martes, 9 de febrero de 2010
Tomos de la Muerte (Tomo 1 - Punto de vista: The Blind)
Es imposible que haya pasado. Sé perfectamente que no estoy consciente, es como si mi cuerpo estuviese dormido pero, dentro de él, yo sigo siendo racional. No hay imagen, sólo el eco que provocan mis pensamientos, porque pensar es lo único que puedo hacer. Mi guitarra… mi guitarra ha desaparecido, y sólo ese sentimiento de vacío y odio ha podido provocar que me encuentre en este estado.
Finalmente, y tras una eternidad, abro los ojos. No tengo la menor idea de qué ha podido pasar durante este rato, ni el tiempo que se ha esfumado. De hecho, al ‘despertar’ me he encontrado de pie, con algunos rasguños pero no parece que me hayan violado. Una densa niebla me impide ver a más de cuatro o cinco metros pero a pesar de todo reconozco estar en un terreno rocoso, por la inclinación, deduzco que una montaña. Cuestionándome el por qué, no encuentro negativa y sin saber la razón, decido escalar. La inclinación es cada vez mayor y las rocas a las que necesito apoyarme para subir están más afiladas por cada metro ascendido. A medida que asciendo por esa pared de cuchillos, los cortes que me producen derivan en que en cada apoyo queden dibujos de manos manchas con sangre.
¿Qué hay allí? Veo la cima pero tiene una especie de sombra con forma de palo o algo similar en la cima, apuntando al cielo. Termino de subir los escasos metros que me faltaban y, como con vida propia, la niebla se aparta para dejarme ver el objeto. Tiene la base incrustada en la roca, un mástil decorado con enredaderas negras y cuya cabeza emula una lanza; mi guitarra.
Sin dudarlo un momento la cojo con una mano y la levanto. Se desprende fácilmente de la roca. Tengo la sensación de que, como a un Rey Arturo del metal, la roca no habría cedido para nadie más. Me sitúo yo en la cumbre antes ocupada por mi instrumento y oteo el paisaje. Niebla. No hay más que niebla extendida hacia el infinito y una suave brisa pidiéndome que toque para ella, pidiéndome que hiera el silencio y lo sepulte con las notas de mi arte. Acaricio el mástil de la guitarra bañándolo con un reguero de sangre. Preparo mis ensangrentados dedos y cierro un momento los ojos esperando inspiración.
Instantáneamente, mis dedos empiezan a tocar un solo que podría ser catalogado de violencia. Mis dedos viajan a la velocidad de un rayo pero yo los veo lentos, como si estuviesen nadando en un tarro de miel espesa. Más rápido. Más. ¿Vas a ponerte a llorar? ¡Toca como un heavy! Mis dedos alcanzan un movimiento de vértigo y cada nota entra en mi cabeza como una explosión de metal. La sangre que pinta ahora mi guitarra ha mejorado su sonido.
Con un final atronador, finalizo el solo. El eco me devuelve notas desde lejos pero, ¿es ese mi solo? Obviamente no. Alguien está tocando desde otro lugar y… ¡mejor que yo! ¿Cómo se atreve? Cuando finaliza su solo hago yo uno mejor. Como en un partido de ping-pong, devolvemos un ataque con otro más certero, rápido y mejor. Finalmente, en uno de mis solos, el roce de mis dedos contra las cuerdas produce un calor que se convierte en fuego. Le doy un final como nunca antes se había escuchado, un sonido desgarrador que ni los oídos más expertos podrían concebir.
Mi guitarra se desvanece. No hay respuesta. Mis manos siguen ardiendo. No me molesto en apagarlas. El aire sopla con más fuerza hasta convertirse en un vendaval. Se rompe el cielo, descargando toda su ira mediante una tormenta de truenos. Sé que es lo que se avecina, y no hay forma de pararlo. Alzo la vista, coloco los brazos en cruz y, de nuevo, cierro los ojos. No puedo verlo pero se que está cerca. Cada vez más, lo presiento.
Alzo los brazos con rapidez y detengo una gigantesca bola, aquello que venía a toda velocidad hacia mí: la Luna. Pero el éxito no es pleno, la base en la que me encuentro se rompe y caigo, aun sujetando la Luna, varios metros más abajo, clavándome las rocas en la espalda. Noto como penetran en mi carne, hurgando las heridas y provocándome un daño bestial. A pesar del dolor, empujo la Luna y me levanto, pero ella sigue ejerciendo la misma presión sobre mis brazos.
Todos y cada uno de los innumerables rayos de la tormenta se concentran sobre mi cuerpo, ahora transformado en un pararrayos humano (¿humano? Quería decir heavy). Apenas puedo aguantar. Justo entonces, algo me atraviesa la espalda, rompiéndome la columna vertebral, destrozando mis órganos internos y abriéndose paso por las costillas para aparecer a saludarme en mi propio pecho. El mástil de mi guitarra…
Sí, es Pablito mi ejecutor. Un pequeño niño de cinco años, mi archienemigo. La sangre me sale a borbotones por la boca (además de por el pecho y la espalda). Me río. A carcajada limpia, sin poder parar. Mi risa resuena por todos lados; Pablito, conmigo atravesado en la guitarra, comienza a tocar los solos que yo mismo había interpretado antes; los rayos siguen abrasándome el cuerpo; y seguo sosteniendo el peso de la Luna, que cada vez hace retroceder más mis brazos, rozándome ya la cara. Sé que es el momento de saludar al personaje presente a mi lado. Sé que esta allí, estoy seguro de que, aunque yo no vea nada, le estoy mirando a los ojos. Le grito entre mis risas paranoides.
¡Mátame, es el momento! ¡Arráncame la vida!
El golpe fue brutal. La Luna, a la vez que una guadaña invisible, cayó sobre mí. La mezcla de todo creó una explosión de proporción estelar y mi cuerpo se destruyó por completo.
Polvo eres, pero ni polvo quedará de ti.
The Blind
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