lunes, 24 de marzo de 2008

Gaara


Vengo de la aldea oculta de la arena. Oscura y tenebrosa. Se encuentra en el país del viento... allá en la lejanía, aislada de todas las demás aldeas. Apenas dejaba de soplar un minuto el aire que elevaba la densa arena dando forma a aquellos remolinos con movimientos siniestros que se deshacían al pasar a través de ellos las pocas personas que salían a la calle. Dicha aldea tenía como jefe al cuarto Kazekage y a sus tres hijos: Temari, Kankuro y yo, Gaara, el hermano menor. Cuando yo nací, el cuarto Kazekage, mi padre, ordenó sellar con una técnica de posesión dentro de mí a un monstruo: Shukaku, para convertirme en una arma de inmenso poder. Dicho monstruo también es llamado “el gran perro mapache”, pues tiene dicha forma. A causa de esta posesión, mi madre, karura, murió al darme a luz... maldiciendo a toda la aldea por su atrevimiento. Desde que Shukaku fue sellado dentro de mi cuerpo me convertí alguien peligroso... todo el mundo me temía, incluso mi propio padre, que planeó asesinarme innumerables veces, pues él ya no me consideraba su hijo, sólo me consideraba un experimento fallido. Todos sus intentos de asesinarme eran en vano, pues él mismo me aplicó una técnica de encarnación de arena que se desarrolló de forma extraña... la arena me protegía de cualquier ataque dirigido a mi cuerpo. Mas tarde mi tío Yashamaru me explicó que aquello sucedía por la última voluntad de mi difunta madre, que me protegería por siempre... hasta el fin de mis días.
Todo lo que me rodeaba no era más que odio. En cuanto miraba a mi alrededor me daba cuenta de que estaba solo. Los niños no querían jugar conmigo... todos me tenían pánico, nadie me apoyaba... bueno, exceptuando a Yashamaru... él era amable, comprensivo... fue como un padre para mí. La única persona importante que me quedaba. Me explicaba que las personas se sacrifican por sus seres queridos. Me contaba siempre que se lo pedía cosas sobre mi madre y él accedía a mis peticiones, comprendiendo que lo único que yo tenía era a él y las historias que me contaba, todo lo que me enseñaba.
La arena, que posteriormente guardaría en una calabaza, funcionaba como un escudo automático, y en consecuencia no podía ser herido... no conocía el dolor, y tenía una enorme curiosidad. Intenté en varias ocasiones clavarme un cuchillo en diferentes partes del cuerpo... pero era inútil, la arena me protegería por siempre. Yashamaru intentó explicarme con palabras como era el dolor, incluso se cortó a si mismo un dedo... pero yo no lo podía entender... solo podía limitarme a chupar su dedo herido para degustar su cálida sangre, aquel sabor del dolor que nunca entendería.
Y entonces pasó. Aquel acontecimiento que marcaría toda mi vida: me encontraba sentado en un tejado observando la luna llena, que me excitaba, y, de pronto, una ráfaga de afilados kuanis fueron detenidos por mi arena. Harto de que me ataquen por la espalda sin ningún motivo, descargué mi furia sobre el atacante con la técnica prohibida asesina aprendida de mi padre: “El ataúd del desierto”. Dicha técnica debería haberlo matado, pues el oponente queda cubierto de arena bajo una altísima presión, pero aún no sabía ejecutarla bien. Me acerco al hombre medio muerto para arrancarle la poca vida que le quedaba, pero en cuanto vi su cara me quede paralizado, Yashamaru yacía delante de mí con la cara ensangrentada. Su mirada estaba clavada en la mía, con una evidente tristeza en sus ojos... antes alegres y llenos de vida. Observo horrorizado cómo la sangre emana de su cuerpo al que yo mismo había atacado.
¿Porqué?, ¿porqué me atacó de esa forma?... la única persona que me importaba, la única que realmente me quería a pesar de ser un monstruo, mi única fuente de cariño...
-¿Porqué? –pregunté sollozando a la persona que hace unas horas era amable conmigo...
-Tu padre me ordenó matarte- respondió con un débil susurro apenas audible.
Una ola de esperanza sacudió mi ser, ¿así que lo hizo en contra de su voluntad? ¿de verdad me seguía queriendo y aún así se vio obligada a ejecutar esa orden?...
-No, no lo hice en contra de mi voluntad- respondió leyéndome a la perfección el pensamiento- acepté la orden con gusto, porque siempre te he odiado, Gaara...- prosiguió mientras su voz se apagaba poco a poco- en el fondo de mi ser te odiaba. Tú, monstruo, eres la causa de la muerte de mi hermana, y no te he perdonado...-.
Y con un último aliento, la muerte se la llevó a la oscuridad...
Se me formó un nudo en la garganta insoportable. Tan solo podía llorar de desesperación, sentía un peso en el pecho gigantesco... parecía que me iba a explotar el corazón de dolor...¿Qué sentido tenía vivir y existir si lo único que me mantenía con vida resultaba ser todo una farsa?, ¿cómo es que me ha estado odiando desde que nací?, ¿así que no existe el amor?, ¿todo lo que me contó eran mentiras?...
Nací siendo un monstruo...
¿Amor?... ¿familia?...Son sólo trozos de carne unidos por el odio e intentos de asesinato... Así que, ¿para qué existir y vivir?, me pregunté. Tras largo tiempo esto es lo que concluí: Existo para matar a todos los demás. Finalmente encontré alivio en el miedo a ser asesinado en cualquier momento. Matando a los asesinos, fui capaz de descubrir mi razón para vivir. Sólo lucho por mí y sólo me amo a mi mismo. Mientras pienso que el resto de la gente existe para hacerme sentir eso, el mundo es maravilloso. Mientras halla gente que matar en este mundo... para hacerme experimentar la alegría de vivir... mi existencia continuará...
Y ahora dejadme sentir... la alegría de vivir...



