Resultó que este hombre era experto en artes marciales, de todo tipo. Sabía todo tipo de estilos de lucha.
Me sometió a un duro entrenamiento durante los cinco años siguientes. Aproximadamente ocho horas diarias trabajando con sacos y pesas. Pero sobre todo entrenaba luchando contra él. Los entrenamientos únicamente duraban menos de ocho horas si me desmayaba por mero agotamiento.
Me enseñó a no conocer el miedo. Solía decirme “En cuanto una persona pierde el miedo a que le hieran o a ser matado se vuelve invencible”. Me convirtió en una máquina de matar. Mis nudillos se convirtieron en piedras, mis brazos en yunques, mi tórax en un muro infranqueable. Cogí aproximadamente unos veinte kilos. Pero no todo era fuerza y potencia. También me volví rápido como un halcón y ágil como un mono.
A los tres años y medio de entrenamiento pasamos al entrenamiento con katanas. Durante el año y la mitad restante del próximo me esperaba una dura lección, en la que mi entrenador me llenaría todo el cuerpo de cicatrices. Pero no me importaba. Me había enseñado a disfrutar del dolor. Me encantaba la persona en la que me había convertido.
Un día, para mi sorpresa, me mandó deberes.
-¿Hay alguna persona a la que te gustaría matar? Aparte de tu padre, claro- me preguntó de improviso.
Medité esta pregunta. Recordé mis penosos días de estudiante y de las palizas del Mayor y sus Subordinados...
-Sí- respondí con decisión.
-¿Cuántas?-
-21-
-Me alegro por ti. Ve y véngate-
Me dispuse a coger mi katana y hacer mi tarea cuanto antes. Temblaba de emoción.
-Espera- me dijo- llevarás la katana, pero si la usas para proteger tu vida, considéralo una derrota.
-Muy bien, no hay problema. Los mataré con mis propias manos- respondí.
-Una cosa más-.
Me volví de nuevo. Comenzaba a impacientarme.
-No tengo nada más que enseñarte, supongo que lo habrás notado cuando me derrotaste tres veces seguidas en el último combate... -.
Asentí con un gruñido.
Se limitó a sonreir. Y entonces partí. Se me ocurrió una idea. Fui a la casa del Mayor, que era como una mansión. Vigilé pacientemente la entrada durante dos horas aproximadamente y observé como salía de la casa el grandullón. Seguía igual que siempre. Tan solo puedo añadir que había crecido unos centímetros más. En cuanto se alejó lo suficiente entré en la casa sin ninguna dificultad y busqué su agenda de teléfono. Un tío tan tonto no podría acordarse de tan siquiera un número. Y efectivamente, la encontré. Llamé a uno de ellos. Imité como pude la voz del Mayor, siempre arrogante, y le dije que reuniera al resto de Subordinados en su casa. Me dijo que de acuerdo y colgué.
No había nadie en la casa. Mientras esperaba a que se presentaran me dirigí hacia la nevera... comida... Me asomé por la ventana y la adrenalina recorrió mis venas. Ahí estaban, los veinte reunidos en el patio que daba al jardín, todos altos y forzudos. Fui andando, despacio, y abrí la puerta.
Todos se volvieron hacia mí. No me reconocieron. Ellos estaban viendo a un tipo fuerte y corpulento, con una cicatriz que recorría la frente, atravesando el ojo izquierdo, y llegando hasta el musculoso cuello. Una mirada sedienta de matar. Estaban viendo a un hombre sumergido en el odio, intimidante, y no al niño escuálido y raquítico de hace cinco años. No se dejaron intimidar, cosa que me alegró. Seguí caminando hacia ellos mientras me preguntaban que quién era yo y donde estaba el Mayor, pero yo no les escuchaba.
Un par de ellos se encararon conmigo. Opté por comenzar con el de la derecha. Lo tumbé de un rodillazo en la cabeza. La flexibilidad de mis piernas era asombrosa. No podían vencerme. Antes de que pudiera reaccionar su compañero le aporreé su barriga cervecera y su tórax con una combinación de trece golpes de boxeo. Todas las costillas, sin dejar ni una, se partieron bajo mis golpes. Cayó junto al otro, ambos inconscientes. Di un salto mortal carpado (sin doblar el cuerpo) invertido, con suficiente altura, y caí, arrodillado ante ellos, con una rodilla en el cráneo de uno y con la otra en el cráneo del otro. Crujieron al mismo tiempo, esparciendo sangre y tropezones por el suelo. Observé que el resto se quedaron petrificados. Entonces cogí uno de los cerebros y se lo tiré al tipo más cercano, que le impactó de lleno en la cara. Esto sirvió para que reaccionaran.
