lunes, 26 de enero de 2009

Arrasar (Parte VII)


-¡Armgajam!- Saludó Primo entre las llamas.
Descendió de la hoguera y apagó con calma las llamas que prendían su ropa. Alzó la cabeza y miró a su alrededor.
-Bien, ¿Estamos todos?- se rascó la cabeza confuso- He de presentaros a alguien… Ana…- Cambió de tema- ¿Me has puesto un tapón en la cabeza?
El chico de la torre de ajedrez se acercó a las dos chicas que yacían como muertas al pie de la hoguera y, como había hecho con el resto de inconscientes, las tiró una detrás de otra a la hoguera.
Despertaron. Mientras saltaban de la hoguera y se libraban despreocupadamente de las llamas, las observé con detenimiento.
Una de ellas llevaba unos pantalones piratas muy anchos, sujetos a su fina cintura con un cinturón de pinchos plateados, que combinaban con las pulseras que llevaba en ambas muñecas. Ceñida al cinturón, una catana de empuñadura negra imponía su autoridad. Tenía una camiseta corta y negra, que llegaba hasta la mitad de sus brazos, dejando los hombros al aire, rozados levemente por el cabello negro ondulado que descendía como una cascada. De uno de sus pendientes colgaban unos cascabeles, mientras que en el otro llevaba un dado negro sostenido por una cadenilla. Tenía un rostro perfecto, con unos ojos negros que no cesaban de observar todo lo que se ponía ante ellos, inquietos.
La otra en cambio, andaba sin prisa, con parsimonia. Iba descalza y tenía la piel extremadamente pálida. Llevaba un vestido negro y azulado que, sin saber muy bien porqué, le daba un aire impetuoso. Sus antebrazos se hallaban cubiertos por unas mangas azules. Su pelo bajaba hasta la mitad de su espalda emitiendo destellos conforme se movía. No supe con exactitud si sus ojos estaban surcados por unas profundas ojeras o bien se había pintado en torno a los ojos con tonos oscuros.
-Mmm… por curiosidad- dijo Lyra- ¿Qué os ha pasado?
-Todo empezó cuando Ker me dijo “¡¿A que no te atreves a darte con esta piedra en la cabeza?!”- respondió la chica de piel pálida.
-Entonces una cosa llevó a la otra y aquí estamos- terminó Ker- ¿Qué hay de la cena?
-Está en ello Charly- respondió Ana que había sacado su arco y, con el carcaj apoyado en el suelo, practicaba contra el tronco de un árbol.- Espero que vuelva pronto, tengo hambre.
El chico de la torre de ajedrez alzó la cabeza.
-¡Tengo hambre!
De pronto Ker salió corriendo hacia el árbol en el que practicaba Ana y, apoyando un pie en las flechas clavadas, todas en el mismo punto, saltó y trepó entre las ramas hasta desaparecer de la vista.
Tras unos segundos se oyó a Ker.
-¡Charly está viniendo!- gritó desde la copa- ¡Está derrumbando la mitad del bosque!
Y efectivamente, pronto se oyó su sierra eléctrica arrasando los troncos y sus carcajadas diabólicas que indicaban que había encontrado comida.
De repente Charly llegó dando zancadas y arrasó con el árbol en el que se encontraba Ker. Se oyó un grito de pánico en la copa del árbol hasta que cayó al suelo.
Hambrientos, todos se cernieron sobre Charly, pero no se acercaron demasiado, puesto que llevaba en un hombro dos personas (adiviné que estaban inconscientes) y en el otro hombro… un oso.
Cerré la boca.
-Por lo menos podrías haberlo traído muerto- se quejó Ana.
-Mmm pensé que era más divertido así- cogió al oso y lo puso en el suelo.
Antes de que el oso pudiese defenderse si quiera, al chico de la torre de ajedrez se le pusieron los ojos rojos y saltó con una furia diabólica sobre el animal. Éste cayó de espaldas alzando las garras a duras penas. Pero el chico de la torre de ajedrez se sentó sobre su cuello y comenzó a clavarle en la cabeza su torre de ajedrez con ambas manos.
El oso dejó de moverse.
El chico de la torre de ajedrez se levantó y sonrió. Su cara estaba cubierta de salpicaduras. Sus ojos perdieron progresivamente el tono rojizo.
Mientras tanto, Charly tiró a las dos personas que llevaba en el otro hombro a la hoguera.
Despertaron. Al incorporarse, uno de ellos sacó de no se sabe donde lo que parecía un cuenco y se lo estampó en la cabeza al otro.
-¡Auch!, ¿Pero qué haces?
El del cuenco pareció darse cuenta de su error.
-¡Ops! Perdona, creía que me estabas atacando, Ichigo.
-¡Ah claro!, ¿Eso creías? Pues te vas a…-
-Silencio- dijo la chica de la piel pálida con voz calmada.
Se hizo el absoluto silencio. Tras unos segundos.
-¿Por?- inquirió el chico del cuenco.
-Nada, quería que te callaras- contestó con una sonrisa.
-Bueno- interrumpió Primo- Ahora que estamos todos conscientes quiero presentaros a alguien…- Me miró.
Todas las miradas se clavaron en mí. Sin saber muy bien porqué, sonreí con un deje de locura.
-¡Saludos!