The Reaper

jueves, 13 de marzo de 2008

Los patos del lago Bodom


Felices eran en verano los patos del lago Bodom, pues podían nadar tranquilos y vivir sin problemas. Solían pescar peces a no demasiada profundidad y a veces atinaban a tragarse alguna mosca de vuelo bajo.

Sí, estos patos eran felices durante esos calurosos meses pero tenían un gran problema: la llegada del frío. Cuando el frío azotaba las tierras nórdicas sufrían para sobrevivir (al menos los que sobrevivían) y si pasaban el año estaban casi muertos. Incluso habían evolucionado y habían aprendido a invernar pero su organismo aún no estaba del todo capacitado y la mayoría se habían exterminado. Unos quedaban sepultados bajo la nieve, otros que habían encontrado madrigueras o similares a veces lograban aguantar. Y nadie se había preocupado por ellos que tanto necesitaban una solución para seguir adelante…

Al fin había llegado otro verano. Habían estado a punto de extinguirse definitivamente y apenas quedaban una docena de raquíticos patos hambrientos. Pasaron parte del verano recuperando fuerzas, alimentándose para recuperar peso y trataron de reproducirse como podían (les costaba hasta eso a los pobres) para aguantar un año más como especie no extinta por aquella zona.

Fue una noche de esas cuando iban a acompañar a uno de ellos a mear entre arbustos. Teniendo en cuenta que eran pocos debían darse intimidad pero aún así iban en grupo para por si acaso. Y al ir a volver a su preciado lago se encontraron de camino con unos campistas que charlaban alegremente sentados alrededor de una hoguera. Eran dos chicos y dos chicas bastante jóvenes. Se quedaron desde la oscuridad ojeando por si podían robar algo de comida a esos campistas pero no encontraban el momento oportuno.

Fue entonces cuando vieron una sombra que se abalanzaba sobre los cuatro juveniles y a la primera chica la apuñalaba sin piedad una y otra vez. Uno de los chicos fue en su ayuda pero consiguió ser la siguiente víctima al intentar quitarle su arma y perder. La otra pareja había salido corriendo y el atacante nocturno corrió a por sus presas. La chica tropezó con un tronco y el chico se dio la vuelta pero escapó dejando a la chica como cebo al ver esa sombra alcanzarles. La chica también murió y el cazador alcanzó y derribo al último de ellos. El chico logró darle con una rama en la cabeza y dejarle descolocado el tiempo suficiente como para escapar. Cuando se recuperó el asesino tuvo que irse. Había fracasado; quedaban supervivientes.

