
Leidar asomó la cabeza entre los arbustos en los que se había escondido. Observó a ambos lados para confirmar que los había despistado y salió de su escondrijo. Apenas era un escuálido chico que ni tan siquiera había entrado en la pubertad. Era incluso un poco más bajo que el resto de los niños de su edad, de los que comenzaba a cansarse al ser perseguido por todo el pueblo de Nédela. Esta vez no había sido distinto, había salido a las afueras del pueblo a ver si conseguía cazar algunos gnomos pero le habían seguido. Los adultos normalmente tampoco ayudaban a solucionar este tipo de situaciones, “Suficiente hemos hecho dejándote vivir en esa casa, sin echarte del pueblo” eran las pocas palabras que solían dirigirle. Sí, ahora vivía solo en esa pequeña choza desde que murieron sus padres, justo después comenzó a…
- ¡Ahí está el niño brujo!
Una bola de nieve golpeó su nuca y lo tiró de bruces al suelo. Varios niños salieron corriendo entre risas.
- ¡Corred o nos lanzará un hechizo!
Se levantó dolorido y con los ojos buceando en un mar de lágrimas que poco a poco empapaban una cara completamente enrojecida por el contacto con la gélida nieve. Echó a correr hacia su casa, al otro lado del pueblo. En su carrera tropezó dos veces, aguantando las miradas de desprecio de la gente, como siempre que le veían pasar. Llegó hasta su casa, entró y cerró la puerta sin usar ningún tipo de llave, pues no la necesitaba. Se acurrucó en una esquina y los recuerdos le invadieron de nuevo.
Su padre era un cazador, pero hacía unos meses lo encontraron devorado por los lobos. Ante esta desgracia, Leidar había desarrollado una habilidad especial. No era algo concreto, su cuerpo podía generar algo de magia, generalmente involuntaria. A veces los objetos de su casa levitaban al dormir, o cuando se concentraba mucho podía controlar levemente su magia, habiendo llegado a crear pequeñas chispas sobre un palo de madera reseca. El se sentía maravillado con sus nuevos poderes, pero su madre sentía estar criando un pequeño demonio. Tras una gran reflexión y mucho dolor interno, intentó matarlo con un puñal cuando Leidar dormía. Sin embargo, Leidar se despertó instintivamente y del susto que le produjo ver esa escena, su madre estalló en llamas. Con el fuego consumiendo su vida, ella escapó de la casa y gritando por todo el pueblo. La gente salió de sus casas por el alboroto y vieron como la mujer moría entre lametazos ígneos.
Tras ese acontecimiento, Leidar fue juzgado por el pueblo. A pesar de todo, su corta edad logró salvarle, sintieron esa mínima cantidad de compasión. Lo que si pretendieron fue expulsarle del pueblo pero, debido a que ninguno pudo entrar en su casa, le dejaron ocuparla a él. Eso se debía a la magia involuntaria de Leidar. Nadie que el desease lograba abrir la puerta de esa choza. Los únicos que podían abrirla eran él y…
La puerta se abrió en ese momento sobresaltándole. Una figura familiar entró y cerró detrás de sí. Kelda era una chica de más o menos su altura, unos meses más joven, de pelo rojizo, ojos verdes, piel blanca y vestía ropas de abrigo debido al frío que normalmente hacía por esas fechas. Desobedeciendo a sus padres, Kelda había querido conocerle. Ella era la única amiga que había tenido desde que empezó su faceta mágica, la única que lo veía como una persona y la única cuya sonrisa podía arrastrar las nubes de sus malos días y deslumbrar como si del mismísimo Sol se tratase.
- ¿Han vuelto a reírse de ti? -preguntó Kelda con tono preocupado.
Leidar asintió intentando no llorar más, pero Kelda se le acercó para abrazarle y no pudo contenerse. Se sentía bastante tonto llorando delante de ella, pero también era la única persona a quien podía llorar.
- Deberías defenderte. Si temen que os embrujes, hazlo, así te dejarán en paz.
- No sé cómo hacerlo –contestó Leidar tratando de enjugarse las lágrimas-. Además, me echarían definitivamente del pueblo, se que no lo ha hecho hasta ahora por miedo pero en cuanto haga algo…
Kelda le miró y dejó escapar una de sus tiernas sonrisas. A Leidar el corazón le dio un vuelco. Puede que fuesen aún jóvenes, pero él tenía muy claro que Kelda era la persona con la que pasaría el resto de su vida, no sentía más que amor hacia ella.
- ¿Sabes? –dijo Kelda con un tono que Leidar no le había oído nunca antes- Me alegro de ser tu amiga. La gente te juzga sin conocerte.
Kelda alejó un poco la cara de él y levantó la suya empujándole la barbilla hacia arriba con suavidad.
- Yo sé cómo eres.
El corazón de Leidar adquirió el ritmo de cien caballos al galope. Sus labios se habían dirigido hacia los de Kelda en un beso rápido y corto. Llevaba tiempo queriendo intentar demostrarle que la quería y la forma en la que lo había hecho había sido brusca y torpe. Kelda se vio sorprendida por esa acción, pero sus ojos y su sonrisa hablaron por ella. Pasó las manos por la nuca de Leidar y le propinó un beso más prolongado. Leidar tenía el corazón saliéndosele del pecho, todos sus problemas se habían esfumado en una décima de segundo. Tras ese indefinido intercambio de sentimientos, volvieron a separarse. Él fue a tomar la palabra.
- Y-yo…
¡Crash! Un fuerte ruido en la aldea le interrumpió. Se escuchaban los gritos ajetreados de la gente de la aldea.
- ¿Qué es lo que está pasando? –dijo Kelda- ¡Vamos a ver!
Aunque Leidar se sintió desgraciado por dejar ese momento, prefirió pensar que ya tendrían todo el tiempo del mundo más adelante. En la aldea parecía cocerse algo gordo. Ya fuera, le cogieron entre varios aldeanos y se lo llevaron a la plaza. La plaza estaba llena de soldados. Le tiraron al suelo delante de un hombre con apariencia de líder militar.
- ¿Es este el chico? –dijo con voz firme.
- Sí, señor. Puede llevárselo peor por favor no arrase nuestra aldea. –dijo uno de los campesinos.
Con un gesto de su mano. Los soldados le cogieron a la fuerza y se lo llevaron. Kelda gritó desesperadamente pero los aldeanos la retuvieron.
- ¡No, Leidar! ¡Leidar! ¡Te quiero! ¡Leidar, te quiero!
Leidar despertó. Tantos años después, y ese recuerdo seguía haciendo eco entre sus sueños…
The Blind