The Reaper

lunes, 19 de enero de 2009

La cruda realidad


Érase una vez un hombre infeliz. Este hombre era una buena persona: no pretendía ningún mal a la gente y era educado donde los haya. Su único problema es que nunca fue ni libre ni feliz.

Ya desde pequeño, se le acabó pronto el jugar y dejar correr la imaginación hasta donde el infinito marcase. Le metieron entre cuatro paredes para hacer lo que un grupo de dictadores de mayor tamaño ordenaba. Tras salir de esa prisión, apenas veía el sol de camino a casa, pasaba de una cárcel a otra.

Durante años le dijeron lo que tenía que hacer, lo que tenía que estudiar, cómo comportarse siendo un hipócrita en determinadas situaciones e incluso le “enseñaban” en que dios tenía que creer y cómo vivir según esa religión, sus mandatos, leyes, pecados… En clase no soportaba tener que memorizar para repetir como un lorito y después olvidar. No entendió que se promoviese esa forma de coger asco a aprender, ni tampoco el tener que ser como la sociedad quiere que seas. Respecto a la religión, nunca se creyó nada. ¿Cómo iba a creer en un montón de leyes morales con las que ni los predicadores daban ejemplo? La religión no podía ser como un club de fútbol al que uno se hace aficionado según el lugar en el que vives. La religión debía de ser algo interior, personal y sin opiniones ajenas. ¿Cómo sabemos si todos hablamos de un sentimiento interior y no de una buena dosis de crack en el cuerpo? Fuere como fuere, el no encontró ese sentimiento, no había dios en su vida.

Pasó el tiempo y alcanzó la pubertad, el pretendía salir a diario para no aburrirse en la rutina pero sus amigos o ponían excusas baratas para no salir entre semana o directamente sus propios padres se lo prohibían. Así es que, salvo los fines de semana en que salían a beber con la intención de pasar un buen rato, se quedaba en casa. Por suerte a menudo se veía acompañado por un buen libro.

Concluidos ya muchos años, se encontraba con una basura de empleo en el que se veía martirizado por su jefe, trabajaba como un esclavo y cobraba un suelo semejante. Ya no leía. Llegaba a casa demasiado cansado como para hacer ningún tipo de esfuerzo así que dejaba que la televisión pensara por él mientras su cerebro maceraba y se pudría junto con la carroña televisiva. El teléfono móvil le saturaba provocándole quebraderos de cabeza y más de una vez tuvo que comprar uno nuevo tras haberlo lanzado siete pisos abajo.

Los impuestos se lo comían y la hipoteca hacía tiempo que lo estaba digiriendo. Los políticos imponían más leyes absurdas a los ciudadanos para multarlos más de forma abusiva y, en vez de ayudar a mejorar, se lanzaban heces unos a otros intentando ocultar la mierda propia y buscando llenar, como sea, sus bolsillos.

Su adicción a los calmantes iniciada tras separarse de aquella bruja que se llevó a sus hijos y que se hacía llamar mujer se veía acompañada por un alcoholismo extremo ya iniciado en su pubertad.

Ahora era lo que todos esperaban de él. Vivía un modelo de vida decadente en el que se promovía ser otra oveja más en el rebaño y que cuando alguien dijera “¡Hombre de la calle! ¡Compre su felicidad con esta maravillosa tontería inservible!” respondería “Sí, amo.”.

Un mal día, al darse cuenta de todo esto, decidió suicidarse. Dejó su trabajo y consiguió otro de dependiente de un negocio de ropa conocido en época de rebajas. Antes de que abrieran las puertas en su primer día, se sentó en el suelo a esperar. La avalancha fue demoledora. Murió aplastado.