Los patos se acercaron sobre las víctimas. La sangre estaba derramada, aún fresca, por el suelo. Sabían que la única forma de continuar con vida seria hacerse heavies y ahora tenían la oportunidad, habían de bañarse en sangre. Se miraron entre ellos y al momento se lanzaron como locos a revolcarse en la sangre. Sus rasgos cambiaban a medida que iban humedeciéndose, sus picos ahora tenían dientes letales, sus plumas adoptaban color que luego se secó y transformó en negro, sus ojos sí se quedaron totalmente rojos y ahora producían sonidos guturales en vez de los típicos “cuac”.

Desde entonces los patos del lago Bodom se multiplicaron y cada vez que cogían a alguien desprevenido le sacaban las entrañas a picotazos. Eran patos demoníacos que comían carne humana sin piedad.

Pasa que seguían teniendo un problema con el frío. Como buenos heavies que eran, ahora el frío les ardía y quemaba así que habían de aumentar la temperatura ambiental para estar más frescos (generalmente a base de bocanadas de fuego).


The Blind

lunes, 10 de marzo de 2008

Orquesta de Metal (Parte 2)


Una vez que Deem hubo desaparecido, me quedé un momento quieto, pensativo. Comencé a andar hacia el espectacular edificio. Eché de menos la compañía de aquel hombre mientras me aproximaba a la inmensa puerta negra. Cuando llegué a los pies de ésta me sentí tan pequeño como puede sentirse una pulga frente a un escalón.
¿Y ahora qué?, a ver quien consigue abrir este bicho, dije para mis adentros. En respuesta a mi pensamiento, la puerta emitió un sonoro y siniestro chirrido, como si hace años que no se abriera, y comenzó a abrirse con lentitud. Esperé pacientemente, un poco intimidado, hasta que vi un destello blanco acercándose hacia mí. Distinguí la forma de una mujer. Andaba con un paso elegante y al mismo tiempo despreocupado. Llevaba el pelo suelto, plateado, que caía resplandeciente sobre sus hombros al descubierto, y un vestido blanco como la nieve cubría su cuerpo perfecto. Tanto su rostro como sus extremidades eran muy pálidos, como sino conocieran la luz del sol. Iba descalza.
Me di cuenta de que me había quedado con la boca abierta, embobado, por lo que la cerré un tanto incómodo. La mujer, que cuando llegó hasta mí pude apreciar que no tendría muchos más años que yo, notó mi turbación y sonrió con gracia, divertida.
Recobré la compostura.
-Buenas, mm... Deem me ha guiado hasta aquí...-.
-Lo sé, le envié yo- me interrumpió sonriendo- me llamo Yaris, vaya...- me miró de arriba abajo- nunca pensé que viviría para ver a otro Músico... y tan joven- añadió admirada mientras me cogía del brazo para conducirme al interior, sin dejar de sonreír.
Hablaba rápidamente, como si temiera que la fuera a interrumpir en cualquier momento. Paró de hablar en cuanto llegamos al interior y las puertas se cerraron a nuestra espalda, con ese chirrido que parecía anunciar que no los dejaría volver a salir.
Ante la vista del interior me quedé sin aliento, sobrecogido. Si la fachada de fuera ya parecía enorme, el interior parecía sobrenaturalmente gigantesco, hasta tal punto que sentí vértigo. En ese momento estuve seguro de que si gritaba, el eco no respondería. Una cúpula cubría la estancia, repleta de vanos que dejaban pasar los rayos del amanecer, que iluminaban todo el edificio, y en el centro de la cúpula había un agujero que ascendía cuyo fondo no podía divisar. Me di cuenta de que ese agujero era la altísima torre negra que había visto desde fuera. En el borde de la pared, había un balcón que daba toda la vuelta en torno al muro, en el que se encontraban un montón de personas, silenciosas, parecían reunidas para presenciar a un gran acontecimiento.
-La Sociedad de Metal...- susurré conmocionado. Comencé a ponerme un poco tenso, todos esperaban algo de mí.