Les dediqué una sonrisa macabra. Dejé que se acercaran unos metros todos en tropel, y me lancé hacia ellos. Al primero le di un cabezazo que le abrió el cráneo parte a parte. Me agaché a una velocidad de vértigo y cogí al azar dos piernas. Giré sobre mí mismo usando toda mi fuerza y di unas cuantas vueltas golpeando a todo el que estuviese en medio con los hombres que sostenía y luego los estampé contra la pared de la casa. A otro le pisé un pie con fuerza y le empujé con un dedo, burlón. Cayó hacia atrás y noté bajo mi pie que se fracturaba el suyo. Salté de nuevo y caí en postura yaciente con el codo sobre su nariz, partiendo ésta y atravesando su cara. De pronto vi a uno que escapaba corriendo hacia el muro. Corrí tras él y de un rápido salto me coloqué de pie encima de sus hombros y le apreté fuertemente la cabeza. Di un mortal, llevando al tipo conmigo, y dejé que su cuerpo se estampara contra el muro. Mientras yo caía oí un grito y un crujir de huesos. No tuve la necesidad de ver si había muerto. El charco de sangre llegó hasta mis pies. Me acerqué andando hacia todos. Los nudillos me sangraban, llevaba una hora repartiendo golpes a diestro y siniestro. Todos caían muertos. Comencé a disfrutar del quebrar de sus huesos como disfruta un músico con sus notas.
Finalmente me senté en el porche, esperando al Mayor. Hoy al parecer era mi día de suerte: la masa deforme de grasa y músculos entró por el portal. Me puse en su pellejo y me imaginé llegando a casa y encontrar a toda mi pandilla de matones, ahora cadáveres, esparcidos por mi jardín. Sonreí al imaginármelo. Me levanté y caminé hacia él.
Noté en su mirada que me reconocía, al contrario que sus matones. No dije nada. Le tumbé de un directo de derecha. Se levantó colérico y se dispuso a golpearme. Di vueltas alrededor de él, moviéndome con agilidad. El golpe que le había encajado le había hecho sangrar efusivamente y le costaba respirar. Continué dando golpes rápidos en la boca, haciéndole tragar sangre. Acabaría por no poder llevar aire a los pulmones. Tanto a patadas como a puñetazos, le deformé la cara. Antes de que yo mismo me diera cuenta, cayó muerto en el suelo.
El placer que sentí era inigualable. Al fin me había vengado de tantos años de sufrimiento y dolor. El placer de la venganza del que me había hablado mi entrenador.
Después de amontonar los cuerpos y quemarlos, formando una inmensa hoguera, me dirigí a casa de mi entrenador. No pude creer lo que veían mis ojos. Mi padre estaba allí. Y toda mi familia también. Me quedé allí de pie, aturdido. Mis hermanos, al verme, corrieron a abrazarme uno detrás de otro, pidiéndome perdón. En cuanto se acercó mi padre se paró delante de mí. Le propiné un gancho de izquierda que lo tumbó bruscamente.
-Vaya, hijo, si que te has hecho más fuerte... - me dijo sonriendo con un hilillo de sangre deslizándose por la comisura de su boca.
Le ignoré.
-¿Tú lo sabías?- pregunté a mi entrenador.
Asintió.
-¿Ha merecido la pena verdad?- me dijo también sonriendo.
Asentí. Me sentía feliz por primera vez. No sólo mi familia estaba viva, sino que al fin me había vengado del Mayor y sus Subordinados.
Me dirigí a mi padre, ya levantado, y saqué despacio la katana...
-Toma, esto es tuyo- me limité a decirle.
-Quédatelo, considéralo un regalo- dijo aliviado.
Me miré en el reflejo del metal. Veía en él toda la fuerza que me había faltado en mi infancia. La fuerza de uno que puede derrotar hasta al más temido. Pero me contradije al decir para mis adentros: ¿y ahora... quién podrá vencerme?...
Me sometió a un duro entrenamiento durante los cinco años siguientes. Aproximadamente ocho horas diarias trabajando con sacos y pesas. Pero sobre todo entrenaba luchando contra él. Los entrenamientos únicamente duraban menos de ocho horas si me desmayaba por mero agotamiento.
Me enseñó a no conocer el miedo. Solía decirme “En cuanto una persona pierde el miedo a que le hieran o a ser matado se vuelve invencible”. Me convirtió en una máquina de matar. Mis nudillos se convirtieron en piedras, mis brazos en yunques, mi tórax en un muro infranqueable. Cogí aproximadamente unos veinte kilos. Pero no todo era fuerza y potencia. También me volví rápido como un halcón y ágil como un mono.
