martes, 25 de noviembre de 2008

La amabilidad no va por delante


Antes de nada advierto: esto no es un relato sino un artículo de opinión para un periódico escolar que pretendemos hacer para un concurso. Yo por supuesto voy completamente a mi bola y escribo acerca de lo que me da la puñetera gana. Os lo pongo porque supongo que estaréis de acuerdo y sea como sea os hará gracia (espero).

-------------------------------------------------------------------------------------------------

Aún recuerdo aquellos tiempos en los que viajábamos en familia en coche con mi pobre madre martirizada pues, como ella siempre nos cuenta, a falta de media hora para llegar a cualquiera que fuese nuestro destino, mis hermanos y yo teníamos un chip que nos hacía alborotarnos y ser, a conciencia, lo más molestos que pudiésemos. En estos viajes en concreto, tengo presente también parar a menudo en un bar para comprar el periódico del día y ese señor cuyo enfadado rostro nos demostraba que se veía forzado a dejar su silla y su cerveza durante unos segundos para atendernos.


Me resulta tedioso tener que pagar por unos servicios y que aquella persona que me atiende, y cuyo sueldo depende de mi cartera y la de otras gentes similares, no sepa manifestar siquiera un leve gesto de agradecimiento sino que incluso llega a tener unas formas completamente reprochables en sus métodos para atinar con los modales. Y es que seré raro pero me desagrada por ejemplo ir a comprar el pan, cosa común donde las haya, y que la señora, que por supuesto se gana la vida de forma honrada y virtuosa, tenga una gran dificultad en convertir en sonrisa la desalentada curva que forma la abertura anterior de su tubo digestivo. Ya no existe ni amago o intento de ser hipócrita y pretender así contentar al cliente sino que encima me repatea que se dedique a criticar a la persona anterior. Logra que me pregunte qué maravillas contará de un fiel comprador de pan como soy yo, y es que odio premiar con mi dinero a quien no lo merece.


Normalmente me entran ganas de agarrarle las mejillas y estirárselas hasta el cielo gritando a la vez “¡Señora, escandalícese! ¡Vive Vd. tan amargada en su trabajo que no podrá ser feliz tampoco en su tiempo libre y morirá vieja y sola y su único pasatiempo se convertirá en tejer abrigos durante horas sentada en una butaca rodeada de gatos a los que encima será alérgica!”. Es una pena que esta situación tenga unas consecuencias desastrosas que difieran de mis intenciones con tan bondadosa acción. Seguramente la señora se llevaría un susto sobrecogedor y yo sería echado a la tremenda con una barra de pan golpeando mi cabeza y perseguido por violentos ataques orales.


Definitivamente, mi envidia particular en lo que respecta a lo que he vivido se encuentra en un país sencillo como Andorra. En Andorra son conscientes de lo importante que es el comercio para todos ellos y, vayas donde vayas, la gente te tratará de una forma tan afable que entonces te plantearás lo mismo que yo, ¿por qué en mi tierra parece que me estén haciendo un favor si soy yo quien paga y aquí el trato es exquisito aún cuando no compro nada?


Tal vez la razón de todo esto sea que la sociedad, la cual formamos todos y cada uno de nosotros, se dedica a premiar a los que actúan de forma indigna y no a los que deben. Con esto me refiero a que alguien de físico destacado, alguien que sepa dar patadas a un balón e incluso un camello van a vivir mejor, o por lo menos más fácilmente que alguien que se ha pasado su vida estudiando y no le da para pagarse una casa mientras los que actúan con poco esfuerzo se bañan en dinero. Creo entender entonces que, como yo mismo con mi primer trabajo, tanto un hombre que abrió un bar como una mujer que hizo lo mismo con una panadería, comenzasen con un brillo especial en los ojos al iniciar un negocio propio y, al conocer mejor la vida o quizás cansados de la rutina, esa luz con el tiempo haya muerto.


The Blind