Noté la mano de Yaris posarse sobre mi hombro, sacándome del trance.
-Tranquilízate- me dijo al notar mi temblor- ha llegado el gran momento. Muéstranos lo que es capaz de hacer un Músico-.
-¿Cómo?-.
No respondió de inmediato. Alzó su mano y acarició con ternura mi rostro.
-Aquí, para hacer las cosas, tan sólo tienes que pensarlas- se limitó a decir mientras esbozaba otra sonrisa.
Dio media vuelta y corrió sin hacer ruido alguno a reunirse con el resto de la multitud. Me sentí sólo ante el peligro, vulnerable.
De pronto supe lo que tenía que hacer. Si querían un espectáculo, lo tendrían. Necesito estar mas elevado, pensé. Al instante la parte del suelo en la que me encontraba comenzó a elevarse. Pensé en un trono, y este se materializó enseguida a mi espalda. Me senté. Tan sólo tenía que pensar... Que comience el concierto, me dije a mí mismo, sonriendo.
En el centro de la gran sala materialicé a una niña, sentada con las piernas cruzadas, con una flauta blanca y pequeña entre los dedos. La niña se llevó la flauta a los labios, y comenzó a tocar una bonita melodía, bastante sencilla y pegadiza. Observé, como había pretendido, que el comienzo había impresionado al público. El instrumento de viento era lo único que rompía el silencio... por ahora.
Al lado de la niña materialicé a un niño, de su misma edad. Éste sostenía otra flauta, idéntica a la anterior, salvo que esta era negra. El niño tocó una melodía en una escala más grave, que se entrelazaba con la anterior, doblando así el ritmo. Comencé a complicar la melodía al mismo tiempo que añadía una guitarra acústica, que acompañaba con suavidad a las flautas. Incorporé una batería unos metros más atrás, marcando con precisión un ritmo rápido y complicado.
Una voz de mujer surgió del aire, aumentando de volumen conforme materializaba poco a poco la figura junto al resto de instrumentos. Subí la escala de sus cuerdas vocales hasta que quedó tan aguda como la pena misma. Al mismo tiempo que la mujer desaparecía de nuevo, junto a las flautas, apagándose progresivamente su grito lastimero, una voz impura, aunque limpia, fue aumentando de volumen. Tres guitarras eléctricas comenzaron, una detrás de otra, siguiendo mis instrucciones, a tocar melodías mezcladas con rapidísimos punteos. Un poco más atrás unos bajos y unos contrabajos se encargaron del ritmo con golpes graves.
Voces impuras comenzaron a sonar por todas partes, entrelazándose unas con otras, sin letra alguna... Las voces puras surgieron de la nada en coro, que acompañaban a las guitarras y a la veintena de violines que aparecieron en hilera tras centenares de cantantes. A la batería se le sumaron cinco más, y tocaban al unísono los mismos redobles de bombos con ambos pies, mientras que unos pares de manos alzaban sus baquetas para desprender un mar de sonidos metálicos de los platillos, acompañados de escalas de tambores ordenadas milimétricamente al compás de las melodías de veintena de guitarras y teclados. Los teclados doblaban el ritmo de las guitarras, que ya eran de por sí increíblemente rápidas, y a su vez marcaban el ritmo a los violines, que les seguían en escalas más agudas, dando un efecto espeluznante.
De pronto todos pararon de tocar, rompiendo la avalancha de sonidos bruscamente... todos menos uno. La niña con la flauta apareció de nuevo y siguió tocando hasta acabar el compás... silencio absoluto... Tras unos pocos segundos, las baterías y los tambores, los bajos y los contrabajos, los violines y los violonchelos, las guitarras y los teclados, las voces impuras y las voces puras, todos a coro, estallaron en una orgía de sonidos, tan increíbles como indescriptibles.
Allí sentado, en mi trono, ante toda una multitud de hombres y mujeres que se inclinaban ante mí, culminé mi obra, y ésta culminó todos los límites.