A los tres años y medio de entrenamiento pasamos al entrenamiento con katanas. Durante el año y la mitad restante del próximo me esperaba una dura lección, en la que mi entrenador me llenaría todo el cuerpo de cicatrices. Pero no me importaba. Me había enseñado a disfrutar del dolor. Me encantaba la persona en la que me había convertido.
Un día, para mi sorpresa, me mandó deberes.
-¿Hay alguna persona a la que te gustaría matar? Aparte de tu padre, claro- me preguntó de improviso.
Medité esta pregunta. Recordé mis penosos días de estudiante y de las palizas del Mayor y sus Subordinados...
-Sí- respondí con decisión.
-¿Cuántas?-
-21-
-Me alegro por ti. Ve y véngate-
Me dispuse a coger mi katana y hacer mi tarea cuanto antes. Temblaba de emoción.
-Espera- me dijo- llevarás la katana, pero si la usas para proteger tu vida, considéralo una derrota.
-Muy bien, no hay problema. Los mataré con mis propias manos- respondí.
-Una cosa más-.
Me volví de nuevo. Comenzaba a impacientarme.
-No tengo nada más que enseñarte, supongo que lo habrás notado cuando me derrotaste tres veces seguidas en el último combate... -.
Asentí con un gruñido.
Se limitó a sonreir. Y entonces partí. Se me ocurrió una idea. Fui a la casa del Mayor, que era como una mansión. Vigilé pacientemente la entrada durante dos horas aproximadamente y observé como salía de la casa el grandullón. Seguía igual que siempre. Tan solo puedo añadir que había crecido unos centímetros más. En cuanto se alejó lo suficiente entré en la casa sin ninguna dificultad y busqué su agenda de teléfono. Un tío tan tonto no podría acordarse de tan siquiera un número. Y efectivamente, la encontré. Llamé a uno de ellos. Imité como pude la voz del Mayor, siempre arrogante, y le dije que reuniera al resto de Subordinados en su casa. Me dijo que de acuerdo y colgué.
No había nadie en la casa. Mientras esperaba a que se presentaran me dirigí hacia la nevera... comida... Me asomé por la ventana y la adrenalina recorrió mis venas. Ahí estaban, los veinte reunidos en el patio que daba al jardín, todos altos y forzudos. Fui andando, despacio, y abrí la puerta.
Todos se volvieron hacia mí. No me reconocieron. Ellos estaban viendo a un tipo fuerte y corpulento, con una cicatriz que recorría la frente, atravesando el ojo izquierdo, y llegando hasta el musculoso cuello. Una mirada sedienta de matar. Estaban viendo a un hombre sumergido en el odio, intimidante, y no al niño escuálido y raquítico de hace cinco años. No se dejaron intimidar, cosa que me alegró. Seguí caminando hacia ellos mientras me preguntaban que quién era yo y donde estaba el Mayor, pero yo no les escuchaba.
Un par de ellos se encararon conmigo. Opté por comenzar con el de la derecha. Lo tumbé de un rodillazo en la cabeza. La flexibilidad de mis piernas era asombrosa. No podían vencerme. Antes de que pudiera reaccionar su compañero le aporreé su barriga cervecera y su tórax con una combinación de trece golpes de boxeo. Todas las costillas, sin dejar ni una, se partieron bajo mis golpes. Cayó junto al otro, ambos inconscientes. Di un salto mortal carpado (sin doblar el cuerpo) invertido, con suficiente altura, y caí, arrodillado ante ellos, con una rodilla en el cráneo de uno y con la otra en el cráneo del otro. Crujieron al mismo tiempo, esparciendo sangre y tropezones por el suelo. Observé que el resto se quedaron petrificados. Entonces cogí uno de los cerebros y se lo tiré al tipo más cercano, que le impactó de lleno en la cara. Esto sirvió para que reaccionaran.
Les dediqué una sonrisa macabra. Dejé que se acercaran unos metros todos en tropel, y me lancé hacia ellos. Al primero le di un cabezazo que le abrió el cráneo parte a parte. Me agaché a una velocidad de vértigo y cogí al azar dos piernas. Giré sobre mí mismo usando toda mi fuerza y di unas cuantas vueltas golpeando a todo el que estuviese en medio con los hombres que sostenía y luego los estampé contra la pared de la casa. A otro le pisé un pie con fuerza y le empujé con un dedo, burlón. Cayó hacia atrás y noté bajo mi pie que se fracturaba el suyo. Salté de nuevo y caí en postura yaciente con el codo sobre su nariz, partiendo ésta y atravesando su cara. De pronto vi a uno que escapaba corriendo hacia el muro. Corrí tras él y de un rápido salto me coloqué de pie encima de sus hombros y le apreté fuertemente la cabeza. Di un mortal, llevando al tipo conmigo, y dejé que su cuerpo se estampara contra el muro. Mientras yo caía oí un grito y un crujir de huesos. No tuve la necesidad de ver si había muerto. El charco de sangre llegó hasta mis pies. Me acerqué andando hacia todos. Los nudillos me sangraban, llevaba una hora repartiendo golpes a diestro y siniestro. Todos caían muertos. Comencé a disfrutar del quebrar de sus huesos como disfruta un músico con sus notas.