The Blind

sábado, 17 de enero de 2009

Arrasar (Parte VI)


-Claro.
Ana sonrió y esperó a que llegara a su altura. Bajamos todos juntos por la colina. Lyra se encontraba tendida unos metros más abajo. Mientras que el de la torre de ajedrez había bajado tras ella y volvía a pisarle la cabeza. La oscuridad comenzaba a ocultar el suelo, pero mis nuevos compañeros parecían saber en todo momento donde pisaban.
Una vez me hube acostumbrado medianamente a la actitud peculiar de mis acompañantes me puse a observar lo que nos rodeaba que, a pesar de la oscuridad, podía distinguirse lo suficiente. A nuestra derecha se extendía un tenebroso bosque sumergido en un silencio inquietante. El mismo bosque en el que Charly se había adentrado para buscar la cena con su gigantesca sierra eléctrica. Precisamente en ese momento se oyó en la lejanía el motor de la sierra eléctrica y unas carcajadas diabólicas.
Ana volvió la cabeza.
-Hoy tendremos cena- dijo sonriendo.
Subíamos y bajábamos por las innumerables colinas. Cuando estábamos lo suficientemente alto se podía divisar por encima de los árboles el ejército del que Primo se hacía llamar general. Por un momento lo había olvidado. Miles de antorchas y hogueras centelleaban inmóviles, iluminando entre las sombras a otros miles de personas.
Agucé la vista. Algunos de ellos no parecían personas. Pero desde aquella distancia no podía estar seguro.
Volvimos a bajar la colina y perdí de vista al ejército. A la izquierda, pasadas otras colinas por las que ya habíamos pasado, se alzaba un risco. Recordé de pronto cómo había llegado hasta aquí. Me acordé del cuervo del cementerio. Extremo este de la Calle del Olvido , el mensaje que había sido carbonizado en la palma de la mano de primo.
Llegamos a un tramo en el que el terreno se volvía más llano y el bosque terminaba. Torcimos a la derecha bordeando éste y caminamos hacia el ejército.
-Ya hemos llegado- Comentó Ana.
Nos estábamos acercando a una inmensa hoguera.
El chico de la torre de ajedrez cogió a Lyra de los pies y sin más miramientos le tiró a la hoguera. Tras yacer dos segundos entre las llamas, Lyra despertó. En cuanto se dio cuenta de lo que había ocurrido, antes de apagar las llamas que quemaban su ropa y su pelo, se levantó y pegó un puñetazo al chico de la torre de ajedrez que por poco le arranca la cabeza. Esta vez fue éste quien cayó inconsciente.
-Llamaré a esto “Puñetazo de fuego”… o “El ataque de mano de fuego”… mmm.
Mientras que Lyra debatía por librarse de las llamas y pensaba un nombre para su nuevo ataque, Ana se dirigió a la hoguera y cogió su mochila, de la que sacó un martillo.
Me quedé mirando perplejo. Ella se dio cuenta.
-Es mi botiquín- se explicó.
Alzó el partillo por encima de su cabeza y sacó levemente la lengua, calculando el golpe.
-¡CRASH!
Se hizo el silencio. Sacó el dedo.
-mmm creo que me he pasado- se limitó a decir sin darle mucha importancia al hecho de que le había partido la cabeza a Primo.
Sin embargo, no era esto lo que más me asombraba. Había algo más preocupante en lo que nadie parecía haber reparado. A lado de la hoguera yacían dos chicas. Antes hubiera pensado que estaban muertas, pero conociendo ya un poco a esta gente supo que se habían quedado inconscientes también.
-¿Puedes sostenerle la cabeza así un momento?- me preguntó Ana.
Tenía que apretar con ambas manos el cráneo para que la grieta se uniera. Mientras, Ana sacó de su botiquín una aguja y un hilo y se puso a coser. En cuanto terminó sacó un tapón y se lo puso en el agujero.
-¡Ala!, curado.
El chico de la torre de ajedrez cogió a primo de los pies y, como había hecho con Lyra, le tiró a la hoguera.
Primo despertó. Se levantó lentamente entre las llamas y dijo con voz oscura:
-¡Armgajam!