PD: Luego volví a invocar a la niña y le clavé la flauta en la frente atravesándole la cabeza... ¡Oh! ¡cómo salieron esparcidos sus sesos!


The Reaper

viernes, 7 de marzo de 2008

Insaciable



¡Al fin había llegado el fin de semana! Esta vez habíamos quedado a mediodía y bueno, me dirigía a nuestro punto de reunión. Estaba contento, la semana había sido pesada y el día prometía. Además, por una vez en mucho tiempo el despejado cielo no nos lloraba amargándonos los planes a la espera de consuelo.

Pero de camino un fuerte rugido hizo temblar mis tripas. “¡Pero si acabo de comer, maldito pozo sin fondo!” dije dando la batalla pro perdida. Un segundo rugido hizo eco entre las calles. Quise parar en una tienda pero me dolía con fuerza y los rugidos aumentaban. La gente se daba la vuelta buscando una manada de leones escapados del zoo sembrando el caos y comenzaron a mirar como me llevaba los brazos a la barriga y me encogía y retorcía por el suelo de dolor. Entonces sin contenerme más, de mi garganta surgió un grito.

Un hombre asustado se acercó a ver que podía estar ocurriéndome y otros llamaban a una ambulancia. Me intentó apartar los brazos del estómago pero yo mismo me apretaba con demasiada fuerza. Noté algo moverse dentro de mí. Estaba cogiendo forma y abultaba hacia fuera provocando unos bultos que notaba en contacto con los brazos. ¿Qué me estaba ocurriendo?

Unos pinchos atravesaron mi piel desde dentro y al clavárseme en los brazos los aparté. El hombre al ver sangre en mi camiseta me la levantó para ver qué me estaba torturando de semejante forma y pudo ver aterrado los pinchos que de mí vientre crecían.

“¿Pero qué…?” empezó a decir el hombre pero no pudo acabar porque mi tripa se abalanzó sobre la suya y le arrancó toda la carne dejando ver directamente su columna vertebral.

Yo sin embargo empezaba a sentirme aliviado. Bajé la vista y me encontré con que se había abierto del todo el agujero en mi piel y que de hecho, mi barriga estaba… ¿masticando? ¡¿Eran dientes lo que habían salido de mis entrañas?!

La gente gritaba y corría. Seguía comiéndome al señor muerto saciando mi hambre aunque no voluntariamente. Sus huesos crujían y oye, sonaban bien y todo. Siempre había pensado que mi estómago tenía vida propia e incluso había pensado en ponerle nombre pero lógicamente nunca podría haberme esperado esto. Una señora se había quedado petrificada ante la abominación que allí se encontraba. Habiéndome acabado de comer al señor me puse de pie. Sinceramente me apetecía quedar con mis amigos a pesar de que encontrar la boca del infierno en mí pudiera no agradarles, pero no era yo quién decidía en ese momento. Lo único que pude decir fue “Haaambreee…” y me abalancé sobre la señora que pronto fue también ingerida por trozos.

Llegó una ambulancia y aquellos que fueron a socorrerme también acabaron afectados por mi brutal hambre. Incluso se comió parte de la ambulancia y de un árbol, ¡todo le parecía digestible!

Y así pasé un largo rato hasta que se sació la “bestia”. Llegué un poco tarde a la hora acordada y mis amigos no parecieron preocupados de que tuviese una monstruosa boca con afiladísimos dientes produciendo sonidos guturales. De hecho se enfadaron un poco por mi retraso y me dijeron que no pusiera excusas. Todo iba bien esa tarde aunque más tarde hubo un problema avanzadas un par de horas… un pequeño rugido agitó los dientes que parecían despertar…


The Blind

martes, 4 de marzo de 2008

Orquesta de Metal (Parte 1)


Armonía, sonidos, melodías, canciones... Música... Ante nosotros se nos abre un mundo que se extiende sin ningún tipo de límite. Un mundo en el que las cosas no tienen porqué tener sentido, y no por esto dichas cosas dejan de ser reales. Un mundo en el que podemos escapar de nuestros problemas causados por el azar, o bien por los desvaríos de nuestra querida sociedad, que nos rodean día tras día.

