lunes, 14 de julio de 2008

El devorador de cadáveres


La Luna reinaba en la noche dejando que su luz mortecina bañase delicadamente todo…

- “Cuando sois nombrada los hombres tiemblan. La naturaleza se horroriza dejando atrás su habitual firmeza. Ah, cuán oscuros son vuestros vastos reinos, y vuestros tristes desechos, donde nada reina salvo la noche, la oscura noche, y el silencio.”

El viento ya no cargaba con su lamento… arrastraba palabras que navegaban por el aire chocando contra todo aquello que se interpusiera…

- “Nombres una vez famosos, ahora reposan en la duda u olvidados...”

Una figura avanzaba recitando de memoria tétricas palabras…

- “Sepultados entre el naufragio de las cosas...”

Un hombre por el que pudieran haber pasado siglos andaba lentamente…

- “Los muertos más ilustres ahí yacen enterrados.”

… con ropas desgarradas y una vieja pala al hombro.

- “Las puertas chirrían...”

Y bajo el aviso de un búho, ante la entrada de un cementerio se detenía.

- “Las ventanas repiquetean...”

Buscó y encontró, colgada de su cuello, la llave que susodicha puerta abría para dar acceso al lugar donde descansan los muertos.

- “Y la nauseabunda ave nocturna chilla a pleno pulmón en la punta de la torre...”

Abrió la verja que produjo un sonido desgarrador…

- “La tumba.”

… y caminó hacia la lápida más reciente, sobre la que aún no había crecido hierba.

- “Ahí escucho triste y solo los sagrados sonidos, los cuales, mientras se extienden por las criptas góticas, en murmullos apagados, alcanzan mi embelesado oído.”

Leyó la inscripción que en esa piedra había…

- “Divina Melpómene, dulce niñera de la piedad, reina del paño mortuorio largo y suelto, y del paso majestuoso. Deja que Monimio llore la muerte con ojos llenos de lágrimas... de un amor emponzoñado e incestuoso.”

… y descargó la pala.

- “Ahora dejemos que en la vasta tumba la dulce Julieta dé su último beso...”

Comenzó a cavar sin prisa…

- “... En los labios de su fiel Romeo.”

… volviendo a abrir el agujero en el que alguien había sido enterrado…

- “Callada como las pisadas de la noche pasa una y otra vez. La lechuza blanca chilla...”

Y llegado al cofre, el ataúd, lo abrió sin, por un momento, dudarlo.

- “¡Es un sonido espantoso! Que ya más no oiré...”

Y de esa carne muerta que allí reposaba sin ningún remordimiento se alimentó…

- “Que hace que a uno se le congele la sangre.”

… devorando durante largo rato, la vida que otros habían vivido…

- “No ruge ya el fuerte viento. Los hijos de los hombres y todas las bestias yacen en el olvido del silencio.”

… para prolongar la suya…

- “Toda la naturaleza esta callada y dormida.”

Terminado su festín, al salir del agujero, allí encontró una muchedumbre furiosa con antorchas y armas.

- “Ningún ser, salvo yo, esta despierto.”

No cesaron sus palabras, ante los gritos de furia de la muchedumbre.

- “Hasta el sigiloso sueño...”

Se dejó caer de espaldas en aquella tumba que el mismo había profanado, y calló en el recipiente de cadáveres.

- “Mis marchitas sienes se bañan en el opio del rocío... mis sentidos me llevan a través de senderos ricos... en regocijo.”

Y entonces, en éstas, sus últimas palabras, le rociaron con aceite…

- “Ahora amansado y humillado como un niño al que han azotado, al polvo le doy la mano.”

… y allí mismo, fuego le prendieron…


Todo lo que recita el devorador de cadáveres está supuestamente extraído de dos poemas originalmente en inglés (lo digo antes de firmar yo como mío el relato):

Los Placeres de La Melancolía, de Thomas Warton.

La Tumba, de Robert Blair.


The Blind

martes, 1 de julio de 2008

Pesadillas


Caminaba bajo la lluvia por la calle mientras me regodeaba con mis reflexiones al dar un paseo entre los pliegues de mi cerebro. Excavaba entre las tumbas de mis recuerdos y sacaba los restos putrefactos de antiguas ideas que no llegaron a germinar. Y al sacar una de esas ideas caídas a la luz, sonó una alarma revelando la posición del ladrón que profanaba lo enterrado.