The Reaper

viernes, 9 de enero de 2009

Arrasar (Parte V)


-El resto… se ha quedado atrás…- dijo el tal Charly bajando la cabeza.
-¿Cómo que se ha quedado atrás?- preguntó Lyra con cara de preocupación.
-Sí. Lady Nerón y Ker han preferido quedarse encendiendo la hoguera e Ichigo… me parece que está hablando con una tortuga que hace mucho tiempo que no veía.
De pronto Lyra Giró sobre sí misma y le plantó una patada en el esternón con una fuerza imponente. Charly apenas se balanceó.
-¡Me has asustado Imbécil!- le gritó riéndose.
Charly sonrió. Y luego puso cara de sorpresa.
-¿Puedo preguntar por qué Ana tiene el dedo metido en la cabeza de Primo?.
Ana, concentrada ahora en zafarse de la neurona, estaba en el suelo empujando la cabeza del tal Primo con los pies y tirando de su brazo con todas sus fuerzas.
-Me temo que tendrás que llevarlo contigo- concluyó Lyra- Ya se nos ocurrirá algo en la hoguera… A menos que…- desenvainó la catana.
-¡Ni lo sueñes!- repuso Ana- Sigo queriendo mi dedo, gracias.
-No estaba pensando en tu dedo- sonrió.
-No creo que cortarle la cabeza le ayude mucho- objetó Charly.
Finalmente, Ana desistió de liberarse. Se levantó arrastrando el cuerpo inerte por el suelo.
El chico de la torre de ajedrez alzó la cabeza de pronto.
-Tengo hambre- dijo. Y comenzó a dar golpes a Ana con la torre de ajedrez en la cabeza.
-¡Ay! ¡Para!- exclamó defendiéndose con la única mano que podía levantar- ¡Está bien! Vamos a cenar.
De repente Lyra se acercó al chico de la torre de ajedrez y le dio un bocado en el cuello. Éste se dio la vuelta y le clavó la torre de ajedrez en la frente. Ambos sangraban abundantemente. Pero fue Lyra la que bizqueó un momento y cayó al suelo.
-¡Parad de vez!- Gritó Ana enfurecida- ¡No puedo curar a todos a la vez!
Pero el chico de la torre de ajedrez, haciendo caso omiso de sus quejas, comenzó a pisar la cabeza de Lyra con curiosidad.
-Bueno, voy a por la cena- añadió Charly. Acarició su sierra eléctrica y desapareció entre los árboles.
Entonces todos comenzaron a descender por la colina. Ana arrastraba a duras penas a Primo, mientras que el de la torre de ajedrez colocó a Lyra tumbada, paralela a la pendiente, y la hizo rodar hasta abajo. Pero antes de que se fueran, Ana se detuvo un momento y se dirigió hacia mí.
-¿Vienes?.
La pregunta me pilló por sorpresa. Dudé un momento. La verdad es que no me parecía una buena idea mezclarme con un grupo de psicópatas. Pero me di cuenta de que no tenía a donde ir y de que estaba muerto de hambre.
-Claro.


The Reaper

viernes, 2 de enero de 2009

Que sangren los cielos, que ya cerrarán las heridas


Es de noche y no puedo dormir.

Fracasos... fracasos acumulados uno a uno en ese rincón de mi mente deberían estar muertos. En cierto modo lo están, siendo como zombis en descomposición que vuelven a la vida y no me dejan olvidar.

Proyecto tras proyecto continúo igual que siempre. A veces hay avances y otras veces retrocesos, pero siempre se vuelve al punto de partida. Ese punto en el que no tienes nada.

En extrañas ocasiones hay situaciones afortunadas que perduran, pero en su mayoría se quedan en vanas ilusiones, como semillas que jamás llegaron a germinar.

Escoria humana, eso es lo que somos. Nosotros mismos nos auto-infundimos odio y lo destruimos todo. No tengo ninguna esperanza en la humanidad, es un pensamiento misántropo pero la mejor solución para el planeta es que nos extingamos.

Y aún sin esperanzas, no puedo quedarme de brazos cruzados, aunque sea nivel individual pienso conseguir lo que muy pocos pueden siquiera soñar. Sonará triunfal la música de la victoria y yo no caeré, aunque todos se me opongan.

Difundiré un caos benefactor y me alzaré entre las cenizas que dejen el fuego y las llamas. No necesito seguidores, mi voluntad lo es todo.


Es hora de poner fin a tanta estupidez y limpiar la mierda de nuestros errores.



The Blind