Ya había anochecido cuando desperté. Me quedé un rato más tumbado en la cama de mi habitación, escudriñando la oscuridad. Tan sólo moví los brazos para quitarme los cascos de mis oídos. Me había quedado dormido escuchando un disco que me habían prestado. Accioné el interruptor de la luz y cerré los ojos, molesto por la cegadora luz de la lámpara que ahora iluminaba el desorden que reinaba a mi alrededor. Esperé un poco a que mis pupilas se adaptaran al cambio y noté que hacía más frío que de costumbre. Alcé la cabeza con esfuerzo, abandonando la suavidad de mi querida almohada. La ventana estaba abierta... no recordaba haberla abierto.
El corazón me dio un vuelco cuando de pronto mis ojos se toparon con los de un hombre que estaba sentado con comodidad en la silla de mi escritorio, ojeando mi disquetera de música, como en su casa.
-Al fin despiertas- dijo el hombre dejando la disquetera despreocupadamente en el escritorio.
Era un hombre robusto y ancho de hombros. Su musculatura, intimidante, hacía presencia bajo su oscura vestimenta. Su rostro no revelaba ninguna edad en concreto, surcado por una cicatriz que debió sufrir hace tiempo. Intenté recordar si le había visto alguna vez, pero no lo conseguí.
-No te conozco- dije forzando la voz para que no temblara.
-Eso es porque no suelo dejarme ver a menudo. Verás... - continuó- estoy aquí porque eres uno de los pocos que han llegado al límite de los abismos de la música-.
Ahora que comenzaba a despejarme aprecié que tenía una voz tan grave que parecía vibrar el suelo, pero a su vez era amistosa, lo cual me tranquilizó en gran medida.
-¿Acaso eso es delito?- aún no acababa de comprender la presencia de aquel hombre en mi habitación.
-¿Delito?- tronó en una fuerte carcajada que duró un buen rato, mientras tanto yo esperaba una explicación- No, no se trata de ningún delito, todo lo contrario- añadió una vez que se hubo secado las lágrimas- hemos decidido que eres digno de sobrepasar el límite- se levantó.
-¿Quiénes?¿Cómo que sobrepasar el límite?- estaba aturdido.
-Ya lo sabrás más adelante. Me llamo Deem. He estado echando un vistazo a tus discos... realmente tienes una colección envidiable- dijo mientras señalaba con la cabeza mi disquetera, repleta de todo tipo de estilos de metal.
-Gracias-.
-Tranquilo, no era un cumplido- bromeó- y ahora... si quieres seguirme...-.
Me condujo fuera y caminamos a través de la oscura noche. Deem comenzó a caerme bien, y antes de que me diera cuenta ya nos encontrábamos entablando una entretenida conversación sobre música.
-Así que te gusta el death melódico-.
-¿Cómo lo sabes?-.
-Tu disquetera...-.
-Ah, por supuesto, ¿conoces Children?-.
-¿Y quién no?, son bestiales-.
Continuamos hablando. Al parecer Deem se había criado desde que nació en la llamada Sociedad de Metal. Dicha sociedad no tenía nada que ver con el resto del mundo y la formaban todos aquellos que ya habían “sobrepasado el límite”. Me explicó que cuando alguien ha escuchado con detenimiento todos los estilos de música, cuando ha pasado noches enteras ensimismado en sus canciones, cuando ha estudiado cada instrumento sin excepción, cuando se ha sumergido en los abismos de la música, cuando al tocar ha sentido cómo se funde el instrumento en su ser... es cuando ha llegado al límite de la música: cuando ya no te queda nada nuevo que escuchar, nada nuevo que sentir... y entonces es cuando sólo te queda sobrepasar el límite al que has llegado.
En el pasado, los que llegaron al límite tan sólo fueron unos pocos. El resto eran descendientes de éstos, Los Músicos, como los llamaban. Comprendí entonces lo excepcional que era yo. Probablemente era el hombre más joven que había llegado a aquel límite musical por mi cuenta. Fui modesto y no alardeé de aquello.
Llevábamos mucho tiempo andando, ya comenzaba a amanecer cuando llegamos a un edificio llamativamente grande. Ocupaba unos diez campos de fútbol y desprendía un aire majestuoso. Casi sagrado. En el centro se alzaba una torre negra tan alta que parecía atravesar las nubes. Me pregunté por qué no lo había visto hasta ahora, cuando posiblemente se podría divisar desde kilómetros de distancia. Supuse la respuesta.
-¿Dónde estamos?-.
-Esto es la entrada a tu nuevo mundo, el mundo que te corresponde- dijo poniéndome una mano en el hombro- bueno, he de irme. Entra por aquella puerta- señaló a la puerta del edificio, cosa innecesaria, pues era de tamaño considerable- ha sido todo un honor llegar a conocerte- me dio una palmada amistosa en la espalda que por poco me derribó. Sonreí a pesar de todo.
Se despidió de un gesto con la mano y se desvaneció...

