Era un hombre de apariencia sencilla que, a pesar de sus años, trabajaba durante horas diarias en su tienda. Sudor y polvo habían convivido en su frente tantas veces que comenzaba a coger un tono natural tan grisáceo como el de su barba. Picaba piedra con precisión y atendía a encargos de toda clase: desde pequeñas y delicadas miniaturas para una mesa o estantería a grandes y pesadas esculturas para adornar principalmente parques con algún vacío aparente.
Pero este hombre atendía más que a ese tipo de recados. Poseía la capacidad de crear estatuas vivientes. Bueno, en un principio no diferían de las normales pero la primera persona en tocarlas dejaba su alma atrapada en la susodicha estatua y su cuerpo quedaba inerte al momento. A partir de entonces, las estatuas tenían la capacidad de moverse durante unos segundos al ser tocadas por otra persona pero eran totalmente ciegas y mudas aunque contaban con las capacidades de oír y palpar. Según la reacción del alma, algunas estatuas habían aterrado a quienes habían tenido algún contacto con ellas y, evidentemente, no resulta agradable sentarte a reposar la espalda en una estatua y al tocarla comience tu apoyo a moverse (más aún estando supuestamente inerte). Algunas llegaban incluso a matar a quien alcanzaban antes de volver a quedarse quietas.
El anciano nunca preguntaba a aquellos que le pedían los encargos “especiales”, pues era el negocio y no tenía que ver con él. Lógicamente, tanto él como los extraños clientes que requerían esa clase de servicios, utilizaban guantes tanto para esculpir como para recoger las estatuas.
Un día cualquiera se levantó y preparó para ir a su taller. Al salir de casa notó un frío extremado para la época en que se encontraba, así que volvió a entrar a coger algo más abrigado. Volvió a salir, cruzó el jardín y apenas se dio cuenta de lo desiertas que estaban las calles. Llegó al taller y se puso a trabajar como de costumbre.
No había tenido un solo cliente en too el día y ya estaba oscureciendo. A pocos minutos de ir a cerrar, entró un hombre con una túnica negra, guantes en las manos y la capucha puesta proyectando una sombra que ocultaba su rostro. Al verle, sintió un frío mayor que el de la calle, aunque dentro estaban a buena temperatura.
- Buenas tardes –se adelantó al cliente-, ¿desea algo?
- Quería hacerle un encargo –respondió el hombre con una voz que había vivido por tiempo indefinido, pero firme a pesar de todo-.
- Le escucho.
- Quería seis estatuas a tamaño y apariencia humana. Seis estatuas… especiales…
- Comprendo –dijo sin extrañarse el anciano-. Ahora mismo iba a cerrar así que empezaré mañana y probablemente tardaré un par de semanas a buen ritmo. Vuelva entonces a recogerlas.
- Bien, volveré para entonces –y se marchó en silencio-.
El anciano término de recoger las cosas y marchó. –ni la temperatura ni el número de gente habían cambiado y había algo en ese personaje que le había hecho sentir incómodo.
Durante esas dos semanas trabajó sin descanso en esas estatuas con cuidado de no entrar en contacto con ellas. Y finalmente llegó el día señalado. La calle volvía a sufrir las circunstancias de hacía dos semanas pero no se enteró siquiera. Una vez más, llegó al taller y se puso a trabajar.
Tampoco tuvo clientes ese día, salvo el enigmático hombre que se presentó antes que la última vez para recoger su encargo. Sin embargo, llegó demasiado pronto y tuvo que esperar a que el anciano terminase con la última y le incomodaba mucho que le observasen trabajar. Una vez terminada la sexta estatua, ambos las cargaron en un camión pequeño en el que había venido el cliente. Seguía sintiéndose incómodo pero no lo mostró y terminaron para que el cliente se fuera. Agotado tras acabar la jornada, fue a dormir a su casa.
Tuvo una pesadilla en la que las estatuas estaban por todos lados: en su casa, en la calle… El huía pero las estatuas le perseguían y allá donde fuese siempre había más hasta que le cogían… y le mataban…
Se despertó con sudores fríos y gritó de miedo al ver una estatua alzarse ante él. ¡Las seis estatuas que había esculpido para ese hombre estaban distribuidas por su cuarto! Se encontraban inmóviles y sabía que no debía tocarlas. Se puso de pie en su cama para estudiar cómo manejar la situación y salir de allí y por la ventana pudo ver al extraño hombre encapuchado quitarse el guante de la mano derecha y chasquear con fuerza los dedos.
Al instante las estatuas comenzaron a moverse sorprendiendo al anciano que no sabía por qué podían moverse sin ser tocadas. Las estatuas movían los brazos en el aire. Se chocaban entre ellas confundidas y sus rostros reflejaban sufrimiento insonoro, como si les estuviesen torturando constantemente. El hombre retrocedió más aterrado que nunca, las estatuas tanteaban cerca y él se movía esquivando los brazos sin hacer ruido para no ser descubierto. Una de las estatuas cayó y se rompió en pedazos contra el suelo. El viejo aprovechó la situación para intentar salir corriendo pero con las prisas rozó a una de ellas y esta se giró para agarrarle instintivamente y derribarlo contra el suelo. La estatua golpeó pero falló el golpe y dio al suelo. El anciano iba a levantarse para huir cuando se vio rodeado de las estatuas que el mismo había creado…
Pero este hombre atendía más que a ese tipo de recados. Poseía la capacidad de crear estatuas vivientes. Bueno, en un principio no diferían de las normales pero la primera persona en tocarlas dejaba su alma atrapada en la susodicha estatua y su cuerpo quedaba inerte al momento. A partir de entonces, las estatuas tenían la capacidad de moverse durante unos segundos al ser tocadas por otra persona pero eran totalmente ciegas y mudas aunque contaban con las capacidades de oír y palpar. Según la reacción del alma, algunas estatuas habían aterrado a quienes habían tenido algún contacto con ellas y, evidentemente, no resulta agradable sentarte a reposar la espalda en una estatua y al tocarla comience tu apoyo a moverse (más aún estando supuestamente inerte). Algunas llegaban incluso a matar a quien alcanzaban antes de volver a quedarse quietas.
