Todo lo que me rodeaba no era más que odio. En cuanto miraba a mi alrededor me daba cuenta de que estaba solo. Los niños no querían jugar conmigo... todos me tenían pánico, nadie me apoyaba... bueno, exceptuando a Yashamaru... él era amable, comprensivo... fue como un padre para mí. La única persona importante que me quedaba. Me explicaba que las personas se sacrifican por sus seres queridos. Me contaba siempre que se lo pedía cosas sobre mi madre y él accedía a mis peticiones, comprendiendo que lo único que yo tenía era a él y las historias que me contaba, todo lo que me enseñaba.
La arena, que posteriormente guardaría en una calabaza, funcionaba como un escudo automático, y en consecuencia no podía ser herido... no conocía el dolor, y tenía una enorme curiosidad. Intenté en varias ocasiones clavarme un cuchillo en diferentes partes del cuerpo... pero era inútil, la arena me protegería por siempre. Yashamaru intentó explicarme con palabras como era el dolor, incluso se cortó a si mismo un dedo... pero yo no lo podía entender... solo podía limitarme a chupar su dedo herido para degustar su cálida sangre, aquel sabor del dolor que nunca entendería.
Y entonces pasó. Aquel acontecimiento que marcaría toda mi vida: me encontraba sentado en un tejado observando la luna llena, que me excitaba, y, de pronto, una ráfaga de afilados kuanis fueron detenidos por mi arena. Harto de que me ataquen por la espalda sin ningún motivo, descargué mi furia sobre el atacante con la técnica prohibida asesina aprendida de mi padre: “El ataúd del desierto”. Dicha técnica debería haberlo matado, pues el oponente queda cubierto de arena bajo una altísima presión, pero aún no sabía ejecutarla bien. Me acerco al hombre medio muerto para arrancarle la poca vida que le quedaba, pero en cuanto vi su cara me quede paralizado, Yashamaru yacía delante de mí con la cara ensangrentada. Su mirada estaba clavada en la mía, con una evidente tristeza en sus ojos... antes alegres y llenos de vida. Observo horrorizado cómo la sangre emana de su cuerpo al que yo mismo había atacado.
¿Porqué?, ¿porqué me atacó de esa forma?... la única persona que me importaba, la única que realmente me quería a pesar de ser un monstruo, mi única fuente de cariño...
-¿Porqué? –pregunté sollozando a la persona que hace unas horas era amable conmigo...
-Tu padre me ordenó matarte- respondió con un débil susurro apenas audible.
Una ola de esperanza sacudió mi ser, ¿así que lo hizo en contra de su voluntad? ¿de verdad me seguía queriendo y aún así se vio obligada a ejecutar esa orden?...
-No, no lo hice en contra de mi voluntad- respondió leyéndome a la perfección el pensamiento- acepté la orden con gusto, porque siempre te he odiado, Gaara...- prosiguió mientras su voz se apagaba poco a poco- en el fondo de mi ser te odiaba. Tú, monstruo, eres la causa de la muerte de mi hermana, y no te he perdonado...-.
Y con un último aliento, la muerte se la llevó a la oscuridad...
Se me formó un nudo en la garganta insoportable. Tan solo podía llorar de desesperación, sentía un peso en el pecho gigantesco... parecía que me iba a explotar el corazón de dolor...¿Qué sentido tenía vivir y existir si lo único que me mantenía con vida resultaba ser todo una farsa?, ¿cómo es que me ha estado odiando desde que nací?, ¿así que no existe el amor?, ¿todo lo que me contó eran mentiras?...
Nací siendo un monstruo...
¿Amor?... ¿familia?...Son sólo trozos de carne unidos por el odio e intentos de asesinato... Así que, ¿para qué existir y vivir?, me pregunté. Tras largo tiempo esto es lo que concluí: Existo para matar a todos los demás. Finalmente encontré alivio en el miedo a ser asesinado en cualquier momento. Matando a los asesinos, fui capaz de descubrir mi razón para vivir. Sólo lucho por mí y sólo me amo a mi mismo. Mientras pienso que el resto de la gente existe para hacerme sentir eso, el mundo es maravilloso. Mientras halla gente que matar en este mundo... para hacerme experimentar la alegría de vivir... mi existencia continuará...
Y ahora dejadme sentir... la alegría de vivir...
The Reaper