The Reaper

sábado, 1 de marzo de 2008

Perseguido


Correr… huir… escapar… No puedo detenerme, pues siempre me alcanza y no cesa su paso. Me persigue andando pero sin descanso y, aunque la pierda de vista, siempre acaba llegando hasta donde me encuentro. No puedo ocultarme porque conoce cualquier rincón en el que me puedo hallar y si me quedo en un lugar cerrado, no tendré escapatoria…

Es esa dama que viste de blanco, a juego con su pálido rostro. La primera vez que la pude ver, estuvo muy cerca de cogerme, pero tuve miedo de ella y ese miedo me salvó. No sé quién es ni por qué me sigue pero cada vez que descanso acabo viéndola llegar a lo lejos, y he de volver a irme.

¿Dónde podría ocultarme definitivamente de ella?

Siempre que se encuentra cerca me alerta esa canción que canta y me atemoriza. Esa maldita nana sádica que me persigue:


“Ven conmigo, niño

Yo daré a tu sonrisa un final

Sígueme pequeño

Yo cumpliré el macabro ritual


Lágrimas de sangre

De tus ojos se van a escapar

Y en muy poco tiempo

Tu cuerpo vacío va a quedar


Pues no hay sentimiento

Que mi mano haga retroceder

Yo soy la implacable

La Muerte, es para mí todo un placer


No me tengas miedo

Porque las personas hablan solas

Aunque dulcemente

Concedo un don, un regalo a todas


Tiéndeme la mano

Y yo seré ahora un nuevo guía

Te llevo a la noche

Por tu bien, olvida pronto el día


Cierra ya los ojos

Porque tú no puedes hacer nada

Déjate poseer

Y morir, en tus ojos, tu alma”


Y cansado estoy… no puedo seguir evitándola. Si realmente es la muerte, no es posible que sea tan humana… y me inspira tanto miedo… ¡No puedo dejar que me arrastre a las llamas del infierno! Pero tengo tanto sueño…

Y despierto con esa nana y ella mirándome a apenas un par de metros. Los blancos y finos ropajes que le cubren ni se han manchado tras mi persecución. Su cara me inspira miedo pero también me atrae…

Da un primer paso. No hay escapatoria y puedo darme por muerto. Me acurruco temblando en un rincón sin poder dejar de mirarla. “¡Aléjate!” le grito, pero sigue cantando… y yo deseo que venga…

Me extiende la mano y… la acepto. Su piel es suave e incolora. Me ayuda a alzarme y, frente a ella, siento que sus grises ojos expresan ternura. Y, sin previo aviso, me besa...

Un beso como ninguno. Un beso al que me entrego en cuerpo y alma. Un beso por el que cualquier hombre daría su vida. Y que, irónicamente, al separar sus labios de los míos, así es entregada la mía…

The Blind