El anciano nunca preguntaba a aquellos que le pedían los encargos “especiales”, pues era el negocio y no tenía que ver con él. Lógicamente, tanto él como los extraños clientes que requerían esa clase de servicios, utilizaban guantes tanto para esculpir como para recoger las estatuas.
Un día cualquiera se levantó y preparó para ir a su taller. Al salir de casa notó un frío extremado para la época en que se encontraba, así que volvió a entrar a coger algo más abrigado. Volvió a salir, cruzó el jardín y apenas se dio cuenta de lo desiertas que estaban las calles. Llegó al taller y se puso a trabajar como de costumbre.
No había tenido un solo cliente en too el día y ya estaba oscureciendo. A pocos minutos de ir a cerrar, entró un hombre con una túnica negra, guantes en las manos y la capucha puesta proyectando una sombra que ocultaba su rostro. Al verle, sintió un frío mayor que el de la calle, aunque dentro estaban a buena temperatura.
- Buenas tardes –se adelantó al cliente-, ¿desea algo?
- Quería hacerle un encargo –respondió el hombre con una voz que había vivido por tiempo indefinido, pero firme a pesar de todo-.
- Le escucho.
- Quería seis estatuas a tamaño y apariencia humana. Seis estatuas… especiales…
- Comprendo –dijo sin extrañarse el anciano-. Ahora mismo iba a cerrar así que empezaré mañana y probablemente tardaré un par de semanas a buen ritmo. Vuelva entonces a recogerlas.
- Bien, volveré para entonces –y se marchó en silencio-.
El anciano término de recoger las cosas y marchó. –ni la temperatura ni el número de gente habían cambiado y había algo en ese personaje que le había hecho sentir incómodo.
Durante esas dos semanas trabajó sin descanso en esas estatuas con cuidado de no entrar en contacto con ellas. Y finalmente llegó el día señalado. La calle volvía a sufrir las circunstancias de hacía dos semanas pero no se enteró siquiera. Una vez más, llegó al taller y se puso a trabajar.
Tampoco tuvo clientes ese día, salvo el enigmático hombre que se presentó antes que la última vez para recoger su encargo. Sin embargo, llegó demasiado pronto y tuvo que esperar a que el anciano terminase con la última y le incomodaba mucho que le observasen trabajar. Una vez terminada la sexta estatua, ambos las cargaron en un camión pequeño en el que había venido el cliente. Seguía sintiéndose incómodo pero no lo mostró y terminaron para que el cliente se fuera. Agotado tras acabar la jornada, fue a dormir a su casa.
Tuvo una pesadilla en la que las estatuas estaban por todos lados: en su casa, en la calle… El huía pero las estatuas le perseguían y allá donde fuese siempre había más hasta que le cogían… y le mataban…
Se despertó con sudores fríos y gritó de miedo al ver una estatua alzarse ante él. ¡Las seis estatuas que había esculpido para ese hombre estaban distribuidas por su cuarto! Se encontraban inmóviles y sabía que no debía tocarlas. Se puso de pie en su cama para estudiar cómo manejar la situación y salir de allí y por la ventana pudo ver al extraño hombre encapuchado quitarse el guante de la mano derecha y chasquear con fuerza los dedos.
Al instante las estatuas comenzaron a moverse sorprendiendo al anciano que no sabía por qué podían moverse sin ser tocadas. Las estatuas movían los brazos en el aire. Se chocaban entre ellas confundidas y sus rostros reflejaban sufrimiento insonoro, como si les estuviesen torturando constantemente. El hombre retrocedió más aterrado que nunca, las estatuas tanteaban cerca y él se movía esquivando los brazos sin hacer ruido para no ser descubierto. Una de las estatuas cayó y se rompió en pedazos contra el suelo. El viejo aprovechó la situación para intentar salir corriendo pero con las prisas rozó a una de ellas y esta se giró para agarrarle instintivamente y derribarlo contra el suelo. La estatua golpeó pero falló el golpe y dio al suelo. El anciano iba a levantarse para huir cuando se vio rodeado de las estatuas que el mismo había creado…
The Blind
PD. Las estatuas se volvieron negras al secarse la sangre.
9 comentarios:
Bueno, en la imagen el tio no lleva guantes y tampoco tiene barba pero era lo mejor que he encontrado...
joder, ahora iré con más cuidado por la calle cada vez que pase por delante de la estatua de sabino arana.
pobre señor..
m lo imagino admas komo el tipiko ancianito agradable (x muxo k kree estatuas kapuias)
y kien es el señor d negro???
az un "spin off" ,o komo sea, k ultimamnt se llevan muxo, sobre el tipo malvado.
já!
mi nombre en azul, xaxi
Yo si fuera el hombre de negro le obligaría a esculpir un ejército de estatuas e invadería el mundo... aunque para eso ya está mi ejército de celiacos
Gran relato que fue inspirado con una curiosa y pequeña idea. Sigue así The blind
ya me jodería... sta way el relato y se podría continuar. Weno hay que tener cuidado con lo que uno crea xD
continuarlo?
mm...
es que he matado ya al escultor!
weno...ya m he leido el famoso relato de las estatuas...pero weno...hay cosas k no entiendo...komo konsigue el tio meter las estatuas en su casa y asi...pero el relato sta wen jaja
Publicar un comentario