Finalmente me senté en el porche, esperando al Mayor. Hoy al parecer era mi día de suerte: la masa deforme de grasa y músculos entró por el portal. Me puse en su pellejo y me imaginé llegando a casa y encontrar a toda mi pandilla de matones, ahora cadáveres, esparcidos por mi jardín. Sonreí al imaginármelo. Me levanté y caminé hacia él.
Noté en su mirada que me reconocía, al contrario que sus matones. No dije nada. Le tumbé de un directo de derecha. Se levantó colérico y se dispuso a golpearme. Di vueltas alrededor de él, moviéndome con agilidad. El golpe que le había encajado le había hecho sangrar efusivamente y le costaba respirar. Continué dando golpes rápidos en la boca, haciéndole tragar sangre. Acabaría por no poder llevar aire a los pulmones. Tanto a patadas como a puñetazos, le deformé la cara. Antes de que yo mismo me diera cuenta, cayó muerto en el suelo.
El placer que sentí era inigualable. Al fin me había vengado de tantos años de sufrimiento y dolor. El placer de la venganza del que me había hablado mi entrenador.
Después de amontonar los cuerpos y quemarlos, formando una inmensa hoguera, me dirigí a casa de mi entrenador. No pude creer lo que veían mis ojos. Mi padre estaba allí. Y toda mi familia también. Me quedé allí de pie, aturdido. Mis hermanos, al verme, corrieron a abrazarme uno detrás de otro, pidiéndome perdón. En cuanto se acercó mi padre se paró delante de mí. Le propiné un gancho de izquierda que lo tumbó bruscamente.
-Vaya, hijo, si que te has hecho más fuerte... - me dijo sonriendo con un hilillo de sangre deslizándose por la comisura de su boca.
Le ignoré.
-¿Tú lo sabías?- pregunté a mi entrenador.
Asintió.
-¿Ha merecido la pena verdad?- me dijo también sonriendo.
Asentí. Me sentía feliz por primera vez. No sólo mi familia estaba viva, sino que al fin me había vengado del Mayor y sus Subordinados.
Me dirigí a mi padre, ya levantado, y saqué despacio la katana...
-Toma, esto es tuyo- me limité a decirle.
-Quédatelo, considéralo un regalo- dijo aliviado.
Me miré en el reflejo del metal. Veía en él toda la fuerza que me había faltado en mi infancia. La fuerza de uno que puede derrotar hasta al más temido. Pero me contradije al decir para mis adentros: ¿y ahora... quién podrá vencerme?...
The Reaper
9 comentarios:
guay, pero tropezones.. aggg
y si m a gustado pero no soi una sangrienta! :p
ana, admitelo. Esta muy bien y mola un mmontón. te estamos doblegando a amar la sangre y a odiar el amor,... di que te a gustado la macabra descripción de la matanza, como a todos, y ya esta, no te engañes
me encanta la forma de narra como masacra a todos
y si hacemos un video de eso?
Video en plan real? por mí de acuerdo. Algún voluntario para hacer de víctima?
hola!
te gusta el hard rock - heavy metal en español?
te invito a que escuches el demo de nuestra banda, y si queres descargarlo hacelo en:
http://www.purevolume.com/excaliburargentina
gracias por tu tiempo!
alex
Por supuesto, me encanta el hard rock y el heavy metal... posiblemente mucho más que a ti. Estoy agradecido porque entres en nuestro blog aunque he de añadir que tengo ligeras sospechas de que ni lees nuestros relatos...
El mensaje que te mando indirecta o directamente, según como lo interpretes, es que te metas a un blog de música, no de relatos.
No nos hagas spam.
Largo!
Propongo:
1-ana
2-lallana
3-joseba
4...20-desafortunados que pillemos
asesino-the reaper que la obra es suya
dirctor y camara: uno uso, el otro yo
listo ya tenemos todo lo que necesitamos, ¡a rodar!
me siento honrada (¿?) d ser la primera...
pero igual t kaes rodando misteriosamente de la virgen de orduña e andoni?
¿queréis hacer un vídeo sobre esto?
hombre, yo no estoy dispuesto a ofrecerme para que me partais la cara pero sí puedo ofreceros un título: "el triturador humano ¿ni bosch los hace mejores?"
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