¡Estúpido coche! Uno pasea solitariamente sumido en sus pensamientos cuando de ellos le saca un ruido infernal. Me alejé hasta dejar de oírlo y puse mis sentidos centrados en el exterior. Los charcos se ondulaban bajo mis pisadas y salpicaban mi calzado que ya ejercía de esponja al igual que el resto de mis ropas cuyo peso había aumentado incómodamente.

Pronto me paré. Alcé la cabeza y cerré los ojos. Dejé que el agua me recorriese el rostro hasta que, repentinamente, la temperatura bajó estrepitosamente y cada gota de agua empezó a golpearme como si de una pesada piedra se tratase. Sin tiempo a reaccionar caí al suelo, acribillado por las múltiples heridas que estaba recibiendo y de las que afluentes de sangre brotaban para mezclarse con el agua del suelo. Gritaba desesperadamente pero no había nadie cerca.

Sólo pensé en que iba a morir helado y desangrado y de nuevo todo se normalizó. La temperatura había vuelto a subir y la lluvia volvía a ser inofensiva. Me puse en pie no encontré heridas ni manchas de sangre por ningún lado.

Escuché un ruido tras de mí. Me di la vuelta y visualicé una chica que echó directamente a correr. Sin saber por qué, la seguí diciéndole que me esperase. Justo al doblar cada esquina veía por donde giraba ella y podía seguirla hasta que, tras un último giro de calles, la encontré en medio de la carretera plantada, a varios metros ofreciéndome la espalda.

Me acerqué y puse la mano en su hombro descubierto. Se encogió un poco como si un escalofrío recorriese su cuerpo y lentamente se giró para mirarme. Tenía un bonito rostro, los labios levemente separados a menos de un centímetro y una graciosa gota en la nariz. Se apartó un poco el pelo de la frente y depositó un dedo en mis labios antes de que yo dijese nada. Seguido puso ese mismo dedo en sus propios labios e intentó escuchar algo. La imité y el sonido de un fuerte movimiento de agua llegó a mis oídos. Ella se quedó mirando a lo lejos y la cara le cambió a una asustada expresión.

Me fijé un poco y capté con mis ojos una riada arrasando todo a su veloz paso surcando las calles. Me gritó que corriera y salió disparada. Yo intenté seguirla pero el viento casi me tumbaba y mis pies eran pesados y lentos en aumento mientras que la ola aumentaba en tamaño y velocidad.

Finalmente la riada me atrapó y arrastró por un acantilado formando una brutal cascada. Increíblemente, no morí. Notaba un viento como si me hubiese lanzado desde un avión, era como si estuviese cayendo en el vacío pero… estaba sobre el agua. No la tocaba, nos separaban unos centímetros y si acercaba la mano, el agua se apartaba más. Descubrí que podía desplazarme como un zapatero (insecto de agua) impulsándome con mis extremidades que no tocaban nada.

Me acerqué a la orilla y me acerqué a la cascada para ver la altura de la que había caído. Sin embargo, mi atención fue captada por una brecha en la piedra, una cueva tras el agua que caía desde cientos de metros arriba.

Crucé la cueva, y el calor era sofocante. Al rato de estar andando descubrí todo un infierno con ríos de lava y un cielo con oscuras nubes amenazando.


Un caballo negro mezclado con piedra fundida, bebía del fuego de la lava sin ningún problema. El monstruoso animal levantó las patas de delante al verme y soltó un relincho furioso. Corrió hacia mí y lo único que pude ver son sus ígneos ojos antes de embestirme como un toro.

El golpe me lanzó rodando hasta caer en un hoyo. En el me encontré con el cadáver de la chica de la calle. Tenía los labios cosidos y estaba medio descompuesta con la cara desfigurada. Sus ojos se abrieron y me inmovilizó de brazos y piernas. El hilo de su boca se soltó y se acercó para atravesar la mía, cerrándola sin poder evitarlo. Ella rió. Su carcajada endemoniada era aterradora y más estando cara a cara a pocos centímetros de distancia y sin poder soltarme. La tierra empezó a caer sobre nosotros enterrándonos juntos cuando…

… despierto… Estaba bañado en sudores fríos en mi cuarto. Casi notaba que me faltaba el aliento. Enciendo la luz y me dirijo a la cocina para beber agua y olvidarme de esos malos sueños. Ya bebiendo el vaso en la cocina, veo una manta sobre un bulto grande. Me acerco sin saber que es y levanto la manta. Y allí estaba la chica tal y como la encontré por última vez en mis sueños. Me cogió de la mano y tiró para acercarme a ella, sujetarme y darme un beso. Un beso que soltó sus labios… para cerrar por siempre los míos…

The Blind