la pelota con una mano. La cara de los niños cambia. Han perdido esa apariencia de inocentes que tenían un momento antes.

- ¡La has cagado tío! –dice el que ha hablado antes mientras comienzan a sacar navajas e incluso un machete- ¿Conoces a ese brutal asesino? ¡Pues formamos parte de su club de fans! Vas a morir…

Suelto una carcajada ante la situación tan estúpida de tener unos niños que no llegan a tener diez años y me idolatran. Si supieran quien soy… No importa, me llevo la mano a la espalda. De un mandoble se queda mi espada incrustada en la cabeza del niño. Suelto la espada con el niño, aunque muerto, de pie. Me peino un poco y, antes de que el niño muerto caiga al suelo, se la arranco provocando que un chorro de sangre vuele por el aire. Aspersor de sangre suelo llamar a ese efecto. Los otros niños han comenzado ya su carrera. Me dispongo a ir a por ellos pero aparece un tipo con alas blancas bajando del cielo. Resulta un poco desconcertante pero me detengo.

- Saludos, futuro cadáver –dije burlón-. No has debido interponerte.

- Soy un ángel enviado por el Señor –dijo con tono serio desenfundando una espada-. He venido a poner fin a tus pecados, demonio.

- ¿Mis pecados? Digamos que bajo mi punto de vista hago lo correcto, pero continúa…

- ¡Tú estás muerto por dentro! Tu belleza interior murió con tu alma y estás arrastrando contigo incluso a niños como esos. Pondré fin a tus males.

- La única belleza interior que conozco es la de las entrañas, ¡pero dejemos que hablen las espadas, pues no lograrás cortarme con el filo de tu lengua!

Entonces comienza nuestra pelea a muerte. Sufrimos ambos varios cortes en nuestra larga pelea pero no por ello nos detenemos. Además a mi no me importa el dolor, la batalla lo merece y está bien que alguien pueda plantarte cara (mínimamente).

En un momento dado, hago una finta perfecta y le atravieso el estómago con mi espada. Suelta la suya, que produce un sonido metálico al chocar contra el suelo. La sangre le sale a borbotones por la boca (y la barriga).

- ¿Quieres ver tu belleza interior, pequeño angelito? - ¡Veámosla!

Subo la espada y le abro en canal inclinándole la cabeza para que lo vea en directo. También le grito que era verdad lo de su belleza interior mientras me río como un loco. Y paro. Le saco la espada y le dejo caer al suelo a desangrarse. Siento una corrosiva envidia por dentro…

Inmediatamente me atravieso y me abro a mi mismo las tripas. El dolor no importa. Cojo de la piel y tiro a los lados para poder ver bien. Y es en mi último suspiro cuando se nublan mis ojos que logro decir:

- Te equivocabas, ángel. Mi belleza interior supera a la tuya…


The Blind



Un regalito: